La institución artística de más larga trayectoria en España comenzó a funcionar
en 1752 en la Casa de la Panadería, en la plaza Mayor, bajo el reinado de Fernando VI, de ahí que la Academia fuera dedicada a San Fernando. Ya en 1726 el pintor Antonio Meléndez había propuesto a Felipe V la creación de una academia de diseño, pintura, escultura y arquitectura como tenían otras capitales europeas. No tuvo éxito y hubo que esperar a que
Domenico Olivieri, como director del taller de escultura del Palacio Real abriera una academia privada en 1741 junto al Arco de Palacio, que sirvió de base para la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.que se creó por real decreto el 12 de abril de 1752.
El éxito fue inmediato. Seis años después ya se contabilizaban 300 alumnos y en 1800 se superaban el millar. Ante esta acogida, Carlos III decidió comprar el palacio que había levantado Juan de Goyeneche, empresario y ministro de Felipe V, y que su hijo, Francisco Miguel, conde de Saceda, había dedicado a oficinas de la Renta y Real Estanco de Tabaco. La adquisición se formalizó en 1773 y el monarca decidió que la Academia ocupara las plantas baja, sótano y primera, en tanto la segunda y tercera debían dedicarse a Gabinete de Historia Natural. Una cartela en latín, bajo el balcón principal, resumió esta suma de las Artes y las Ciencias: "El rey Carlos III reunió Naturaleza y Arte bajo un mismo techo para pública utilidad en el año 1774"
"El edificio tenía una fachada llena de arbustos, lagartos y otros reptiles. El barroquismo que ofrecía era la antítesis del purismo que pretendía la Academia por lo que se encargó a Diego de Villanueva que procediera a reformarlo. El cambio fue rápido y desapareció todo el barroquismo de la fachada y uno de sus patios se transformó en sala de dibujo.", explica Enrique Nuere, arquitecto y académico de la Bellas Artes de San Fernando.
Además de habilitar aulas, se llevó al palacio el Real Gabinete de Historia Natural al que ya se había incorporado la colección de historia natural que había reunido Pedro Franco Dávila. "Este personaje, que había nacido en Ecuador de padre español, había reunido una importante colección de minerales y plantas que iba a ser la parte más importante del Real Gabinete. Franco Dávila quiso vender la colección que había reunido en sus viajes por América y Europa a Carlos III. El rey no aceptó, pero le ofreció el cargo de director vitalicio del Gabinete de Historia Natural con un buen sueldo y Dávila aceptó. Fue un personaje cuyo padre consiguió mucho dinero del transporte marítimo entre Guayaquil y España. A la muerte de su progenitor, Franco dedicó la herencia y sus inversiones a sus colecciones. Se cuenta que una vez que se arruinó vendió una parte de los ejemplares que tenía repetidos y con ello pagó todas sus deudas e incluso tuvo dinero para comprar otros nuevos", dice Nuere.
La instalación del Gabinete tuvo tanto éxito que las colas de madrileños se extendían por la calle Alcalá. "Fue esta la razón por la que el rey dijo que había que buscar otro sitio mejor y encargó a Juan de Villanueva el edificio que hoy es el museo del Prado", afirma Nuere. El problema fue que, tras la guerra de la Independencia, Fernando VII decidió instalar en el nuevo edificio del paseo del Prado su colección de arte y la colección de minerales y plantas se dispersó hasta que se construyó el actual museo de Historia Natural, en los altos del Hipódromo del paseo de la Castellana.
Quedó tan solo la Academia en el palacio de Goyeneche. Las clases eran nocturnas porque los alumnos trabajaban. Entre los directores figuraron arquitectos y artistas como Saccheti, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, Conrado Giaquinto, Francisco Bayeu o Mariano Salvador Maella. Goya, por ejemplo, fue director honorario y profesor de esta institución gasta que se quedó sordo.
En el siglo XIX, la situación varió. Agustín de Betancourt fundó la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en 1802; la enseñanza de las bellas artes pasó en 1844 a la Escuela de Nobles Artes, en el mismo edificio.Tres años después se separaron los estudios de arquitectura y, por último, en 1975, la Escuela Superior de Bellas Artes se integró en la Universidad Complutense de Madrid antes de ser convertida en facultad.
También los estatutos de la Academia sufrieron cambios. En los aprobados en 1864 se fijó como finalidad la estimulación del ejercicio de la pintura, la escultura y la arquitectura y la difusión del buen gusto artístico. Ello hizo que la Academia se hiciera cargo de la Comisión central de Monumentos históricos y artísticos. Veinte años después se agregó a la academia la sección de música lo que hizo que el número de académicos pasara de 36 a 48. Los últimos estatutos, aprobados en 2005, fijaron en 56 el número de académicos e incluyeron como objeto de la Academia "fomentar la creatividad artística, así como el estudio, difusión y protección de las artes y del patrimonio cultural, muy particularmente de la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y las nuevas artes de la imagen"
El edificio tampoco pudo evitar cambios. En 1974, se acometió una gran reforma en el palacio Goyeneche de la que se encargó Fernando Chueca Goitia. Durante los ocho años que el palacio permaneció cerrado se procedió a una importante rehabilitación que incluyó cerramiento de patios, construcción de un salón de actos para doscientas personas -en el que toman posesión los académicos- y mejora del espacio expositivo. Entre 1999 y 2002 el edificio volvió a sufrir una nueva reorganización, gracias a que el ministerio de Hacienda abandonó la tercera planta que ocupaba provisionalmente lo que le permitió a la Academia dedicar 22 salas a la colección artística del siglo XX y XXI.
Un museo excepcional
Pero la Academia no solo ha sido una institución fundamental en el desarrollo de las bellas artes en España. El Museo de la Academia está formado por más de 1.400 pinturas del arte español, italiano y flamenco, 1.300 esculturas y 15.000 dibujos, además de estampas, muebles, objetos de platería y orfebrería y porcelanas que se muestran en las 59 salas de que consta.
Todo ello es el fruto de la colección de cuadros de la Compañía de Jesús expulsada en 1769, de las colecciones reales de Carlos III, de parte de la colección incautada a Manuel Godoy, del fruto de las desamortizaciones eclesiásticas, de las obras realizadas por los profesores, de las obras cedidas por los académicos -han de entregar una al ingresar- y de los legados recibidos de numerosos benefactores.
Recorrer estas amplias salas bien preparadas para su cometido museístico crea un sentimiento contradictorio. Estar solo ante el cuadro de La marquesa de Llano, de Mengs; contemplar sin empujones el Autorretrato ante el caballete de Goya o su Entierro de la sardina; apreciar el estilo de Giuseppe Arcimboldo en su Primavera, la única obra de este autor en España que llegó a la Academia tras el incendio del antiguo alcázar de Madrid; sentarse ante el Sueño del caballero, de Antonio de Pereda -en el mismo banco donde esperan los nuevos académicos antes de entrar en el salón a leer su discurso de ingreso-; pasear por salas semivacías ante Susana y los viejos, de Rubens o el Bodegón de limones, uno de los seis lienzos de Juan de Zurbarán, causa extrañeza. Lo mismo que observar, en solitario, los relieves de Fernando VI y doña Bárbara de Braganza, obra de Olivieri; apreciar la brutalidad de los detalles del conjunto de La degollación de los inocentes, realizado por José Ginés para Carlos IV; ver la Cabeza de mujer de Picasso o la escultura Academia de Pablo Gargallo.
Las razones de esta situación son diversas. "La Academia es la gran desconocida, quizás a causa de la competencia del paseo del Prado. Ni siquiera aparece en el plano que está en el palacio de Correos en el que se recogen los edificios culturales del paseo del Arte", se lamenta Nuere que piensa que una cafetería o una tienda de vaciados de escayola o grabados permitirían aumentar los ingresos y aumentar las visitas. De hecho,algo está cambiando pues, recientemente, se ha puesto en funcionamiento una tienda on line en la que se pueden comprar desde estampas de la Tauromaquia por 950 euros hasta un vaciado de la cabeza de Lope de Vega por 198 euros. Estos vaciados se siguen haciendo en el taller de vaciados y Reproducciones Artísticas que se encuentra en el sótano en el que, además de cursos, se explica a las visitas en grupos las distintas técnicas de vaciado. El académico no incluye entre las razones de esta falta de tirón algunos hechos como que los 56 académicos tienen entre 60 y 90 años; que los cargos directivos son elegidos entre los mismos académicos o que la institución ha visto reducida como todas las instituciones españolas la subvención recibida.
El edificio de la calle Alcalá no solo alberga el museo. También es la sede de la Calcografía Nacional, creada en 1789, que cuenta con un taller de estampación con tórculos históricos, un centro de impresión digital, un centro de impresión digital, una sala de exposiciones temporales y un gabinete de estampas "en donde se conservan obras desde el siglo XVI al XXI, primeras ediciones de las cuatro series de Goya, además de la colección de estampas de Antonio Correa, que cuenta con más de 15.000 obras", comenta Pilar García Sepúlveda, responsable del Archivo de estampas y exposiciones de la Calcografía Nacional..
El tesoro de la Calcografía es, sin embargo, su fondo de planchas que supera las 8.200. "Las guardamos en bandejas, perfectamente envueltas en papel neutro y con un barniz especial", explica Javier Blázquez, encargado del taller de Calcografía. Entre las planchas se encuentran las más de 200 que realizó Goya sobre los Caprichos, la Tauromaquia, los Disparates o los Desastres de la guerra que, por motivos de conservación, no han sido reproducidas desde hace más de cuarenta años. Algunas de ellas pueden contemplarse en la Calcografía, de forma gratuita, en una sala dedicada al artista aragonés. La Calcografía Nacional, cuenta además con una tienda en donde pueden adquirirse estampas tanto históricas como contemporáneas.
Lógicamente, una institución como esta no podía dejar de tener una biblioteca y Archivo acorde a su importancia. "Hay unos 700 libros manuscritos y unos 5.000 legajos desde el siglo XVIII, además de 90.000 fondos entre libros, folletos, planos de arquitectura, mapas cartográficos, estampas, partituras y fotografías", enumera Irene Pintado, directora de la Biblioteca y el Archivo, a los que suelen ir investigadores y estudiosos de Bellas Artes o Arquitectura.
A la vista de tanta riqueza artística, no es extraño que el visitante que baje por la escalera original de Churriguera se pregunte por qué no hay colas ante la taquilla. Desde luego, no será por el precio de la entrada: cobran 5 euros, aunque los titulares de carnet joven y estudiante paguen la mitad y los universitarios, profesores, menores de 18 años, mayores de 65 años, jubilados, desempleados, miembros de asociaciones profesionales de artistas plásticos, guías y periodistas puedan entrar gratis, al igual que los miércoles lo puede hacer el público general.
Galería de fotografías de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Otos edificios singulares:
Telefónica: el rascacielos que modernizó la Gran Vía
El Casón del Retiro: la sala napolitana que se salvó por su bóveda
Godoy y Juan de la Cosa conviven en el Cuartel General de la Armada
San Francisco el Grande; un museo bajo la mayor cúpula de España
El palacio de la SGAE: la joya modernista de Madrid
Bolsa de Madrid: el palacio de las cotizaciones
El Senado: dos siglos de arte e historia parlamentaria
Matadero Madrid: un foco cultural junto a Madrid Río
El hotel InterContinental: 60 años de historia en la Castellana