Tras un año al frente de la Gestora y desde el privilegiado altavoz institucional de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes ha logrado plenos poderes para consumar su revolcón al 'aguirrismo'. La primera tarea será desinflar el censo, una declaración de intenciones que busca sentar un precedente en todo el país.
Abril de 2012. El entonces secretario general del PP, Ignacio González, obtiene una marea de 'síes' a su gestión orgánica. Le quedan unos meses para llegar casi accidentalmente a la Presidencia de la Comunidad y unos años para convertirse en un apestado político. Es el Congreso regional número XV de la formación y Esperanza Aguirre reina en el Palacio Municipal de Congresos.
Hoy, la Púnica, la Gürtel y el desastre de Caja Madrid están en los juzgados. El PP de Madrid que en 2011 tintó de azul el mapa regional ha perdido un enorme tono municipal y depende a su pesar de Ciudadanos para mantenerse en la Comunidad.
La gran familia
Sin embargo, la autocrítica no ha sido para nada la protagonista del XVI Congreso autonómico de los populares, organizado por cierto sobre el mismo escenario que los últimos premios Goya. Tampoco lo ha sido el debate. El ascenso de una nueva familia era algo incuestionado desde antes incluso de que el último conato crítico fuera sofocado con suficiencia el pasado domingo. Como mucho, solo ha habido alguna cara larga.
De hecho, el único misterio de este Congreso estaba en conocer cuántos compromisarios acudirían a votar en pleno puente de San José y cuántos respaldarían la lista única de Cifuentes. Finalmente, la candidatura ha triunfado sin casi objeción, con menos del diez por ciento de nulos y votos blancos emitidos. Para el entorno de la presidenta, las más de 2.000 papeletas cosechadas este sábado y las casi 7.000 de los afiliados del pasado domingo son, sobre todo, cifras superiores a cualquier congreso anterior, nunca tan abierto como este.
Desde su personalista etapa en la Delegación del Gobierno hasta su mayor significación en la conquista de la Comunidad -lo que le ha valido el desagrado interno de algunos sectores, especialmente los más tradicionalistas-, una nueva mayoría 'cifuentista' ha ido creciendo circunstancialmente alrededor de su sombra. Cifuentes ha dado armas a una militancia a la que, al menos en las formas, ha sido capaz de seducir por distintas y ha sabido surfear esa marea que anhelaba cambios en el partido más inmovilista.
Con sus sombras, lo cierto es que la 'marca Cifuentes' ha lavado algo la cara al centro-derecha madrileño tirando de maneras pactistas, menos tensión (ni espectacularidad) verbal y medidas dosis de mano izquierda que han subvertido lo que se esperaba de un partido argamasado con postfranquistas y demócratas cristianos, no solo liberales o centristas.
Ahora, para amarrar ese cambio, más allá de algunas concesiones al 'aguirrismo' que han sorprendido hasta a sus protagonistas, formará con sus adláteres Garrido y González-Taboada un tridente orgánico. La fórmula ya está ensayada al frente de la Comunidad y no conducirá, según fuentes del partido, a una crisis de gobierno.
¿El último adiós a Aguirre?
Porque, puede que, para su sorpresa, el Congreso haya sido un adiós para la última cara de lo que durante lustros ha representado el PP de Madrid, maná de votos, laboratorio de políticas y pozo oneroso de corruptelas. La ovación a la saliente Aguirre no hubiera diferido del momento palmero que todo el que ha sido cachorro de partido sabe cuándo entregar a sus líderes si no hubiera sido por un detalle: las lágrimas de la durante años omnímoda exlideresa. Con ese llanto, de ganador de premio a toda una vida, Aguirre reconoció ante Mariano Rajoy el viernes el verdadero sentido de ese aplauso, que sonó más a un 'gracias por sus servicios' que a otra cosa.
Con su llanto de ganador de premio a toda una vida, Aguirre reconoció el carácter de despedida de la ovación.
No hay que olvidar que, durante la campaña que por aclamación ha aupado a Cifuentes, Aguirre se ha puesto tan de perfil que casi desaparece. El día de las históricas primarias, de hecho, tiró de genio y figura y votó a última hora sin confesar ni por quién se decantaba.
Con todo, que el 'aguirrismo' haya muerto este Congreso dependerá exclusivamente de su inventora, de Aguirre. Solo una de las políticas más imprevisibles de su generación será capaz de cerrar su tumba desde dentro. Ella es, por descontado, toda una superviviente.
Desinflar el censo
A partir del martes, la primera misión de la nueva ejecutiva será la revisión del censo del PP en la Comunidad que, extraoficialmente, la dirección admite que está inflado.
Basta con reparar en que solo se inscribieron para votar en la inédita primera vuleta 11.088 (un 11,8 por ciento) de los, supuestamente, 94.000 militantes populares que hay en la región.
Esta revisión servirá no solo para limitar costes, por ejemplo, en el envío de propaganda, sino para poner al día las cuentas y conocer el punto de partida para una nueva campaña de afiliación.
Los madrileños esperan crear escuela con este arriesgado movimiento cien por cien 'cifuentista'. Confían en que les siga el resto de agrupaciones autonómicas para que este baño de realidad no merme su cuota de poder relativa en la toma de decisiones nacionales que estén por venir, por ejemplo de cara a un eventual adelanto electoral o a la sucesión de Rajoy. A día de hoy, defender la cifra mágica de los 800.000 socios en todo el país es, además, algo muy 'antiguo régimen'.
En cualquier caso, es difícil mesurar el impacto ciudadano de la apertura de un nuevo ciclo en el PP de Madrid. El ciclo electoral está, tras un agitado bienio, en pleno valle y el primer test en las urnas no llegará hasta dentro de dos años. Será entonces cuando, si la corrupción no vuelve a llamar a la puerta del PP, los electores juzguen lo bautizado.