Eran horas cercanas a la media noche cuando una explosión inesperada en el número 28 de la calle Joaquín Costa interrumpió la rutina de los madrileños a sus respectivas camas. Se trataba de un escape de gas causado por una perforadora, que provocó un estallido cuya onda expansiva y el socavón dejaron sin luz ni línea telefónica a varias zonas del norte de la capital. Con el verano acechando, aquella noche el calor vivido fue provocado por la tensión de los presentes y las llamas que la detonación dejó como recuerdo, sin olvidar la treintena de heridos.
Era 26 de junio de 1973 y la noche se presentaba calmada y calurosa. El asfalto, ensanchado por el calor, todavía no sabía que en pocas horas sería el protagonista. Los madrileños también concluían el día y emprendían camino a la retirada en sus hogares; sin embargo, en el área ubicada bajo la calle de Joaquín Costa, una perforadora gigantesca escarbaba en las entrañas del suelo de Madrid para lograr dar forma a un túnel por el que discurriría en un futuro la nueva línea del Metro.
De repente, el asfalto sobre la glorieta de Ruiz de Alda comenzó a abrirse poniendo en alerta a muchos de los vecinos. Esa brecha, de 5 metros de ancho y 15 de largo, provocó la salida a la superficie de un fuerte olor a gas, lo que hizo que saltaran las alarmas. Entonces, una enorme sacudida tambaleó los inmuebles de la calle de Joaquín Costa. Una fuerte explosión hizo retumbar el norte de Madrid.
La electricidad dejó de fluir por las casas hasta las inmediaciones de Velázquez, pasando por Serrano y Colonial del Viso, y los cristales yacían esparcidos en minúsculos pedazos por el suelo.
Varias explosiones
Una nueva explosión, ahora acompañada por el zumbido de un gigantesco soplete, emergió desde el suelo de la calle, junto a los archivos del noticiario No-Do, en la esquina de Velázquez y Joaquín Costa. El miedo y el murmullo se alzaron desde las posiciones más elevadas de los edificios, rumbo a los ubicados en las primeras plantas. Los vecinos se hacinaban a ciegas en las escaleras con la firme idea de pisar la calle cuanto antes.
En el sanatorio San Francisco de Asís, cercano a la zona cero, muchos enfermos asomados a las ventanas de sus habitaciones contemplan las altas llamas, de "casi cincuenta metros de altura", relata el diario ABC. Tomando como referencia los hechos recopilados por Rafael Fraguas en el sanatorio, podemos entender cómo el pánico se adueñó del lugar: "En la oscuridad de los pasillos, las linternas de los bomberos buscan trabajosamente a los enfermos, que ayudados por las monjas, médicos y enfermeras, cojeando algunos y otros palpando las paredes, han comenzado a abandonar la clínica por el jardín posterior".
En la calle, los bomberos, que alcanzaban los cientos, junto con voluntarios de Cruz Roja y policías, intentaban encaminar ordenadamente los pasos de los anonadados vecinos.
Multitud de heridos
Las ambulancias comenzaron a actuar. "Las autoridades municipales establecen un cuartel general de evacuados en la plaza Mayor y la angustia de las primeras horas sólo se ve atemperada por los encuentros, en camisón y pijama, bajo la lluvia mansa que ahora cae", relata Fraguas.
La noche se convirtió en un mar de incertidumbres y los servicios y vecinos intentan averiguar a ciencia cierta la identidad y el número de heridos, todavía desconocido.
Finalmente, treinta y dos heridos ingresaron aquella noche en el Hospital de La Paz con distinta consideración. Heridas, contusiones y quemaduras monopolizaron las curas en los hospitales.
Igualmente, por suerte para los viandantes heridos, diversos coches aparcados en la cercanía, saltaron por los aires a "varios metros de altura a consecuencia de la onda expansiva", sin que alcanzase de lleno a nadie.