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Aula de niños ucranianos en Madrid
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Aula de niños ucranianos en Madrid (Foto: Chema Barroso)

Ucranianos en las aulas: “He conseguido que sonrían”

Por Alejandro Navas
viernes 29 de abril de 2022, 07:34h

Liza y Yegor son de Zaporiyia, una de las ciudades más asediadas por el ejército ruso en Ucrania. Ella tiene 13 años y los ojos azules. Yegor tiene ocho y le cuesta mantener la mirada con cualquiera, excepto con su hermana. Llevan 40 días en Madrid y unas tres semanas en el colegio Espíritu Santo, situado en Ciudad Lineal. Este centro alberga una de las 100 aulas de enlace que existen en la Comunidad de Madrid, un recurso especialmente útil para la integración de aquellos niños y niñas que no saben español y que requieren de una atención específica. Las nacionalidades son diversas y los idiomas maternos también, razón por la que el inglés sirve a veces de puente para la comunicación. "Nadie es más que nadie", dice el profesor de este aula, que usa el humor como herramienta y que es consciente de la situación personal de cada uno de sus alumnos.

Estos dos hermanos ucranianos llevan tres semanas escolarizados. Su conocimiento de la lengua española antes de huir del conflicto bélico que asola su país era nulo y poco a poco, su acervo va creciendo. El responsable de lo que ocurre en el aula de enlace es Joaquín Celaya, el profesor. “Los alumnos que he tenido hasta ahora no han venido por motivo de una guerra”, explica este docente. Tiene muy presente que la situación personal de cada uno de los niños que pisan su clase determina y condiciona su adaptación. Por ello, su labor no se limita a la enseñanza.

"Cuando nos enteramos de que venían, decoramos el colegio"

Celaya sabe tratar a los jóvenes no solo por ser profesor. Tiene la titulación de árbitro de baloncesto y ha ejercido como entrenador en múltiples ocasiones. Esta experiencia complementaria le permite saber cómo actuar y cómo liderar un equipo. Con Liza y Yegor, la relación todavía se está fraguando, sobre todo con el pequeño. “Lo más importante con ellos no es solamente enseñar e intentar que se sientan incluidos, también debo tener en mente cuál es la situación familiar”. Con esto se refiere este profesor al hecho de que el padre y el hermano mayor de estos niños están participando en la guerra, como soldados. Según cuenta, llevan más de tres semanas sin saber nada de ellos, el mismo tiempo que llevan en esta clase.

La sonrisa no es un gesto que Liza y Yegor practiquen mucho. Como remedio, Celaya dice que “hace el tonto” cuando intenta enseñar las nociones básicas del español que imparte en su clase. El sonido de la “zeta” es útil. Este fonema -tan común en nuestra lengua- es extraño o inexistente en muchos idiomas, como en el caso del ucraniano. La colocación de la lengua, de forma exagerada, es uno de los ejercicios más eficaces para relajar a estos menores y provocar alguna risotada. El humor como herramienta pedagógica es fundamental para este profesor, que la usa de forma consciente. Pero esto no significa que las clases sean un recreo: “Aquí todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones”.

A 3.000 kilómetros de casa

Liza se llama Elizabeth, pero prefiere que todo el mundo la llame Liza. Tiene el pelo de color castaño claro y se sienta erguida. Mantiene sus ojos muy abiertos y muy fijos a todo quien le habla. De España dice que le gusta la naturaleza y "la gente amable". En Ucrania practicaba gimnasia a un nivel casi profesional, algo que ella quiere continuar aquí, aunque aún es pronto. A su hermano Yegor no le suelen permitir sentarse cerca de ella, pero a veces hay excepciones, como en el momento de la visita a esta aula.

Mientras su hermana intentaba comunicarse mediante un inglés rudimentario y su teléfono móvil, el niño de ocho años dibujaba ensimismado. Al preguntarle por lo que se trataba, se encogió de hombros y enseñó un trozo de papel en donde no se apreciaba ninguna forma concreta. Más bien, era un conjunto de manchas de colores oscuros como el verde, el marrón y el negro. En un momento dado, Yegor contestó a una pregunta sobre lo que le gustaba de España, si lo hay. Él se lo dijo a su hermana y ella al traductor, entre pequeñas risas. La respuesta fue “el perfume de la gente”.

"Debo tener en mente la situación familiar"

“Nos está costando un poquito más”, reconoce Zelaya. Según su profesor, al principio no quería subir al aula de enlace. Explica que durante los primeros días estuvo con su “clase de referencia”, es decir, con otros niños de su misma edad con los que tiene una buena relación desde su llegada. La negativa de Yegor hizo que el primer día no llegara a presentarse en esta clase. Fue a la segunda cuando se convenció.

"Liza es muy seria”, dice una compañera de origen georgiano y de edad similar. Sobre el hermano menor, asegura que “es bueno”, aunque apenas hable. Esta semana Yegor va a comenzar a jugar al fútbol en uno de los equipos infantiles del centro. Para él, iniciar actividades que impliquen relacionarse con los demás supone un avance, aunque no sea capaz de articularlo con palabras en español. Según su profesor, no le importa repetir el mismo ejercicio cuatro veces con él porque lo importante es que, de forma progresiva, Yegor se sienta más implicado y se aísle cada vez menos.

El caso de estos dos hermanos es singular. Hace un mes y medio llegaron a España con su madre. No era la primera vez que pisaban la península ya que su abuela lleva cinco años viviendo y trabajando en Madrid, cuidando a una persona mayor. Al parecer, cuando estalló la guerra, la persona de la que cuidaba la abuela le ofreció una casa donde poder traer a su familia para que se alejaran del peligro. Poco tiempo después, tras la travesía que miles de refugiados realizan hasta otras partes de Europa, llegaron aquí. La madre es joven y al igual que su hija, necesita del traductor de su teléfono para entender y hacerse entender.

La acogida

Liza y Yegor son los primeros niños ucranianos que pisan este centro educativo madrileño, dentro del contexto bélico que vive Europa desde hace ya dos meses. Cuando desde la Consejería de Educación se comunicó a la dirección de este colegio que iban a contar con dos nuevos alumnos, se tomaron medidas para que su llegada fuera lo más agradable posible. El nivel de patriotismo que una niña de 13 años o uno de ocho pueda tener es difícil de medir, sin embargo, ver cómo casi todos los pasillos están plagados de pequeños banderines amarillos y azules y de pancartas con palabras de bienvenida en ucraniano es algo positivo. Los encargados de haber coloreado y llenado este colegio de estos símbolos de fraternidad fueron sus actuales compañeros de clase, en pos de contribuir a la llegada y a la adaptación de estos hermanos.

Liza, refugiada ucraniana

Los móviles no están permitidos en las aulas, aunque hay excepciones. Una de ellas es para Liza, que acude a un traductor con el permiso del profesor cuando es imposible la comunicación. Esta joven tiene alguna noción de inglés, que en ocasiones sirve de nexo para el español. Los primeros días, cuenta Celaya, estuvieron dedicados al alfabeto -la lengua ucraniana usa el cirílico- y a palabras de uso cotidiano. “La idea es enseñarles lo básico para que puedan desenvolverse también fuera del colegio”, detalla el profesor, que les alecciona sobre cómo actuar en situaciones reales como comprar en una tienda o subirse a un autobús.

"La idea es enseñarles lo básico"

El material escolar que se usa en esta clase es sencillo. Se trata de pequeños cuadernillos en donde aparecen palabras, frases o expresiones en el idioma materno (solo en esta aula de enlace hay cuatro nacionalidades diferentes) y en español, acompañados de su forma fonética. Estas palabras son, por un lado, de uso cotidiano y, por otro, relativas al vocabulario. “La comida es lo que más suele interesar”, dice Zelaya que relata cómo cuando se habla de los diferentes platos y tipos de ingredientes los alumnos muestran mayor atención, al tratar de definir los platos propios de cada una de sus culturas.

Fomentar la competitividad de una forma sana también es una herramienta. Es habitual organizar pequeños concursos de español relativos a la gramática o a la pronunciación para incentivar el interés. “Intento que se piquen entre ellos”, asegura este profesor, que usa este tipo de juegos no solo para que aprendan la lengua, también para que interactúen y socialicen entre ellos.

El esfuerzo de la Administración

Antes del estallido de la guerra y del aumento del flujo migratorio y de refugiados, en la Comunidad de Madrid había unas 75 aulas de enlace. Ahora hay 100. En estos momentos, alrededor de 1.450 niños y niñas ucranianos han sido escolarizados en centros educativos de toda la región. Para facilitar su inserción en Madrid y en España, las aulas de enlace suponen un recurso fundamental para el estudio del español, una lengua que la mayoría desconoce. "Estas unidades acogen a estudiantes extranjeros desde los ocho hasta los 16 años y permiten su integración cuando presentan carencias idiomáticas", explican en la Consejería de Educación. Parte del claustro del Colegio Espítiru Santo

Para los mayores de 16 años que tengan dificultades con el idioma, la Comunidad ha establecido que sean matriculados tanto en los 36 Colegios de Educación para Adultos (CEPA) como en las 75 Escuelas Oficiales de Idiomas. Del mismo modo, se está priorizando la escolarización de estos estudiantes en los colegios e institutos bilingües, ya que a la mayoría de ellos les resulta más fácil comunicarse en inglés que en español.

Del total de estudiantes de Ucrania que ya han sido escolarizados, 314 lo están en la etapa de Infantil, 598 en Primaria, 358 en Secundaria y 180 están asistiendo a clases en los CEPA. Las localidades que están acogiendo al mayor número de niños son Madrid capital, Pozuelo de Alarcón y Arganda del Rey.

Además, los alumnos que se han escolarizado en Infantil y Primaria y muchos de Secundaria están recibiendo la beca completa de comedor y se les está sufragando el servicio de transporte a aquellos que necesitan utilizarlo. Los equipos directivos y las AMPAs, por su parte, están facilitando a estos niños material escolar. Además, se les está prestando atención psicológica y se ha facilitado material especializado a los docentes través del Colegio de Psicólogos de Madrid con pautas para manejar situaciones complejas derivadas del choque cultural y del trauma de la guerra.

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