El 7 de febrero de 1913, Alfonso XIII despegó del aeródromo de Cuatro Vientos en el dirigible España, una malograda apuesta del país por hacerse con uno de estos gigantes del cielo.
Dieciocho minutos de vuelo regio inmortalizados a toda página en la prensa de la época. Así quiso el Gobierno español de principios del siglo XX restar grados en la escala de desastres a su andadura en el, por entonces de moda, mundo de los dirigibles. Alfonso XIII y la Reina Victoria llegaron a la base aérea de Cuatro Vientos a primera hora de la tarde del 7 de febrero de 1913. A las cinco en punto, el monarca se elevó por el cielo madrileño -su consorte lo esperó el tierra firme- en el España, el dirigible que le Gobierno había adquirido cuatro años antes y que había sido objeto de una serie de castastróficas desdichas.
Con los aviones aún en pañales, los dirigibles eran el último grito de la época y cada Estado procuró tener en su haber uno de estos gigantes del cielo, que se utilizarían para fines militares -en la Gran Guerra sirvieron de grandes observatorios y también como bombarderos- y civiles -posteriormente, para el transporte, incluso transoceánico, de viajeros-. En España, las primeras pruebas con dirigibles fueron realizadas por Leonardo Torres Quevedo y Alfredo Kindelán hacia 1905 en el Parque Aerostación de Guadalajara.
Durante los primeros años del siglo XX, Torres Quevedo presentó ante las academias de ciencias de Madrid y de París diversos proyectos de dirigibles. Su principal aportación fue un sistema de cables que reforzaban el interior del globo, otorgándole mayor rigidez y estabilidad y solucionando uno de los mayores problemas de la época: la inestabilidad de la barquilla -el compartimento de la tripulación-, que hacía del aerostático un transporte poco seguro. La patente de este diseño de Torres Quevedo fue finalmente adquirida por la empresa francesa Astra.
Mientras, la relación personal de los dos principales impulsores del dirigible en España se rompió en 1908. Torres Quevedo terminó emigrando a Francia, para desarrollar sus diseños bajo la marca Astra-Torres. Por su parte, Kindelán se quedó en España y continuó insistiendo, ya sin el ingenio de su excolega, al Ministerio de Guerra sobre la conveniencia de que España tuviera, como otras potencias, su propio dirigible. Así, en 1909, mientras Torres Quevedo perfeccionaba en París su modelo, el Gobierno español compraba, precisamente, a la francesa Astra un dirigible antiguo que fue bautizado como España.
La primera intentona, el 1 de marzo de 1909, no salió bien: el primer España sufrió un accidente durante las pruebas antes de su compra en el aeródromo francés de Pau. El 11 de octubre, el equipo de Kindelán realizaba un vuelo de prueba a las afueras de París con el nuevo dirigible que Astra les ofrecía cuando el globo se desgarró. Tras algunas pruebas exitosas, el 5 de novimebre, el España volvió a sufrir un accidente. Y serían varios más, hasta que el dirigible se trajo a España y se reconstruyó en Guadalajara. Finalmente, en 1910, el España sobrevoló Madrid, convirtiéndose en el primer dirigible que surcaba cielo español. Sin embargo, la 'maldición' del España continuó dando problemas a sus vuelos. El dirigible pasó varios meses desmontado en Guadalajara y se decidió trasladarlo al aeródromo de Cuatro Vientos. Mientras el diseño español de Torres Quevedo triunfaba en Francia, un dirigible francés obsoleto trataba de levantar vuelo en España.
Ya en 1912 se solicitó ayuda a los propios fabricantes de Astra, que solucionaron algunos problemas del España para comenzar, de nuevo, con las pruebas en 1913. Así, el 7 de febrero de 1913, Alfonso XIII se subió al viejo dirigible como escenificación de su apoyo al proyecto que llevaba cuatro años tratando de demostrar su viabilidad. Sin embargo, poco tiempo después se retiró del servicio.