Media mañana en la cabecera del Rastro, calle de anticuarios tradicionales. Alrededor del monumento al héroe de Cascorro, unas decenas de caballeros con capa y sombrero de copa y algunas damas enlutadas, empiezan el entierro de la sardina. Acaba el carnaval 2020 y como viene haciendo desde casi setenta años, la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina se dispone a iniciar una jornada festiva coincidiendo con el Miércoles de Ceniza. El cortejo -que es cualquier cosa menos fúnebre- acabará horas más tarde en la Casa de Campo. Antes, en todo el recorrido funerario, los cofrades van haciendo paradas estratégicas en algunos de los bares tradicionales. Ha pasado más de una hora desde que la charanga inició el baile y la sardina y sus porteadores todavía no han salido del entorno de la plaza de Cascorro.
Ya Goya, en 1812 pintó un cuadro que se conoce popularmente como El entierro de la sardina, donde reflejó el ambiente carnavalero, aunque no recuerdo que la famosa sardina aparezca en el mismo. Pero ese cuadro es hoy uno de los pendones de la cofradía.
El origen de esta fiesta puede estar en tiempos de Carlos III, cuando hubo que enterrar en las cercanías del Manzanares una partida de cerdos contaminados por la peste. La leyenda dice que era una partida de pescados en mal estado, pero parece que lo documentado es el entierro de los cerdos. Y en este caso la sardina no sería un pescado, sino una tira de tocino o panceta que, con un mendrugo, era la colación de los jornaleros. Con esos cerdos, se enterraron quilos y quilos de esa peculiar sardina. De aquel lugar de entierro viene la tradición de sepultar allí cada año la sardina.
La cofradía actual tiene su origen en la iniciativa que tuvo un anticuario del Rastro, Serafín Villén, a principio de los años cincuenta del siglo pasado. Consiguió convencer a algunos de sus colegas y organizaron un peculiar entierro en el interior de la Casa de Campo. Su indumentaria imprescindible es la capa y el sombrero de copa. El alcalde Tierno Galván los oficializó en 1980 cuando los recibió en el ayuntamiento durante los primeros carnavales madrileños de la democracia.
Lo que no se celebra en Madrid, aunque es una gran fiesta en muchos pueblos de España, es el domingo de Piñata. Supone la culminación del carnaval y es el primer domingo tras el Miércoles de Ceniza. Como tal final, es la ocasión de volver a disfrazarse, desmadrarse y prepararse, metafóricamente ahora, para los rigores de la Cuaresma.