Enseñan Lengua y Matemáticas, pero también a distinguir entre amigos y compañeros, amor y cariño.
Coger el metro o el autobús para ir al colegio. Masticar antes de tragar. Lavarse la cabeza por la parte de atrás, aunque no te la veas. Esas pequeñas cosas que para el común de los mortales son habituales y se aprenden por inercia, no lo son tanto para quienes padecen una discapacidad intelectual. Muchos tampoco saben distinguir entre la amistad y el amor o si se puede confiar igual en tu familia que en los vecinos de la abuela. Todo eso es material extra que los más de 5.000 alumnos de los centros de Educación especial de la Comunidad de Madrid tienen que aprender, más allá de contar o escribir.
Esos son sólo algunos de los argumentos que los directores, profesores y padres que han elegido los centros especializados para educar a sus hijos utilizan para defender la necesidad de que sigan existiendo. Tanto el Gobierno central como algunos grupos parlamentarios de la Asamblea de Madrid han arremetido recientemente contra la "segregación" que caracteriza a estas escuelas y las consideran una "desigualdad" frente a los centros normalizados donde se lleva a cabo la inclusión de algunos de estos niños. Para los responsables de los centros de Educación especial que forman parte de Escuelas Católicas de Madrid (Buenafuente, La Purísima, Fundación Instituto San José, Hermanos San Juan de Dios o Nacho Martín Blasco-Cambrils, entre otros) lo importante es defender "el derecho a ser diferentes".
"Yo soy directora, profesora, pedagoga, madre, amiga y sorda. Esta no es mi única característica, pero lo soy y no ponerle nombre sólo contribuye a no prestarle atención a una cuestión que la necesita", sentencia Cristina Sota, directora del colegio A la Par-Niño Jesús del Remedio. "Los niños que estudian aquí están en su sitio. ¿Cómo les van a hablar de bilingüismo o de excelencia a adolescentes a los que les cuesta entender una película o un chiste?"; se pregunta. Ella lleva años en este centro, que recibe a alumnos con cualquier discapacidad intelectual de entre 12 y 21 años.
Antes de esa etapa, los retos son incluso mayores. Lo saben bien en el María Corredentora, colegio dirigido por Cristina Gerechter y donde están escolarizados casi 300 alumnos de entre 4 y 20 años, la mayoría, con Síndrome de Down. Los más pequeños aprenden no sólo a leer sino a distinguir, por ejemplo, la diferencia entre una bufanda y un gorro.
En eso estaban los más pequeños durante la visita de Madridiario al colegio. En una pantalla digital -tienen los útlimos sistemas tecnológicos gracias al concierto con ECM y la colaboración de la Fundación Garrigou- cinco de ellos colocaban manualmente sobre su foto cada prenda en su lugar: cabeza, cuello, manos... Otros, mientras tanto, aprendían los colores agrupándolos en otra pantalla digital.

Algo más mayores, Isabel y Felipe estaban en plena merienda tras el recreo. Mientras daban buena cuenta de sus plátanos, galletas y zumos junto al resto de sus compañeros, veían la obra de teatro que iban a representar en fin de curso. Mientras se divierten, van memorizando los textos correspondientes. Su profesora, Isabel Jiménez relata que no sólo hacen teatro, sino también magia, una práctica que entusiasma a muchos de ellos.
En el aula, con ellos, se encuentra Javier, hermano de Felipe que estudia en un centro normalizado. Si pudiera elegir, él lo tendría claro: "Me gusta más el cole de mi hermano", afirma tímidamente. "Todos los jueves hacemos visitas a coles normalizados y siempre son los niños de allí los que aprenden de los niños discapacitados", cuenta orgullosa la maestra.
Para ella, que cuenta con 18 años de experiencia y rechazó la oportunidad de entrar en un colegio público por oposición para quedarse en el María Corredentora, la necesidad de que existan colegios de Educación especial radica en el hecho de que estén entre iguales. "No se trata tanto de darles atención individualizada, sino de que puedan aprender sin frustarse", explica. Es decir, no necesitan a un profesor que esté con ellos todo el día explicándoles en solitario algo mucho menos avanzado de lo que están estudiando el resto de sus compañeros de clase. "¿Te imaginas ser siempre el último de la clase? Aquí pueden destacar", apostilla. Y lo ejemplifica: "Es como si a mí me meten en la NASA. Me pondrían a alguien que me explicara continuamente lo que están haciendo, pero jamás podría llegar a entenderlo del todo. Y eso te mina y te frustra, no te ayuda", zanja.
Lo mismo opina Alicia Pujadas, madre de Álvaro, que ya tiene 15 años y ha probado los dos sistemas: el combinado y el especializado. "En Educación infantil y primero de Primaria fue a un cole donde tenían integración. No aprendió nada. Ponían las mejores intenciones y lo trataban muy bien, pero se pasó un año sentado en una silla. Aquí, desde el principio, se vio su evolución", relata. Y añade: "Es una riqueza estar entre iguales. En algunas cosas destacan y en otras ayudan a que destaquen otros, pero no se frustran siendo siempre los últimos", comparte con Jiménez.
"Aquí damos respuesta a las necesidades de las familias", expone Miren García, orientadora y psicopedagoga del centro. "Todos los niños se distribuyen en los cursos por edad, pero también en función de sus capacidades", explica también Isabel Alonso, directora pedagógica del María Corredentora. En total son 83 docentes en el claustro que se distribuyen en una proporción de 1 por cada 3 niños, más o menos. Normalmente hay entre 5 y 12 niños por aula, "pero hay grupos más reducidos para atender individualmente a los más discapacitados", añade Alonso.

Entre los servicios que ofrecen no están solo el desarrollo intelectual de los niños, sino también actividades de Logopedia, Rehabilitación y Fisioterapia, Natación, Orientación laboral y hasta una 'escuela para padres'. "Si los padres no aceptamos la discapacidad de nuestros hijos, tenemos un problema", sentencia Alicia, a quien le costó más "digerir" la diabetes de uno de sus tres hijos mayores que el Síndrome de Down de Álvaro. El pequeño, que ya tiene 15 años, presume ahora de ir sólo al colegio y hasta de comunicarse por Whatsapp con su móvil recién estrenado.
"Si los padres no aceptamos la discapacidad de nuestros hijos, tenemos un problema"
"Es un adolescente como cualquier otro, queda con sus amigos y hasta van a la discoteca o hacen actividades en la Fundación Síndrome de Down. Hacen lo mismo que cualquier otro chico, pero acompañados por un monitor. Aun así, está bien que lo que hagan no lo hagan siempre acompañados de sus padres y sus madres. Para las familias, que sus necesidades básicas estén cubiertas en la Escuela significa que puedan hacer vida normal a partir de las cinco de la tarde y no tener que ir, por ejemplo, al logopeda fuera del horario escolar", destaca Alicia.
Esta madre asegura que Álvaro también hace planes con sus hermanos y los amigos de éstos. "No le discriminan en absoluto, pero a nivel emocional no siempre pueden compartir sus preocupaciones", reconoce.
Lo mismo opina Cristina Sota. "Todos los padres quieren que sus hijos sean felices. Cuando eligen un centro de Educación especial, al mes siguiente están encantados porque a sus hijos por fin les han invitado a un cumpleaños", relata. 
"Aunque les acepten, para los chicos es muy difícil ser amigo de alguien que no entiende un chiste", explica la pedagoga del Niño Jesús del Remedio, donde refuerzan aspectos como la importancia de cuidar la higiene personal a la hora de ir a una entrevista de trabajo. "Casi la mitad de nuestros trabajadores tienen una discapacidad intelectual. Muchos son antiguos alumnos que ahora forman parte del equipo de mantenimiento, son electricistas, etc.", destaca. "Porque no todo el mundo tiene que estudiar una carrera universitaria", apostilla.
"Si no fuera por estos centros, a los 16 años -año de finalización de la ESO- se quedarían colgados y no titularían", relata también Miren García. "De hecho, los alumnos que llegan al María Corredentora con esa edad provenientes de un centro normalizado vienen inseguros", lamenta. "Físicamente están en la ESO, pero muchos todavía cuentan con los dedos", explica. Por ello, en su colegio se adaptan los currículos obligatorios de Matemáticas, Lengua, etc, a las capacidades de cada estudiante. Es más, "los profesores preparan sus propios materiales y no usan libros infantiles con dibujitos para los más mayores", valora la pedagoga, Isabel Alonso.
Trabajando con ellos estaba Álvaro, que cuando vio a su madre entrar por la puerta del aula reaccionó como cualquier otro chaval de su edad: avergonzado y con mucha timidez. Pero enseguida la clase se animó. María, que se puso de pie para presentarse ante los extraños que visitaban su cole, relató sin pudor que su profe favorita era Virginia -presente en el aula- y que le gusta estudiar "Lengua". La misma pasión comparte Antonio, amigo de Álvaro, con quien tiene planes de ir a jugar a los bolos el fin de semana. Antonio aplaude las habilidades de su amigo, que relata cómo incluso hace un transbordo del metro al bus en Avenida de América para ir todos los días de casa al cole y del cole a casa. "Yo, cuando sea un poco más mayor", dice Antonio con ilusión.
Su compañera, Ana, relata cómo antes de acudir al María Corredentora estudiaba en un centro de educación combinada: el Sagrado Corazón. Sus hermanos todavía estudian allí. Ella, dice, tiene amigos en los dos sitios, pero si tiene que elegir, no lo duda: "Prefiero este", responde.

Al otro lado del pasillo, poco antes de que llegue la hora de comer, dos pequeños hablan por teléfono con la ayuda de su profesora. "¿Qué tal estás?", preguntaba uno de ellos. "¿Estás mejor?", complementaba el otro. "Están hablando con un compañero al que acaban de operar y está ingresado", explica la profe. Ambos sonríen tras recibir las buenas noticias de su amigo. Lo celebran con un abrazo.
Educación afectiva y sexual
Los abrazos, precisamente, no faltan en este centro. Incluso algunos sorprenden con ellos a los desconocidos, algo que los profesores deben controlar. "No se trata de permitirles todo y decir 'pobrecitos'. Hay que educarles, como a todos los demás", sentencia García. "Aquí les enseñamos que no se puede querer a todo el mundo porque hay incluso quienes lo pasan muy mal porque se enamoran, literalmente, de un famoso al que sólo ven por la tele", explica.
Por ello, parte del currículo extraoficial de los centros de Educación especial consiste en enseñar Educación afectiva y sexual, más allá de lo que ofrecen en los colegios normalizados. "Aquí les enseñamos a distinguir atracción, amistad, enamoramiento, noviazgo o a diferenciar entre un amigo y un compañero", continúa García. "Les acostumbramos también a cerrar las cortinas -presentes en todas las aulas- cuando se cambian de ropa para que aprendan lo que es la intimidad", añade.
A su vez, les cuentan la importancia de los límites y sus excepciones. "Saben que nadie les puede tocar sus partes íntimas, excepto el médico", zanja.
Del mismo modo, en el Niño Jesús del Remedio inciden en esta cuestión. "Algunos niños no distinguen lo que es la intimidad y eso no se debe a un problema de disciplina, como lo pueden tratar en otros coles, sino a un problema de control de impulsos", detalla Cristina Sota. Lo mismo ocurre con otros problemas de agresividad. "Aquí no les expulsamos de la clase. Somos profesionales especializados y sabemos cómo controlarlos, igual que sabemos qué hacer ante una crisis epiléptica", defiende.
Por ello, Sota considera que quienes quieren eliminar la Educación especial, además de "no conocer la realidad" de la misma, "piensan sólo en la discapacidad motora, no en la intelectual". "Además, no existen sólo dos modelos: especial o normalizada. También están las aulas específicas y la Educación combinada", explica. En cualquier caso, apostilla, "se trata de que los padres elijan". "Y todos los padres lo que queremos es que nuestros hijos sean felices. Nadie elegirá la Educación especial si su hijo puede avanzar en un colegio normalizado. Aquí, cuando vemos que eso es posible, los derivamos, aunque ocurre muy pocas veces", zanja.

De vuelta en las clases de los más pequeños del María Corredentora, algunos se entretienen jugando a las 'comiditas'. Ataviados con sus servilletas al cuello, sentados alrededor de una mesa perfectamente puesta y cogiendo con la mano correspondiente cuchillo y tenedor -de plástico- aprenden jugando. Incluso a soplar la comida si quema. "A algunos hace falta enseñarles a masticar. Eso es muy importante, también para aprender hablar", realta Miren García, que destaca que esa cuestión, como otras, es una de la que los padres no suelen ser conscientes.
Del mismo modo, en el colegio inciden en el control de esfínteres -que en los colegios normalizados no suelen aceptar-, o en educarles en igualdad de paso que hacen de ellos adultos autónomos y capaces de valerse por sí mismos. Es más, en este centro disponen de un aula convertida en un piso en miniatura. No le falta de nada: habitación, salón, comedor, cocina y baño.

¿El objetivo? "Aquí aprenden a hacer las camas, cocinar, fregar los platos, poner la mesa o, simplemente, a lavarse las manos antes de comer", explica García. Y se pregunta: "¿Si nos quitan el poder trabajar con ellos, ¿cómo vamos a poder hacer esto en un cole normalizado?".
Para Alicia, este tipo de Educación es imprescindible: "Álvaro, que es el pequeño de cuatro hermanos, es el que más colabora en casa", dice entre risas. "Gracias a este colegio son más autónomos, más responsables y, además, les hacen sentirse útiles", valora.
En el Niño Jesús del Remedio inciden en la autonomía de los chicos con otras actividades. "Aquí hacemos programas de intercambio de Erasmus en Europa", resalta Cristina Sota. "Con ello aprenden a organizarse, a hacer sus maletas, a arreglarse solos por las mañanas, a comportarse en un hotel... Van acompañados, pero son autónomos", insiste. Y exclama: "¡Para que luego vengan a hablarnos de inclusión!".
Todas ellas resumen sus argumentos con la misma conclusión: La Educación especial es necesaria porque no enseña sólo Matemáticas o Lengua, sino lo esencial que los niños con discapacidad necesitan para vivir una vida autónoma. "Reivindicamos el derecho a ser diferentes", concluye Sota. "No se trata de ser iguales, sino de ser equitativos", opina también la directora pedagógica del María Corredentora, Isabel Alonso.
En cualquier caso, defienden, se trata de garantizar la libertad de elección de los padres. "Muchos padres no digerimos la discapacidad de nuestros hijos. Creemos que si va a un cole normal va a ser normal, pero no es así", zanja Alicia.
La Educación especial, clave para las próximas elecciones
Precisamente, la libertad de elección de los padres es uno de los mensajes que ya se están convirtiendo en claves de la precampaña electoral. Con la cercanía tanto de las generales del 28 de abril, como de las autonómicas del 26 de mayo, la Educación ha vuelto a convertirse en uno de los temas centrales para los partidos.
También para las instituciones que, como Escuelas Católicas de Madrid (ECM), están preocupadas por el futuro de la concertada. El secretario regional de ECM, José Antonio Poveda, defendió recientemente en la Asamblea de Madrid la necesidad de que convivan las escuelas públicas y privadas, así como de que existan los centros de Educación especial: "La inclusión se logra por distintos caminos", sentenció.
Del mismo modo, la candidata del PP a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se mostró, en su visita a la sede del Sindicato Independiente de Enseñanza y atención a la discapacidad de Madrid (FSIE)- en contra de la desaparición de estos colegios. El último en unirse a este movimiento ha sido el propio consejero de Educación, Rafael van Grieken, que en la II Asamblea de directores de ECM, puso el foco en esta cuestión: