Este sábado, 19 de agosto, se cumplen 110 años de la matriculación del primer coche en Madrid: M-1 es la histórica e inconfundible placa que exhibió un Panhard cuyo propietario era Valentín de Céspedes.
Cuesta, y mucho, imaginar un Madrid sin coches. Pero todo tiene un principio, la circulación de vehículos también, y hubo un tiempo en el que las fotografías de la capital diferían enormemente de las actuales. Las calles, sus comercios, sus gentes… y el tráfico… o la práctica ausencia de él.
Primero llegarían los coches. Aunque lo hicieron muy tímidamente en cantidad, pronto las autoridades se percataron de que era necesario regular su circulación. Así, el ejemplar de Gaceta de Madrid del 20 de septiembre de 1900 recogía la aprobación, tres días antes en Consejo de Ministros, del Reglamento para el servicio de coches automóviles por las carreteras del Estado, que constaba de siete capítulos: Circulación de los coches automóviles, Condiciones que han de reunir los automóviles para circular por las carreteras, Circulación de automóviles aislados de servicio particular, Circulación de automóviles aislados de servicio público, Circulación de automóviles que remolquen otros vehículos, Reglas aplicables a la circulación de toda clase de automóviles y Disposiciones generales.
Las matrículas como punto de inflexión
Por entonces, las matrículas existían, sí, pero eran meramente anecdóticas y casi casuales, entre otros motivos porque no había una normativa clara al respecto. Un laberinto legal al que puso fin una Real Orden fechada el 24 de mayo de 1907.
Pero todo llevaba otro ritmo, por lo que aún habría que esperar hasta un caluroso lunes de verano para que se registrara el que sería el primer coche matriculado en Madrid y, por ende, uno de los primeros de España, según reconoce la propia DGT. Tal día como hoy, el 19 de agosto de 1907, Valentín de Céspedes inscribió su turismo, un Panhard que luciría una placa histórica e inconfundible: M-1.
Cuentan las crónicas de la época que durante aquel tiempo el parque móvil de la ciudad apenas aumentaba en unos centenares por año. Nada que ver con la velocidad del momento actual, en el que es frecuente que en una única familia se cuente, incluso, más de un turismo. Más diferencias: si en aquellos renqueantes inicios los afortunados eran aristócratas y nobles, ahora el mercado del automóvil es tan amplio y variado que hace de sus posibilidades un abanico casi infinito.
Y aún hay más: si hoy casi todos defienden el coche como un bien necesario, entonces era un lujo, un objeto de deseo al alcance de muy pocos. No obstante, eran pocos los españoles que podían destinar miles de pesetas a un automóvil cuando sus salarios apenas alcanzaban unos pocos cientos de ellas. Con matrículas, los coches convertían a los más ricos en privilegiados con un toque de distinción.