Laskavo prosima, braty i sestri. Esta es la frase que figura en la puerta del albergue juvenil Villa Castora, en Cercedilla, que desde el miércoles acoge a medio centenar de refugiados ucranianos huidos de la guerra. La frase, impresa sobre el azul y el amarillo de su bandera, significa 'Bienvenidos, hermanos y hermanas'. Los pasillos y los patios de este centro público, acostumbrado a servir de alojamiento a excursionistas y jóvenes viajeros, han sido tomados por decenas de niños y niñas de todas las edades. Ellos juegan, corren y ríen. Un ánimo que no es compartido por los padres, cuyos rostros reflejan el shock de la guerra y el cansancio de la travesía. Para muchos, haber llegado a España, a Madrid y a Cercedilla supone un remanso de paz en mitad de su infierno.
El domingo pasado comenzaron a llegar los primeros refugiados a los recursos de la Comunidad de Madrid. El albergue juvenil de San Lorenzo de El Escorial, dependiente de la Consejería de Política Social, fue el primero. Con capacidad para albergar a 100 personas, el personal de este centro en colaboración con Cruz Roja Española ofrece alojamiento, comida, elementos de higiene personal y atención social a los ucranianos. En pocos días, este centro se ha llenado, por lo que ahora es el albergue de Villa Castora, en el término municipal de Cercedilla, el que se suma a la acogida. Aquí caben 88 personas y en apenas tres días casi se ha llenado de hombres, mujeres y niños.
Anastasia Nemchuk es de Odesa, al sur de Ucrania. Llegó a España antes del estallido de la guerra, como turista. Ella, su marido y sus cinco hijos estaban visitando la isla de Lanzarote cuando comenzó el conflicto armado. El vuelo de vuelta fue cancelado y, de pronto, ella y su familia se vieron sin nada. “Esperamos volver a casa pero sabemos que ahora es imposible”, explica en inglés Anastasia a la vez que agradece la amabilidad recibida por todas las instituciones y el personal con los que se ha encontrado hasta ahora. “Pedimos ayuda a Cruz Roja. No teníamos planeada una estancia tan larga en España”, cuenta con resignación.
"Cuando se oyen sirenas, se acaba la clase"
Cuenta que ellos querían haber visto España como turistas y no como refugiados. De hecho, ella y su familia fueron de los primeros atendidos por los servicios sociales, ya que estuvieron durante unos días en el recurso de Las Caracolas, en Vallecas y gestionado por el Ayuntamiento de Madrid. Después de eso, se trasladaron a un hotel habilitado para los ucranianos por el Ejecutivo central cercano al aeropuerto de Barajas. Hace dos noches, volvieron a trasladarse, esta vez a Cercedilla. Su estancia aquí podría prolongarse hasta las tres semanas, hasta que la comisión que coordina a los refugiados determine su reubicación. Sobre el ánimo de sus hijos, asegura que los más pequeños lo están viviendo como un largo viaje. En cambio, su hija mayor, de 15 años, entiende todo lo que está pasando y mantiene comunicación con sus amigos, que siguen en Ucrania. “Sigue dando clases, online. Los profesores le dicen que cuando se oyen sirenas, se acaba la clase”, detalla Nemchuk, con dificultad.
Más de 3.000 kilómetros de travesía
Ruslan Nadyukhabla español. Hace un tiempo vivió en España y conserva bien sus conocimientos de la lengua. Esto sumado a que mantiene algunos amigos fraguó la decisión de salir del país. “Cuando empezó la guerra mi mujer decidió que teníamos que salir del país”, cuenta con gravedad. No fue fácil para Ruslan, su esposa y sus tres hijos cruzar la frontera. Después de 17 horas de cola, en la aduana de Ucrania les impidieron el paso. Los hombres desde los 18 a los 60 años no tienen permitido abandonar el país. Este fue el primer intento. A los pocos días hubo un cambio en la ley. Las familias de tres o más hijos podían abandonar el país, momento que aprovechó Ruslan para recorrer con su coche media Europa, hasta llegar a Cercedilla.
"Queremos quedarnos aquí y dar mejor vida a los niños"
“Al final nos dejaron salir. Vinimos para España porque yo ya había vivido aquí. Nos queremos quedar aquí definitivamente y dar una mejor vida para los niños porque no se sabe lo que va a pasar allá”. Ruslan y su familia llevan dos días en este albergue. Sus niños, de 8, 4 y 3 años, no parecen entender del todo lo que ocurre. “Mis hijos están bien. A mi mujer le cuesta acostumbrarse todavía a todo lo que nos ha pasado”, explica con sobriedad. Su ciudad, en la parte oriental de Ucrania, ha sido bombardeada. “Destrozaron el aeropuerto y una base militar”. En cuanto a la estancia en los diferentes recursos proporcionados por las administraciones, Ruslan asegura que los españoles están tratando bien a los refugiados.
A pesar de todas las dificultades, este hombre tiene una ventaja que está usando para ayudar a sus compatriotas. Gracias a su conocimiento del español, está colaborando en las labores de traducción de los refugiados que van llegando, al igual que otros ucranianos que ya residen en la región. “Intento ayudar a los que puedo pero a las personas que no saben, les cuesta un poco entender”, explica. Según cuenta, la inmensa mayoría llega nerviosa y preocupada por la familia, los amigos y la vida que han tenido que dejar atrás.
Madres con hijos, el perfil mayoritario
La Comunidad de Madrid ha puesto a disposición del Gobierno central un importante volumen de recursos para la acogida y la atención de los refugiados. Estos albergues juveniles son parte de ellos. Aquí, Cruz Roja Española es la que está coordinando junto a la Consejería y la Dirección General de Juventud -la competente en materia de albergues juveniles- la atención social de los ucranianos. “Desde el programa de refugiados en esta primera acogida damos alojamiento, manutención y cobertura de las necesidades básicas. Esto, junto a la atención psicológica y jurídica es lo fundamental en los primeros días”, detalla Nerea Beamud, coordinadora de Cruz Roja en estos albergues.
"Algunos agradecen la sopa caliente"
Explica Beamud que el estado de ánimo de los refugiados es complejo. Por un lado, el agradecimiento de haber llegado a un lugar seguro y confortable, por otro, la incertidumbre vital y la enorme sensación de pérdida por dejar atrás sus vidas. “Las familias se están instalando, es un momento muy inicial y muy cambiante. La situación de cada uno es muy variable, dependerá de las decisiones que tomen”, cuenta. El destino final está supeditado a múltiples factores. Si los refugiados tienen algún vínculo familiar o de amistad en alguna parte de la geografía española, pueden decidir trasladarse allí; si los refugiados deciden seguir en movimiento hacia otro país en donde tengan otros vínculos, pueden hacerlo; si los refugiados no tienen a nadie en ninguna parte, el programa de la Cruz Roja les derivará a otros recursos.
El perfil mayoritario es el de familias compuestas de madres con hijos. La presencia del padre es menos frecuente, precisamente, por la ley que impide abandonar el país a todo varón que tenga entre 18 y 60 años.
“Para los niños es como una aventura”
La disposición a la solidaridad y al trabajo del personal de los albergues está siendo encomiable. Si en una habitación equipada con cuatro camas se necesita un colchón más porque la familia que allí dormirá es de cinco miembros, se habilita un quinto lecho. Si hacen falta manos para organizar las cenas y comidas porque llegan más personas de las previstas, todos se prestan. “Este es un recurso más de todos los que ha dispuesto la Comunidad de Madrid”, explica el director general de Juventud, Nikolay Yordanov, que desde el domingo pasado pasa la mayor parte de sus jornadas gestionando y colaborando en las labores de acogida y preparación de estos albergues.
Ya han llegado los primeros 34 ucranianos a nuestro albergue juvenil de El Escorial. Mañana llegarán más. En total 308 plazas entre los tres albergues juveniles que hemos puesto a disposición.
Sobre el estado de ánimo de los refugiados, Yordanov relata que al llegar se encuentran expectantes sobre las instalaciones porque quieren saber qué tipo de servicios se les va a dar, qué tipo de comida, qué tipo de habitaciones van a poder usar. “Ayer algunos nos agradecían de que se les sirviera sopa caliente. Decían que llevaban muchos días sin comer nada caliente”, cuenta el director general, que asume el estado de nervios y la complejidad de la situación para los refugiados.
En cuanto a los niños, que son muchos en ambos albergues, su forma de ver la situación es diferente, según Yordanov. Se ha habilitado una sala de juegos en donde pueden ver dibujos animados y en donde tienen acceso a numerosos juegos de mesa. “Entiendo que los niños, sobre todo los más pequeños, se lo toman como una aventura. Son los padres los que están afrontando más la situación”, interpreta este responsable político que insiste: “Queremos dar a los refugiados la mejor bienvenida y la mejor acogida posible con la colaboración de Cruz Roja y del Estado”.