El 15 de octubre de 1841, Diego de León moría fusilado junto a la Puerta de Toledo.
"Que la mano no os tiemble. ¡Amigos! ¡Atención a la voz de mando! No tembléis, al corazón"
Las últimas palabras que pronunció el teniente general Diego de León, fueron para el pelotón de fusileros que acabaría con su vida instantes después.
En 1841, los sectores más cercanos a la reina María Cristina intentaron derribar la regencia de Espartero. El pronunciamiento, promovido por la propia María Cristina desde Francia, pretendía devolver al poder a la que fue viuda de Fernando VII, y madre de la futura reina Isabel II.
El general Espartero, el héroe que puso fin a la guera carlista con el Abrazo de Vergara, fue nombrado regente por las Cortes el 10 de mayo de 1841. El 7 de octubre de 1841, se alzaban en armas Diego de León y Gutiérrez de la Concha.
Tras intentar asaltar el palacio real, Diego de León fue detenido en Colmenar Viejo, sometido a un consejo de guerra y condenado a muerte. El pueblo solicitó clemencia para Diego de León, pues entendían que el teniente general estaba siendo injustamente ejecutado, pero Espartero se mantuvo firme en su decisión.
El día del fusilamiento el teniente general fue paseado por Madrid con un carruaje descubierto. El reo iba elegantemente vestido con su brillante y elegante dolmán, que su hijo Antonio de León donó al Museo del Ejército, en el que se aprecian los balazos. Dícese que su rostro no mostraba desánimo o miedo, aunque según había confesado, temía que la imprecisión de los fusileros lo hiriésen y alargasen su sufrimiento.
Lo sacaron de la ciudad por la Puerta de Toledo, en aquel entonces todavía se conservaba el muro de la Real Cerca de Felipe IV. La comitiva cruzó los portalones y enseguida se cerraron para que no pasara ningún madrileño. Mientras Diego de León bajaba del carruaje, revisó las caras de los fusileros, parte de los cuales conocía, y les gritó: “Os habrán dicho que el general León era traidor y cobarde, y ambas cosas son falsas. El general León jamás ha sido cobarde ni traidor”.
Seguido se dirigió al pelotón de ejecución dedicandoles sus últimas palabras: “Que la mano no os tiemble. ¡Amigos! ¡Atención a la voz de mando! No tembléis, al corazón.”
Murió el 15 de octubre de 1841 a los 34 años. Sus restos permanecieron en el cementerio de la Puerta de Fuencarral, entre las calles Arapiles, Magallanes y San Bernardo, hasta 1843, año en el que su mujero lo trasladó a la Sacramental de San Isidro.