En el centro penitenciario de Aranjuez existen dos módulos particulares: el de familia y el de maternidad. El de familia ofrece la posibilidad de compartir celda a parejas que estén cumpliendo condena y que tengan hijos menores de tres años. El de maternidad, permite que una mujer sola pueda convivir con su hijo en la celda hasta que cumpla los tres años. En ambos casos, cómo no, deben cumplirse una serie de condiciones. Esta es la historia de Vicky y de Mia, de su paso por la cárcel y de su maternidad sin libertad.
Vicky llegó a España desde Colombia hace más de 20 años. Salió de su país por el conflicto armado y por el nivel de delincuencia. No vino sola, le acompañaba su pareja de entonces. Vicky fue durante muchos años madre y ama de casa. La relación sentimental fue deteriorándose al punto de que la violencia se convirtió en habitual, lo que provocó su separación. Cuenta Vicky que su expareja no aceptó la ruptura ni tampoco que ella iniciara una nueva relación con otra persona. “Me buscaba, me seguía, decía que si no era para él no lo iba a ser para nadie”.
Tienen tres hijos en común. Un día, aprovechando que Vicky estaba de viaje en Colombia para visitar a su padre moribundo, su expareja llamó a uno de sus hijos para pedirle un favor: que le dejara las llaves del trastero de la casa para coger unas cosas y dejar una maleta. A su vuelta, Vicky se enteró de lo ocurrido y quiso recuperar las llaves del trastero, cosa que nunca consiguió. Al mes y medio, la Policía Nacional entró en su casa y encontró en la maleta herramientas para la elaboración de cocaína. Su exmarido había sido detenido por delitos contra la salud pública y tráfico de drogas. También, su actual pareja, al que acusaron de ser el “cocinero”. Sin embargo, lo que no esperaba Vicky era que la acusaran de ser cómplice.
"Te juegas tu libertad y el estar con tu hijo"
Cuando la condenaron a cumplir 8 años de prisión, estaba en el séptimo mes de embarazo. Dio a luz en agosto de 2015 y en ese momento la trasladaron al módulo de maternidad del centro penitenciario de Aranjuez. “Yo soñaba que estaba en mi casa”, recuerda Vicky cuando habla de los primeros días y de las primeras noches en el penal. Según el delito por el que se entra a prisión, la recepción de los reclusos varía. Al entrar, lo habitual es que pregunten y en función de la respuesta la estancia comience con mejor o peor pie. En el caso de Vicky, no tuvo demasiados problemas durante los dos primeros meses, aún embarazada. “A mí me preguntaron y yo dije la verdad, que estaba por droga. Si hubiera tenido un delito de sangre habría sido diferente, seguro”.
Al llegar a Aranjuez, al módulo de maternidad, la acogida fue diferente. La convivencia se volvió más pesada. “Cuando los niños son pequeños suelen pegarse entre ellos, a modo de juego, y eso provocaba problemas”. Explica que, además, existen las envidias. Para Vicky, el motor que la hacía mantenerse alejada de cualquier tipo de conflicto o de comportamiento que pudiera ser entendido por los funcionarios de prisiones como problemático eran sus hijos, los que estaban fuera y el que estaba dentro. Dice que nunca vio ni quiso ver droga en la prisión. “Te juegas tu libertad y el estar con tu hijo”.
El módulo de familia
El módulo de familia del centro penitenciario de Aranjuez permite una convivencia de pareja e hijos durante la condena. Vicky pudo vivir con su pareja y su hijo en una celda menor de 20 metros cuadrados durante el último año y medio. “La celda tenía una cama y una cortina para separar la cuna o la cama del niño”. Para acceder a este módulo, ninguno de los miembros de la pareja debe mostrar un comportamiento conflictivo y la convivencia final se produce de forma progresiva. Primero, se organizan visitas durante dos meses, en donde los funcionarios comprueban que no hay problemas. Cuando el marido de Vicky pasó a convivir con ella, su hijo contaba 18 meses de edad.
“El trato con los funcionarios fue bueno, nunca me sentí vejada”. Esta mujer relata que, en ocasiones, los funcionarios les decían que no encajaban en la cárcel. El penal de Aranjuez es el único de España que cuenta con un módulo de familias. Ningún recluso que tenga delitos de índole sexual o de abusos a menores puede acceder, exámenes de comportamiento aparte. La convivencia, si se produce, pasa a ser de 24 horas, lo que supone en estos casos un aliciente enorme para los presos que tienen años de privación de libertad por delante.
Libertad y adaptación
En julio de 2018 Vicky cumplió la cantidad de condena suficiente como para poder superar de los muros de la cárcel con su hijo, que estaba a punto de cumplir los tres años de edad, la fecha límite en la que los menores pueden vivir con sus madres reclusas. Su exmarido volvió al módulo de hombres y ella pisó la calle. En ese momento, apareció la Fundación Padre Garralda, que tiene programas específicos para mujeres reclusas con hijos en segundo y tercer grado, además de programas para madres en libertad condicional.
Cuando Vicky salió, esta fundación le ofreció una formación en orientación laboral que le ayudó a encontrar su primer empleo después de pasar por la cárcel. Fue como camarera de piso en un hotel, trabajo que mantuvo durante unos cuatro meses. Durante ese tiempo, a través de una amiga, le surgió una oportunidad como técnica de limpieza para el ayuntamiento de un municipio al norte de la ciudad de Madrid. Explica que en ninguna de las entrevistas de trabajo ha contado nada sobre su paso por la cárcel. “Cuando me preguntaban por esos años, decía que me había dedicado a cuidar de mi hijo”. Ahora Vicky vive con sus hijos y con su marido, que salió del centro de Aranjuez un año después que ella.
La historia de Mia
Mía tenía 18 años cuando fue condenada a nueve años y cinco meses de cárcel por un robo con violencia cometido junto a su ex marido. En aquel momento ya era madre de un niño de 10 meses. Además, estaba embarazada de dos meses. Primero pasó por Meco y después fue trasladada a Aranjuez, al módulo de maternidad. Después de un tiempo, consiguió cambiar al módulo de familias, donde compartió celda con su anterior pareja y su hijo. Esta mujer recuerda con dureza la convivencia. La relación antes de entrar en la cárcel no era buena, había violencia verbal y física. Aún así, en el penal convivieron durante un tiempo, hasta que ella decidió divorciarse.
Mia se dio cuenta de que su relación era tóxica después de participar, por casualidad, en un taller de violencia de género. Nunca antes había reflexionado sobre la forma en que la trataba su ex marido. “Me ayudó a quitarme la venda de los ojos”. Aquí, recuerda que el director del centro le ayudó a denunciar los abusos para que les apartaran y dejaran de convivir en el módulo de familias.

Sin apenas atención psicológica
El hecho de estar privado de libertad supone un trauma obvio para todo aquel que entra en prisión. Sin embargo, el condicionante de ser madre entre rejas puede suponer un elemento de tensión y presión añadido. Esto sumado a una relación tóxica y violenta en la propia cárcel, puede conllevar a problemas psicológicos graves. A pesar de que fue la dirección del centro la que puso la denuncia para concluir la convivencia entre Mia y su ex pareja en el módulo de familias, esta mujer asegura que se sintió muy desprotegida. En cuanto a su estancia en el módulo de maternidad, donde podía vivir con su hijo, asegura que las normas eran estrictas: “Si tienes alguna discusión con alguna otra madre, tienes a una advertencia; si llegas a las manos, te vas”
"Si llegas a las manos, te echan"
El servicio psicológico del centro, explica, se producían una vez cada mes o cada dos meses. Las consultas no duraban más de 10 minutos. Para Mia, uno de los peores momentos fue cuando tuvo que separarse de su hijo, cuando cumplió tres años, tal y como marca la ley. Al no tener ninguna persona de su entorno familiar dispuesta a hacerse cargo de su hijo, pasó a estar acogido en un centro de menores de la Comunidad de Madrid, durante casi un año. “Mi madre estaba bastante enferma y mi padre trabajaba”, explica, a la vez que reconoce que la relación con su familia “no era buena”. Cuenta que su padre sentía “verguenza” de su hija por el crimen que había cometido y por el tipo de vida que él pensaba que había llevado
En ese momento, su condición psicológica y anímica estuvo tan baja que comenzó a tomar antidepresivos. Cuenta que hasta que no pasaron unos meses y no comenzó a trabajar en el Economato de la cárcel no mejoró.
Libertad y reencuentro
Mia pudo salir de la cárcel cuando cumplió cuatro años de condena. Con 22 años y con dos hijos, su primer impulso fue recuperar al que se encontraba acogido en un centro de menores. Comenzó realizando visitas periódicas. Sobre el impacto emocional en el menor, ella reflexiona: “Un niño de tres años, desaparece su madre… Interiormente creo que estaba bien pero, seguramente, creo que a día de hoy todavía tendrá algo sin explicar”.
"Aún hoy, mi hijo tendrá algo sin explicar"
Mientras tanto, Mia pudo vivir en uno de los recursos habitacionales de la Fundación Padre Garralda, que la ha acompañado durante todo su proceso de reinserción en la sociedad. Encontrar trabajo para ella no fue fácil. Sin apenas formación académica, la hostelería ha sido el sector donde más ha trabajado durante este tiempo. A pesar de todo, consiguió recuperar a su hijo, después de atravesar un proceso burocrático y psicológico intenso. En los cuestionarios de los servicios sociales, cuenta, se llegó a preguntar si era digna de cuidar a su hijo, si era capaz de ser un referente y de proporcionarle todos los cuidados necesarios. La respuesta fue afirmativa y hoy Mia tiene una nueva vida.

La Fundación Padre Garralda
Desde 1978, la Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos se dedica a la integración social de las personas más necesitadas. Toda su labor está concebida para dar esperanza a las personas más marginadas de la sociedad, a través del desarrollo de diferentes proyectos dirigidos a facilitar su acceso a una vida normalizada. Entre todos los programas sociales que impulsa, existe uno dedicado a la mujeres reclusas, exreclusas y con menores a su cargo.
En los casos de Vicky y de Mia, la relación entre las profesionales y las usuarias es más que cercana y las palabras se pronuncian entre tandas de abrazos y miradas de cariño. La actitud que muestran entre ellas es una mezcla de alegría y admiración. Por parte de las trabajadoras sociales, la sensación que desprenden es la de alguien que ha acompañado a otro alguien a salir de un hoyo profundo y que, con satisfacción, comprueban que ya no necesitan ayuda.
La fundación, financiada casí íntegramente por la Comunidad de Madrid, tiene diferentes recursos materiales y humanos para afrontar esta labor. En concreto, disponen de 31 plazas distribuidas en cuatro centros para la atención integral de las mujeres que se ajusten a estos perfiles. En función de la situación individual, estas mujeres pueden ser acogidas en un centro u otro. Así, las reclusas en segundo y tercer grado con hijos a su cargo hasta los 6 años son acogidas en la Unidad Dependiente Ellacuría; las reclusas con hijos que estén en libertad condicional o ya hayan cumplido la totalidad de su condena son acogidas en el Centro Strada III o en Strada MIA, si su progresión personal constata la posibilidad de residir en un modelo de autonomía.
El proceso de intervención social es complejo y tiene un carácter multidisciplinar. El equipo cuenta con más de 120 profesionales, además de los voluntarios, en los que hay médicos, psiquiatras, enfermeros, psicólogos, trabajadores, y educadores sociales. Los vínculos de confianza que se generan entre estos profesionales y las usuarias son fuertes. En muchas ocasiones, esta fundación y sus equipos son el único apoyo que encuentran las mujeres que han pasado por la cárcel y que han sido madre entre rejas. Durante todo el tiempo que la Fundación Padre Garralda lleva ejerciendo esta labor, se ha logrado atender a más de 50.000 personas a rehacer sus vidas.