La capital de la ciencia se trasladó a España el verano de 1905. Astrónomos de todo el mundo tomaron sus telescopios para no perder detalle de un eclipse total de sol que sumió en la sombra al municipio burgalés de Quintanilla. Desde el resto de latitudes nacionales también se apreció el espectáculo. En Madrid, las terrazas se convirtieron en observatorios improvisados. Muchos intuyeron el apocalipsis ante el suceso.
Un eclipse solar total se dejó ver desde Canadá hasta el desierto de Arabia el 30 de agosto de 1905. El sol presentaba ese año su máximo esplendor, circunstancia que solo se da cada once. Este tándem prometía una amplia visibilidad del fenómeno, cuya aparición puede espaciarse en el tiempo cerca de un siglo, y las predicciones no fallaron.
A los astrónomos europeos se les presentó una oportunidad inédita para estudiar la corona solar gracias a la introducción de las técnicas fotgráficas. En España, el evento se vivió como la ocasión perfecta para hacer despegar la astrofísica nacional. Así, el despliegue fue asombroso en todas las ciudades del país. Sin embargo, la mayor peregrinación científica llegó a Quintanilla, un pequeño pueblo de Burgos al que las investigaciones apuntaban como el lugar en el que más se prolongaría el eclipse: tres minutos y 45 segundos.
La comitiva científica llegó armada con sus telescopios al municipio burgalés y al mediodía se hizo la oscuridad. Como recogió el diario ABC, "a la una menos diez minutos de la tarde empezará para ese pueblo la noche completa, y terminará a la una menos seis minutos y deciséis segundos". La exploración fue intensa, pero también la decepción: no se produjeron hallazgos singulares.
Madrid vio el apocalipsis
Mientras, en Madrid las azoteas se acondicionaron como observatorios improvisados. Nadie quería perderse el espectáculo: unos por curiosidad y otros por la posible llegada del apocalipsis. Y es que muchos sospechaban de la mano de Dios o el maligno detrás de estos eclipses. Con la repentina oscuridad a plena luz del día intuían el apocalipsis. Casi 12 millones de personas (de 18 millones de habitantes) eran analfabetas en la época, pero las palabras que escuchaban de la Biblia calaban vien hondo, aunque no pudieran leerlas por sí mismas.
El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas, para que la tercera parte de ellos se oscureciera y el día no resplandeciera en su tercera parte, y asimismo la noche. Apocalipsis 8:12
La anécdota de la jornada la puso el fotógrafo Francisco Goñi, quien subió a unos vecinos a una terraza madrileña un día antes del eclipse y captó en sus instantáneas el afán con el que trataban de vislumbrarlo.