Los libreros de la cuesta de Moyano denuncian estar en situación crítica. La crisis, la falta de ayuda municipal, las intervenciones urbanísticas, los elevados cánones y la competencia feroz del sector hace temer que este mercado, el más grande de Europa en su segmento, esté escribiendo su último capítulo.
Para los de Claudio Moyano, año a año, la cosa cada vez se pone más cuesta arriba. "Los puestos de láminas junto al Sena están declarados bien patrimonial en París. Aquí, los ayuntamientos no nos han ayudado jamás. No nos dan ni bolsas. De hecho, las intervenciones de los últimos años han lapidado nuestros negocios", la que habla es Carmen Rivas, librera desde 1971 y actual propietaria de la Caseta de la Música, uno de los puestos especializados del ámbito. "Hace años esto daba mucho dinero, pero, de unos años a esta parte, el negocio ha decaído de forma radical. Tenemos parte de culpa por no habernos sabido renovar ante una nueva cultura bibliófila, pero el olvido institucional y las actuaciones urbanísticas nos han castigado mucho", añade Javier, propietario de otro puesto desde hace seis años, aunque hace once que trabaja como librero en la zona.
Los problemas reales comenzaron cuando el Ayuntamiento de Alberto Ruiz-Gallardón peatonalizó la zona. El granito provocó que el suelo en verano ardiese y no hubiese quién parase por allí. Tampoco ayudó que la gente no pudiese entrar con el coche para vender sus libros (hoy día hay una prohibición expresa y los parquímetros en la calle de Alfonso XII están colocados de manera confusa, lo que conlleva multas y menos clientes). Luego llegaron los botellones, los patinadores que utilizaban los puestos cerrados para hacer sus acrobacias, un carril bici sin señalizar que hace que los ciclistas vayan por donde quieran, la retirada de árboles, la sustitución de las farolas fernandinas por otras de diseño que rompieron la dinámica de la zona, los cortes de tráfico los domingos y las maratones que impiden a la gente llegar fácilmente a la zona, y un horario de carga y descarga -de 10.00 a 12.00- que no se adapta a la idiosincrasia y negocio de los libreros.
Paradójicamente, la crisis terminó de rematar la zona, las ventas han caído entre un 50 y un 70 por ciento. La alcaldesa, Manuela Carmena, recorrió el lugar en noviembre para interesarse por su caso y el nuevo Consistorio pretende sentarse a hablar de la situación con los tenderos. Sin embargo, quedan muchas cosas por hacer. Para empezar, hay que solucionar el sistema de cánones, que establece que la cantidad depende de lo que se pagó en la subasta por cada puesto. Así, hay tenderos que pagan 1.300 euros semestrales y otros, 6.000. "Es injusto e insoportable. Y no tenemos siquiera una mínima publicidad del Ayuntamiento. Por lo menos, para salir en las guías turísticas", añade un cuarto tendero.
Un quiosco de hostelería
La concejala socialista portavoz en el Área de Cultura, Mar Espinar, va a trasladar este lunes el caso a la comisión ordinaria del ramo. "Es un asunto que afecta a varias áreas, que no se pueden escudar de que la responsabilidad compete a otros. Tienen que coger el toro por los cuernos porque es una seña de identidad única de Madrid. Hay que dignificar lo que tenemos. Hay que cambiar el sistema de cánones y la carga y descarga porque no tienen sentido. Apostar por ello, por ejemplo, recuperando el proyecto de Prado- Recoletos, que planteaba instalar un quiosco de hostelería en la cuesta para hacer más atractiva la zona", concreta.
Según el expediente municipal original, custodiado en el Archivo de Villa, y cuya edición en facsímil ha sido consultada por Madridiario, algunas de las mejores firmas del Madrid, solicitaron en 1925 con éxito al Ayuntamiento la instalación de una feria de libros permanente. Este espacio fue el lugar elegido, donde se instalaron casetas diseñadas por el arquitecto Luis Bellido. Desde entonces, esta feria permanente solo ha cerrado durante quince días en toda su historia, en los más crudos bombardeos de la Guerra Civil. La única renovación de casetas se produjo en 1984, tras varios intentos previos, en la que se instalaron servicios de agua, electricidad y teléfono. Durante ese período, los libreros de Moyano vendieron en el Paseo del Prado. El siguiente traslado provisional, y el más largo (hasta 2007), se produjo en 2004, cuando se produjo un incendio en la estación eléctrica de la calle de Almadén (que arruinó la Serrería Belga). Entonces, el Ayuntamiento de Madrid decidió construir la instalación bajo la cuesta y, de paso, aprovechó para transformar la vía, en cumplimiento del Plan Especial Prado- Recoletos.