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Atlas de la ruina

Chrystal Garden, de Dennis Oppenheim
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Chrystal Garden, de Dennis Oppenheim (Foto: Javier García Martín)

Navalcarnero: diez años de frenesí por cien de muerte clínica

Por Javier García Martín
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jgarciamadridiarioes/7/7/19
miércoles 27 de julio de 2016, 07:41h

A Baltasar Santos le debió de parecer en algún momento de sus veinte años como alcalde de Navalcarnero que, más de tres siglos después de la boda de Felipe IV, el pueblo merecía bordar un segundo gran nombre en su memoria. El suyo. Quizás por eso, excavó el subsuelo de la mejor plaza castellana para construir un cavernoso parque temático, compró un palacio de cristal, levantó barrios en la nada, sembró cruceiros y convirtió la localidad en un museo de pilas bautismales de granito. La furia megalómana terminó con una deuda para un siglo y él desaparecido. Madridiario inicia así una serie de reportajes que recorrerá los municipios más arruinados de la región, un atlas colmado de excentricidades, pagarés sin fondos, alcaldes sin freno y generaciones que morirán sin conocer otra cosa que la crisis.

Navalcarnero: diez años de frenesí por cien de muerte clínica
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(Foto: Javier García Martín)
"Ponte el casco, esto se cae". Un joven operario municipal de voz radiofónica abre una puertecilla de madera y deja escapar como un fantasma un lengüetazo fresco salido del fondo de las escaleras que acaban de aparecer. El helor se esfuma al entrar en contacto con la castellanísima plaza de Segovia de Navalcarnero, modelo elevado a categoría en el Pueblo Español barcelonés, aplastada bajo el calor. Ya dentro, alguien cierra la puerta y enciende una luz, tibia, que desenrolla ante los ojos una colmena de galerías, naves y recovecos subterráneos cruzándose sin plano, horadados a la peña misma. De pronto, en una hornacina de ladrillo aparece penumbrosa una virgen. Más allá, hay un montón de cascotes. Unos frescos en el techo hacen memoria de labores antiguas mientras una sucesión de grandilocuentes citas atribuidas a Séneca o Einstein desembocan en una cámara alicatada de azulejos que recopilan los motes de la gente del pueblo, toda una torsión populista. "Creo que yo estaba por allí", señala el operario. En un punto indeterminado bajo la plaza, hay un reloj de sol de 1842, el colmo. Son las Cuevas del Concejo: el Mausoleo en Halicarnaso, la Pirámide de Keops, el enterramiento de la M-30 de Baltasar Santos, el polémico regidor que gobernó entre 1995 y 2015. Un maravilloso disparate ajeno a cualquier razón histórica construido a lo largo de una década y que sólo abrió al público un par de días antes de unas elecciones. El Ayuntamiento tiene informes que prevén su derrumbe tarde o temprano. Costó 30 millones de euros.
"Bueno, eso es una estimación, porque no había partida presupuestaria, ni proyecto, ni medidas de seguridad, ni planes para conservarlo. Lo que sí sabemos es que quería hacer más grutas, kilómetros por todo el pueblo". Habla Juan Santos Benito, concejal de Hacienda. Lo hace en su despacho, tras una barrera de papel. Exmiembro de un partido local, gobierna en coalición con Cambiemos Navalcarnero y el PSOE del regidor José Luis Adell desde el pasado mayo, cuando el PP perdió esa plaza. Él es incapaz de explicar en menos de una hora qué les ha pasado para convertirse en uno de los municipios más endeudados de España. Según sus cálculos, deben 214 millones de euros, "para empezar", y a todo el mundo: proveedores, particulares, administraciones, bancos, grandes empresas. Son sólo 25.000 habitantes para pagar la cuenta.

Suelo a gogó

Todo comienza con un dato sorprendente. Santos -el exregidor- llega a ingresar más de 400 millones de euros en cuentas municipales durante la primera década del nuevo siglo gracias a dos operaciones urbanísticas. Por un lado, relata Benito, con la venta por parte del Consistorio de miles de metros cuadrados de parcelas para viviendas. Son los llamados aprovechamientos a futuro, grandes páramos sin desarrollar. Lo hace sin control, ya que no existe un registro de suelo. Tampoco hay escrituras, solo contratos privados. Por otro lado, -continúa el concejal-, trocea la Dehesa, una millonaria parcela de una aristócrata de la que el Ayuntamiento se erige como heredero y que, pese a estar reservada para el sector primario, pronto cae en manos de constructoras afines al partido.
Ese goteo de ventas patrimoniales y suelo, que se mezcla con los ingresos corrientes, infla el presupuesto y da vía libre al disparate. Como los números no cuadran, la deuda se aparca, y el Ayuntamiento tira de la conocida como cuenta 413, reservada para gastos imprevistos, para financiar lo estrambótico a placer del primer edil. Los dispendios más excéntricos se convierten en habituales, proliferan las inauguraciones más pomposas y el pueblo se asoma a un híperdesarrollo urbanístico. Para no dejar de explotar la gallina, el equipo de Santos rediseña la expansión de la ciudad, bloquea parte de lo vendido e intenta sacar partido de otros terrenos. Sin embargo, la crisis económica desarma la excusa de la construcción y el lucrativo plan empieza a hacer aguas. Para entonces, ya se han levantado nuevos barrios que se quedarán aislados por todos los flancos, vacíos de servicios.
En paralelo, en el centro de la ciudad, Santos ya ha mandado construir un ayuntamiento, que más parece un castillo, con un sobrecoste de dos millones de euros. La cuenta de la plaza sobre la que se erige salta aún más, de los 2,5 a los 7 millones. En los bajos, se crea un museo. El Consistorio comienza a recibir facturas que no pasan por Hacienda, algunas se entregan en mano y sin una clara contraprestación, lo que obliga a maquillar la contabilidad. En 2006, Navalcarnero ya no comparte sus presupuestos con el Tribunal de Cuentas, y así lo hará durante los siguientes años, sin dar a conocer el agujero que va generando. El concejal de Hacienda continúa con su relato: "Y todo, mientras se deja de pagar la Seguridad Social de los trabajadores".

La Corte de Felipe IV (o Felipe II, según el documento), una de las rotondas más caras de Navalcarnero
Capital del rotondismo

Las grutas son el mejor ejemplo del gasto desbocado que tortura a Navalcarnero, pero ni mucho menos el único. El aclamado escultor Oppenheim germina en esa época y en una rotonda un Chrystal Garden, un conjunto de construcciones forradas de vidrio de cientos de miles de euros. Santos se apunta a la moda de los trampantojos y manda pintar la fachada hasta de una iglesia. Proyecta un palacio de justicia al lado de unos terrenos cedidos para un centro de salud. Ninguno llega. Enfrente, crece un parque con una laguna artificial rodeada de esculturas contemporáneas de un artista local, a quien se le brinda un museo con réplicas a escala de esas mismas obras para facilitar su interpretación.
A golpe de mayoría absoluta, continúa el frenesí: 330.000 euros en una serie de planchas que imitan la corte de Felipe II -algunos documentos dicen que son en honor al IV, poco importa-, 600.000 en una escultura de Sanguino, el de las puertas de La Almudena, 340.000 en un paso de Semana Santa ficticio, faraónicas esculturas de la mitología hispánica... El culmen llega con un polideportivo, en el que, tras una inversión de 12,5 millones de euros, no hay ni tabiques. Es el caso que más pita y por eso lo investiga la justicia. Un informe pericial dice que habría hecho falta el trabajo de más de 10.000 camiones para justificar parte de ese gasto. Por supuesto, nadie vio los camiones, como tampoco la estación de Cercanías que se supone iría delante. Entretanto, hay hasta siete cambios de interventor. "Mires donde mires, hay algo: donde no hay nada, hay mucho, y donde hay mucho, ni te cuento", asume el edil.
De todo, la omnipresencia del granito es la gran incógnita. Nadie sabe aún porqué, Navalcarnero está plagado de trozos de iglesias y elementos antiguos labrados en ese material. No están inventariados. En cualquier rincón hay tiradas pilas bautismales, columnas, bebederos, arcos. Su procedencia no está siempre catalogada, y ni siquiera se puede descartar que no venga del expolio. No hay ni un contrato que lo explique, sólo facturas millonarias firmadas hasta por el chófer y a favor de una mujer, la '34 trailers', una coleccionista que trajo semejante material en un convoy así de largo después de que Santos se enamorara supuestamente de su catálogo durante unas vacaciones en Verín, Orense. De todas las piezas, los cruceiros pasan a ser su mayor obsesión, aunque por allí no pase ni un camino a Santiago. Durante diez años, planta uno en cada esquina, los esconde detrás de árboles y hasta en mitad del campo. En 2015, el polémico alcalde ha logrado distribuir cientos de elementos de granito por todo el término, quién sabe si con un objetivo más allá del estético.

Galería: Ruta por el Navalcarnero 'kitsch'
El ausente

"¿Quién es usted, de alguna empresa?". Al otro lado del teléfono no responde Santos, sino una mujer. "Sí, yo le dejo el aviso de que ha llamado", prosigue ella. Baltasar, que tiene cuatro causas pendientes en los juzgados, no aparece ya por el pueblo ni responde a la prensa. Fue apartado por Esperanza Aguirre en las últimas elecciones, cuando la cosa era ya insostenible y la oposición llevaba tres años acosándole. Fundó su propio partido y obtuvo el 8,5 por ciento de las papeletas, que le dieron dos concejales. El día que juró su cargo, el grandilocuente salón de plenos que lleva su firma, equipado con 1,8 millones de euros, se le echó encima. Había perdido el favor del pueblo y huyó. Ante el escándalo, el Ayuntamiento tuvo que promulgar una ordenanza para no pagar a ediles ausentes y ahora las decisiones se toman sin tener en cuenta los dos asientos vacíos que dejaron.
"Sí, dicen que el otro día estuvo por aquí", vacila Adell. El socialista es, de nuevo, alcalde. Ya lo fue, entre 1983 y 1995, en pleno felipismo. Intenta recomponer la quiebra desde un despacho de techos altos y mobiliario minimalista que no parece gustarle. Sonríe afable, aunque no puede evitar aparecer algo cansado. Él sabe que no verá un Navalcarnero recuperado.
Todos sus números están condicionados por un primer plan de ajuste que llegará hasta 2036 y que extirpa toda creatividad. “Intentamos cuadrar ingresos y gastos”, resume con resignación Adell. Es la muerte clínica. Renunciar a todo más allá del día a día.
La Cámara de Cuentas ha empezado a repasar el colapso, aunque de momento sólo se ha atrevido con un par de años de la era Santos. El equipo de Gobierno ha negociado quitas con la banca y ha anulado por lesivos contratos que, como el de la basura, estaban inflados. Pero la situación es crítica. Funcionan con los presupuestos de 2008, mil veces prorrogados y mil veces remendados. Navalcarnero tiene sentencias pendientes de pago y juicios abiertos para aburrir, como consecuencia de los desmanes urbanísticos y las costumbres caciquiles. Sobre el alumbrado público, acusan en el Consistorio que el PP fue saltando de compañía en compañía, dejando pufos a cada una. Hace sólo unos meses, Iberdrola les cortó la luz durante un pleno. "Hacienda nos ha incluido en los Fondos de Ordenación para saldar las deudas con la Seguridad Social y poder recuperar subvenciones de la Comunidad de Madrid", explica el actual alcalde. "Este es un pueblo arruinado", abunda. Si nadie les rescata, no volverán a respirar hasta, al menos, 2080.
Tras su última noche electoral, Baltasar Santos se despidió de los suyos a través de Facebook. Empleó una frase que, vista ahora, se lee con retranca: "Con todos los errores que hayamos podido cometer (somos humanos), nuestro afán siempre ha sido hacerlo lo mejor posible", dijo. Aquellos errores, cabría añadir, que han tapiado de granito el horizonte de todo un pueblo.
Interior de las Cuevas del Concejo, probablemente el gasto más extraño de la etapa Santos
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