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Mutismo Selectivo
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Mutismo Selectivo (Foto: MDO)

Menores atrapados en el silencio

Por Paula M. Gonzálvez
viernes 03 de julio de 2015, 07:37h

Cuando el colegio se convierte en un entorno hostil para un niño, la situación llega a repercutir gravemente en su actividad social. Algunos de ellos optan directamente por callar, aunque para ello tengan que valerse de gestos para comunicarse. No se trata de timidez extrema, sino de una patología imposible de controlar, de manera que el menor encuentra en el silencio su mayor arma de defensa.



Hablamos de mutismo selectivo, una enfermedad que suele darse en la etapa preescolar y que provoca una inhibición del habla en ciertas situaciones, aunque en casa suelen comunicarse con total normalidad. Se trata de un trastorno tan poco conocido que muchos lo creen reciente, aunque ya fue descrito en 1887; incluso se llega a confundir con el autismo o el Síndrome de Asperger. Las familias con un miembro que lo padece se enfrentan a un tratamiento de años de duración, en el que el avance es lento y progresivo, y el paciente pasa por diferentes etapas hasta que se recupera por completo: comienza con una fase de congelación, deriva en comunicación no verbal, de ahí pasa a emitir sonidos y susurros y, finalmente, si todo va bien, hablará. Según en qué entornos, los niños sufren ansiedad, no establecen contacto visual y pueden reaccionar de diferentes formas. De la misma manera que pueden quedarse congelados, podrían agitarse. Lo ideal en ambos casos es no obligarles a hablar ni permitir que otros lo hagan por él, aunque de vez en cuando se puede dejar que se exprese a través de otros niños. Cuando ante otras personas no responda, es preferible no justificarle alegando timidez.

Pero ¿por qué un niño con un lenguaje frecuentemente fluido deja de hablar en determinadas situaciones? Según José Guillermo Fouce, presidente de Psicología Sin Fronteras y profesor de honor de la Universidad Carlos III, las causas del problema se desconocen, pero"puede derivar de una situación traumática, del rechazo social, a la interacción con otros o de sentir ansiedad". Fobias sociales, bullying, complejos... Todos ellos pueden desencadenar la aparición del mutismo selectivo. "Algunas investigaciones lo relacionan durante la infancia con la fobia social en la etapa adulta, un trastorno un poco más frecuente en el que la persona evita relacionarse con otros debido a la ansiedad que le produce el contacto", explica.

Lorena Naval Moreno coordina el área de psicología clínica del Centro Comunica, especialistas en este tipo de tratamientos. Desgrana qué proceso sigue un menor al acudir a su consulta y con qué causas del problema se ha enfrentado. "El mutismo no se relaciona con una dificultad de articulación, salvo porque al niño le genere ansiedad, porque le haga sentir menos capaz de hablar. De igual forma, como en cualquier otro trastorno, hay que tener en cuenta las variables neuropsicológicas: también puede producirse por la ansiedad ante la separación del adulto de referencia en edades tempranas (antes de los 4-5 años), respuestas de escape o evitación ante extraños, bajas habilidades sociales... Además", prosigue, "hay que tener en cuenta el modelo familiar del progenitor, si su entorno social es reducido, si el niño tiende a evitar las relaciones con extraños o experimenta timidez y poca necesidad de quedar con amigos. Por último, el estilo educativo también puede dar lugar a la aparición de este tipo de respuestas, así como alguna experiencia muy estresante". La doctora Naval explica en qué consiste la terapia cognitiva, que potencia el desvanecimiento estimular, el refuerzo positivo, la resolución de problemas, el manejo de habilidades sociales y de técnicas de control del estrés y la ansiedad. Solo se recurre a lo fármacos, siempre con el apoyo de la terapia psicológica, en los casos en los que la ansiedad provoque bloqueo que impidan, por ejemplo, su progreso académico o su asistencia al centro escolar.

"Se mantienen dos tipos diferentes de mutismo: aquel en el que la inhibición del habla se produce con la intención de manipular el entorno y controlarlo, especialmente a los padres, profesores y amigos (mutismo motivacional) y el mutismo en sí mismo, provocado por un aumento involuntario y automático de las respuestas de ansiedad", explica Lorena Naval. Pero también existen distintos niveles. Nuria Borja es enfermera de atención primaria y madre de Alba, una niña de nueve años que sufre un nivel alto de mutismo selectivo. "Mi hija tiene un diagnóstico de mutismo relacionado con su complejo de inferioridad respecto al aprendizaje, pues sufre TDAH y dislexia, y todo junto le impide rendir con normalidad. De los tres a los seis años hablaba poco y, cuando comenzó a suspender por su dislexia, dejó de hacerlo. Algunos padres me comentan que sus hijos han llegado a tener depresión. Tengo una pequeña genio en casa, inteligente, muy sensible a su entorno, emocionalmente inestable, que es capaz de concentrarse en investigar las partes de un mosquito con un microscopio más tiempo del que puede quedarse sentada delante de un plato. Es una niña encantadora, atrapada durante siete horas al día en la mudez. Su silencio en el colegio es total: incluso tuvimos que descartar que padeciera autismo. Antes iba a un colegio religioso en el que jamás entendieron su problema y tuve que cambiarla. Ahora la llevaré a uno rural, con un entorno más cercano y familiar".

Muchos padres se quejan de que los psicólogos dejan demasiado peso sobre ellos, algo que tendría una explicación lógica desde el punto de vista clínico. La doctora Naval aclara que, cuando los profesionales no están presentes, la figura de referencia son los padres, a quienes el niño acudirá en caso de tener un problema. Aunque insiste en que "la familia debe ser apoyada por el especialista y enseñada, para que sepa cuándo y cómo hay que ayudar al niño, sin que evite que se exponga a su miedo". Pero no es el único inconveniente que encuentran algunos padres: los colegios, a veces, no se implican lo suficiente con el alumno, y en algunas ocasiones llegan a intentar "quitárselo de encima".

Pero, cuando los progenitores encuentran un colegio que colabora, la mitad del trabajo está hecho, según la experiencia de Eva, madre de Daniel, de nueve años. Él sí llega a relacionarse con los demás niños, pero suele evitar a los adultos. "Daniel está en un nivel leve. En la guardería estuvo muy bien hasta el penúltimo curso, con el cambio de profesora. Creemos que ella fue el detonante, ya que era muy seca y en ese momento, el de su eclosión comunicativa, se podría haber sentido coartado, aunque no lo sabemos con certeza. Cuando empezó el colegio tenía que dar los buenos días al entrar en clase, pero él nunca se dirigía a la profesora. Ella empezó a investigar y me lo comentó. Además, con tres años comenzó a orinarse encima, no pedía ir al aseo... Después, él mismo aprendió a controlarlo, calculaba el tiempo para ir aprovechando el recreo, y se ha regulado para no tener que pedir nada. Si necesita material del colegio recurre a los amigos. Lo llevamos a todo tipo de psicólogos, tanto en la sanidad pública como por la vía privada, pero ninguno funcionó. No sabían a qué se enfrentaban y nosotros, como padres, nos sentíamos más estudiados que nuestro hijo. Lo llamaban "introversión". No hemos encontrado un psicólogo que sepa dirigirse a Dani con lo que tiene. En tercero de Infantil su profesora consiguió que leyera con cariño y atención, lo que fue más eficaz que veinte sesiones con un psicólogo. El nacimiento de su hermano le ayudó a abrirse más. Creo que el mutismo selectivo puede ser genético: mi marido también lo tuvo y ahora no tiene problema, lo que demuestra que no son conductas aprendidas, porque él no ha visto a su padre con un comportamiento retraído". Y añade: "Este año tiene una nueva profesora que no le obliga a hablar y estamos muy contentos con su evolución. Dani saca buenísimas notas, es muy inteligente, pero necesita mucha motivación y que estés con él para que no se desconcentre. Hemos tenido suerte porque ha estado en un colegio en el que se le ha prestado la atención necesaria. Creo que lo mejor que hemos hecho es hablar con los profesores y la psicóloga, involucrarnos en su centro escolar, comunicarnos siempre con ellos. Lo importante es que siga una normalidad, no hay que presionarle pero tampoco prestarle más atención que al resto", concluye.

Según los expertos, 18 de cada 10.000 personas sufren mutismo selectivo, aunque no son datos completamente fiables, ya que, según Naval, "en numerosas ocasiones los niños que padecen el problema no llegan a acudir a centros específicos y, por lo tanto, no están tipificados clínicamente". También preocupa a los sanitarios que algunos adolescentes, para perder el miedo a hablar, recurran al alcohol u otras sustancias. Respecto a ello, Fouce aclara que "el alcohol o las drogas dan respuesta solo a corto plazo y generan más problemas de los que resuelven. El alcohol es un depresor del sistema nervioso con efectos rebote a medio plazo en el mismo, pese a la inicial desinhibición que produce".

A pesar de todo esto, en algunas ocasiones, la complejidad de la personalidad de un niño impide que alguien pueda acceder a su mundo interior, y en ese caso también la medicina empieza a abrir sus fronteras, recomendando el contacto de los niños con animales, especialmente con caballos. De hecho, recientemente se difundió un vídeo viral de un niño británico que sufría mutismo selectivo, hasta tal punto que casi había dejado de hablar con su propia familia. Su madre pensó que sería buena la compañía de una gata para su hijo y, con siete años, Lorcan, por fin, comenzó a hablar.

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