Desde hace décadas, el campo madrileño ha ido progresivamente perdiendo parte de sus cultivos tradicionales, como la almorta, la alholva, la algarroba o el garbanzo negro, fruto de su baja productividad y la competencia llegada de los mercados extranjeros. A fin de ofrecer una alternativa de cultivo sostenible a los agricultores y, al mismo tiempo, anticiparse a las consecuencias del cambio climático, con especial énfasis en las recurrentes sequías que cada año golpean con mayor dureza en la región, la Comunidad de Madrid ha puesto en marcha de la mano del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA) un programa para estudiar la resistencia hídrica del suelo disponible y, en último término, recuperar estas especies de leguminosas para su consumo y comercialización.
En concreto, este pionero “núcleo de experimentación agrícola” se lleva a cabo desde el año 2020 en la finca de La Chimenea, en el municipio de Aranjuez, para lo que se dispone de hasta 15.000 metros cuadrados de parcelas de cultivo. Enmarcado dentro del programa supranacional GENVCE para la evaluación de nuevas variedades de cultivos extensivos en nuestro país, se trata de valorar su adaptación definitiva a condiciones climáticas cada vez más extremas -altas temperaturas y pluviometría en descenso- con el objetivo de alcanzar una producción de próximidad, incluso de kilómetro cero, y que, por sus propiedades, sea al mismo tiempo beneficiosa para el propio suelo en cuanto a la rotación de los cultivos.
“Nuestras leguminosas dan el do de pecho”
Tras tres temporadas consecutivas de estudio, los investigadores han podido constatar ya los buenos resultados en la aplicación de diferentes técnicas de cultivo, así como la resistencia de estas variedades de leguminosas a las condiciones características del suelo en el sur de la región. Tal y como explica a Madridiario Roberto Sainz, uno de los científicos a cargo del programa, el bajo rendimiento generalizado en la producción nacional de leguminosas contrasta este mismo curso con los avances obtenidos en La Chimenea. “Estos cultivos están muy adaptados a periodos de sequía, por lo que encajan muy bien aquí. También mejoran muchísimo las condiciones del suelo en la medida en que requieren un abono mínimo y, además, favorecen los cultivos posteriores (...). Estamos muy contentos e ilusionados pues mientras vemos el bajo rendimiento general del campo español, que apenas ha producido, nuestras leguminosas están dando el do de pecho”, asegura Sainz en conversaciones con este digital.

En la misma línea de los investigadores, el consejero de Medio Ambiente, Agricultura e Interior, Carlos Novillo, ha querido poner de relieve en una visita reciente a las instalaciones de Aranjuez la importancia de este tipo de estudios por el alto grado de innovación que traen consigo al ámbito rural. El objetivo, apunta, no es otro que dar soluciones “rentables y efectivas” al campo madrileño: “El caso de este proyecto está basado en la recuperación de cultivos olvidados hace más de 50 años y que, se sabe, fijan biodiversidad y nitrógeno al suelo, tan importantes ambos para la supervivencia de la agricultura y nuestro entorno rural”.
Desde el punto de vista nutricional, la almorta, la alhova, la algarroba y el garbanzo negro destacan por su alto contenidos en proteínas y aminoácidos, lo que los convierte en alimentos muy recomendables en el seguimiento de una dieta equilibrada y saludable. Más allá de sus propiedades y atendiendo al criterio puramente económico, sostienen fuentes de la Comunidad, que tales variedades podrían tener gran éxito en nuestro mercado fruto del incremento de la demanda de este tipo de alimentos entre los consumidores.
Apuesta firme por los “superalimentos”
En paralelo a la recuperación de las leguminosas “olvidadas” en la vorágine productiva del último siglo y valiéndose del interés actual de la Política Agraria Común (PAC) por aumentar la diversidad de cultivos, el Ejecutivo autonómico encabezado por Isabel Díaz Ayuso ha comenzado también a ensayar la viabilidad de cereales y pseudocereales sin gluten, conocidos popularmente por sus propiedades alimenticias como “superalimentos”, en el campo madrileño. Entre ellos figuran el trigo sarraceno, el sorgo, el mijo, el teff o el amaranto.
Aunque algunos de ellos provienen de climas similares, otros lo hacen de latitudes bien distintas, motivo por el cual en la actualidad aún se están testando diferentes calendarios de siembra para verificar su adaptación al medio. Pese a que las condiciones climáticas cambiantes “lo condicionan todo”, los investigadores del IMIDRA se muestran convencidos de que su viabilidad es posible.

Con vistas al futuro, el Gobierno madrileño planea además la creación de un nuevo banco de germoplasma destinado de manera específica a la conservación de leguminosas y superalimentos a fin de “evitar su desaparición”. El proyecto, matiza Sainz, se divide en dos partes. Por un lado, el “banco de cultivo”, donde se siempra para estudiar e investigar acerca de los mejores condicionantes para su producción. Por otro, el “banco físico”, la instalación adaptada en la que se almacenan las propias semillas para su conservación en “condiciones óptimas de germinación”.
En caso de ver finalmente la luz, este sería el cuarto banco con idénticas características en la región tras el de El Encín, en Alcalá de Henares, copado por más de 300 variedades de frutas, verduras y hortalizas, el del Centro de Selección y Reproducción Animal (CENSYRA) de Colmenar Viejo y el Forestal (BIFORMS), ubicado en La Isla Forestal de Arganda del Rey y que cuenta con semillas procedentes de una gran variedad de plantas salvajes.