TAL DÍA COMO HOY
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(Foto: Tomás Carlos Capuz y Alonso (Dominio Público)) |
El Cuartel de la Montaña, la primera chispa mortal de la Guerra Civil
Por MDO
viernes 20 de julio de 2018, 07:48h
Eran días de calor de julio en la capital y tal día como hoy, cuando no se alcanzaba la semana desde los primeros movimientos y sublevaciones, la Guerra Civil Española ya era una realidad que iba a prender fuego a todo un país. Era 1936 y el Cuartel de la Montaña, situado donde ahora reposa el Templo de Debod, fue un polvorín que dio inicio a las primeras muertes de la contienda española. Aquel día los sublevados contra la II República española se atrincheraban en el cuartel a la espera de los refuerzos, sin embargo, y pese la intención de liberación de los atrincherados, todo acabó a tiros y con un considerable reparto de cadaveres.
El 20 de julio de 1936, la Guerra Civil era más que inminente pese a que el día anterior, el 19 de julio, la prensa publicaba un comunicado del gobierno en el que se da por fracasado el intento de golpe de estado. Sin embargo, a pie de acera por las calles de Madrid no se habla de otra cosa que de la evolución de la sublevación contra la Segunda República.
En Madrid existe un lugar que sería el núcleo de la sublevación en la capital: el Cuartel de la Montaña. Se trataba de una edificación militar que se situaba donde hoy está el templo de Debod, en la montaña de Príncipe Pío. Era un edificio sólido construido en 1863, de planta cuadrangular y dos patios, con capacidad para albergar una guarnición de 2.600 a 3.000 soldados de infantería, ingenieros y un grupo de alumbrado.
Allí, el general Fanjul, su hijo y las tropas que todavía le eran fieles, optaron por permanecer encerrados a la espera de unos hipotéticos refuerzos que debían llegarle principalmente de Burgos, Valladolid o Zaragoza. Lo que no sabía es que de esta forma condenó el golpe de estado al fracaso.
Fanjul está convencido de que se encuentran aislados. Consideraba más factible mantenerse a la defensiva en el interior del cuartel, esperando a las columnas que el piensa que sin duda ya avanzan desde las otras ciudades camino de Madrid. Todo estaba preparado para la defensa del edificio: se instalan ametralladoras en los tejados y se tapian las aberturas con colchones y chapas metálicas. Por las noches, apagaban por precaución las luces del cuartel. Todo era incertidumbre.
El encierro no ha quedado ajeno y la noticia corre igual de rápido que la pólvora. Comenzaron a dirigirse hacia allí numerosos guardias civiles, soldados, guardias de asalto y multitud de civiles armados.
Ya a día 20, el cuartel se encontraba defendido por 1364 hombres pertenecientes a los regimientos de infantería, zapadores minadores y de alumbrado, a los que les acompaña un reducido grupo de voluntarios civiles de Falange, que se unieron a los alzados desde el día 18.
Si bien es cierto, fuera de los muros la realidad era distinta. Millares de personas ya rodeaban el cuartel y procedían a realizar algún que otro intercambio de disparos. A todos los hombres armados, se añadían dos cañones.
Durante el asalto al cuartel, se dejaron ver algunos aviones en el aire. El primero, cuando todos observaban expentantes lo que iba a ser probablemente un bombardeo, resultó ser el lanzamiento de unas octavillas donde se podía leer: "El Gobierno de la República os ha licenciado automáticamente; tenéis la licencia absoluta en vuestra mano. Basta con que abandonáis a los jefes y oficiales y salgáis a la calle en busca de nosotros, del pueblo que viene a libertaros".
El general Fanjul, que todavía confiaba en los refuerzos y los millares de soldados de los que disponía hizo caso omiso. Los siguientes aviones ya no estarían cargados de octavillas. La caída de una de las bombas que causó numerosos heridos, provocó principalmente que la moral de los sitiados cayese hasta el fondo.
Tras los primeros acontecimientos y con los heridos que había, apareció desde una ventana, una bandera blanca en sinónimo de rendición. Los asaltantes, al visualizarla, arrancaron hacia las puertas para recibir la esperada rendición. Fue entonces cuando las ametralladoras del interior comenzaron a sonar. Más que juego sucio, la situación hablaba por sí sola de la poca gestión dentro del cuartel y la mala organización.
Una vez alcanzado el mediodía, todo había terminado. El asalto había dejado más de 300 muertos, la gran mayoría en el interior del cuartel.
La euforia se desató entre los asaltantes, pero lo que no podían imaginar era que aquella pequeña reducción a los sublevados simplemente sirvión como pistoletazo de salida de una larga guerra que dejó un país devastada y cientos de miles de muertos. Era 20 de julio y arrancaba la Guerra Civil.