Moisés y Bibi duermen con un ojo abierto. Descansan colchón con colchón con sus hijos de cuatro y nueve años en el comedor, el único punto caliente de la casa. Al menos, hasta las 4 o 5 de la mañana, cuando "ya no hay quien pare". A las 7 horas, el hombre revive las brasas de la estufa que le ha comprado su abuela. "Me he despertado y me he asustado al tocar a mi niño, que es asmático y estaba helado", cuenta. El aparato "se come al minuto" los palés con los que atiza y, por primera vez, ha bajado con su mujer a recoger un saco de leña que la Fundación Madrina ha comprado para el Sector VI de la Cañada Real.
El camión, atestado con cuatro toneladas de madera de encina, es recibido con aplausos. Moisés carga de los primeros y se marcha para seguir con lo que Filomena ha convertido en su rutina: "Calentamos nieve en una lata de aceitunas para conseguir agua y cocinar". Las tuberías se helaron hace días. Acumulan cuatro meses sin electricidad.
Acto seguido se desata la trifulca. El dispar número de troncos que se agencian algunos motiva la riña. "¿Los has pagado tú? Todos nos queremos calentar", le espetan a Luz Divina, la vecina que coordina el reparto. "La leña ahora es más que la comida", apunta otro hombre, que también ha bajado a recoger el pan. Con la barra en una mano y los palos en la otra, vuelve a casa entre los carretillos que empujan varias mujeres que caminan sobre el barro con zapatillas de estar por casa destalonadas.
La nieve desdibujó los caminos y al deshacerse emergió un lodazal que aún llega hasta el rellano de la caseta de Carmen. La borrasca la dejó aislada junto a su familia. "No teníamos cobertura ni tampoco gasolina para el motor", relata Ángel, su yerno. Ante la imposibilidad de salir fuera a por madera, optaron por desarmar el mueble del salón y echarlo a su "estufa gitana", un viejo bidón. "Estábamos incomunicados, no teníamos leña y lo quemamos", detalla mientras su suegra le prepara un bocadillo de panceta a la parrilla.
En la casa residen ocho personas, todas ellas dependientes ahora del sueldo de Ángel, que trabaja en la planta La Paloma, en Valdemingómez. Su cuñada Ana, de 19 años, duerme con la matriarca "porque hace mucho frío". "La perra se echa con nosotras", añade ella. El pasado 28 de diciembre les notificaron su nuevo destino: Portazgo, en Vallecas. Mientras esperan el realojo, malviven. "Mi madre tiene problemas de salud y aún así se levanta de madrugada para hacer pis en el campo", expone la joven.
El equipo de la Fundación Madrina les entrega productos de primera necesidad y reemprende el rumbo, no sin antes recibir el agradecimiento de Ana. "Cuando nadie nos veía, ellos se fijaron en nosotros", señala. La siguiente parada es la casa de Jorge, otro de los hijos de Carmen, que vive con su pareja y sus dos pequeños, uno de ellos de cuatro meses. "Estaba en el hospital cuando cortaron la luz", apunta Saray, su mujer. Triste paradoja la de alumbrar un niño mientras tu casa se queda a oscuras.

Cerca de cuatro meses sin electricidad
El próximo 2 de febrero se cumplirán cuatro meses desde la interrupción del servicio eléctrico por la caída de la red ligada a las plantaciones de marihuana, con los estragos de Filomena mediante. Las administraciones públicas han descartado facilitarles generadores y decenas de familias han pasado la ola de frío bajo un tomo de mantas donadas. El Ayuntamiento de Madrid habilitó una antigua fábrica y un polideportivo para que se resguardaran del temporal, pero rechazaron el ofrecimiento. Se niegan a abandonar sus casas hasta el realojo definitivo. El Consistorio madrileño cifra en 103 los acometidos. Restan decenas más.
"La nieve me ha pillado con leña, si no quemo todo para que mis hijas no pasen frío"
En una de las casas más 'apañada' del poblado habita Elisa desde hace ocho años. "Tengo el baño en condiciones y un termo de agua caliente, lo básico, pero las tuberías se han congelado", comenta. Por ello, se ve obligada a calentar cubos de agua a la lumbre para bañar a su hija pequeña, a la que el barro ha impedido llegar al colegio. La mayor, en primero de la ESO, sigue las clases on line. Han agudizado el ingenio para que pueda hacerlo: cargan el móvil en la batería del coche, que a su vez conectan a las placas solares de una vecina. "No me ha suspendido ninguna asignatura", presume.
Los últimos días han sido muy duros en el barrio, donde además se ha colado el Covid. "Porque me ha pillado con leña, que si no había quemado todo, pero mis hijas no pasan frío", asegura mientras se acerca al furgón de la Fundación, que distribuye a domicilio comida, pañales, agua y ropa. También bombonas de butano. Nada más verlo, la niña de Elisa se tira a los brazos de Conrado, el presidente, que le ha prometido "pañales mágicos" para su muñeca. No los lleva consigo esta vez, pero sí otros productos capaces de obrar una magia más necesaria, la de llenar el estómago.

Dos recién nacidos a la luz de las velas
Tras la entrega, la comitiva sigue su camino hacia la zona de Perales. Allí visitan a Juan, un octogenerio conectado a una bombona de oxígeno. Recibe a la Fundación en el jardín, donde trata de calentar la tubería con una fogata sobre una sartén. El hielo la ha colapsado. Otra más. Y como las desgracias nunca vienen solas, la nevera se le estropeó la semana pasada. A fin de refigerar la carne y el pescado que tenía dentro, ha rellenado con nieve un viejo 'combi' tumbado en el patio.
El interior de la vivienda, una estufa preside el salón. Sobre la chapa reposa una cazuela en la que calienta agua para asearse y fregar los platos. La ropa hace días que no puede lavarla. Le preguntan cómo se encuentra y responde que "asfixiado", un símil con su economía, pues cobra "una miseria" tras 30 años cotizados. Solo, y helado, pasará las horas muertas hasta que la Fundación pare al día siguiente frente a su parcela.
El reloj marca más de las 18:00 horas cuando la Fundación Madrina toca a la puerta de la última familia tras una decena de entregas a domicilio. La nuera de los propietarios se puso de parto diez días antes cuando la nieve les llegaba a las rodillas y quieren interesarse por su estado. La ambulancia no podía acceder al lugar y el periplo hasta el hospital resultó complicado. La joven descansa en Madrid junto a su retoño en el piso de sus padres, pero se instalará de nuevo en la Cañada en unos días.
A su vuelta se encontrará con parte del techo de la casa hundido por el peso de la lluvia y a su cuñada, embarazada de ocho meses, a punto de salir de cuentas en un entorno donde "nos están comiendo las ratas". Si nadie lo remedia, otro bebé pasará sus primeras horas de vida en una casa sin luz.