Getafe asiste incrédulo al derribo de su Cine Palacio, un edificio racionalista inaugurado hace casi un siglo que fue, para generaciones, la primera ventana al mundo en mitad de aquel pueblo de espíritu manchego crecido a las puertas de Madrid. Clausurado en los noventa con el desembarco de los primeros multisala, se mantenía en manos privadas y no gozaba de ninguna protección oficial. Sin embargo, el Ayuntamiento rehabilitó su fachada hace solo dos años. En su solar, los vecinos sospechan que se alzará el enésimo bloque de viviendas del tejido urbano local, de lo que no hay confirmación oficial.
Considerar que municipios como Getafe tuvieron alguna vez pasado es, cada vez más, un acto de fe, una creencia solo sostenida por un par de casas bajas y cuatro o cinco edificios centenarios. Desde esta semana, una peonada desarma ladrillo a ladrillo el primer cinematógrafo estable con el que contó la localidad, situado en pleno centro histórico y a unos metros de la estación central de Cercanías. De la cubierta quedan las guías y su amplio vestíbulo es ya una montonera de cascotes. Nadie se lo esperaba. Aunque permanecía cerrado desde hace décadas, los vecinos cuentan que tenía su utilidad como almacén del próximo e inmenso 'todo a cien' regentado por ciudadanos chinos, que lo habían alquilado a sus propietarios.
De hecho, desde 2014 lucía como nunca, gracias a la inversión realizada por el Consistorio del exalcalde popular Juan Soler, que lo bendijo con un lavado de cara y colgó de su fachada un 'smiley' gigante compuesto por miles de cedés gracias a la oenegé Murialdo y como parte de su (casi obsesivo) impulso por embellecer la ciudad, en la que hoy residen más de 173.000 almas. "No, nadie nos había avisado de que lo fueran a tirar", confiesan sorprendidos desde esta organización. Aunque tapiado desde hacía años, su adormecida existencia había obtenido así un nuevo lustre, después de que en los peores años de la droga llegara a utilizarse como nido de toxicómanos. Sin embargo, ningún Gobierno municipal se había preocupado por brindarle protección o asegurarle una segunda vida. Tampoco ahora, cuando solo resiste en pie un fragmento del muro de entrada a la espera de la piqueta definitiva. Más allá del malestar entre los getafeños y las caras de incredulidad de quienes advierten de pronto que allí donde vieron escapar a Indiana Jones de todos los malos ya no hay nada, ningún partido ha alzado su voz para criticar la muerte de este señero lugar. Ni mucho menos para asumir lo que a la vista está: que no se ha hecho nada para evitarlo.
Hoy, sus rectilíneas formas que en algún momento lucieron modernísimas ante los ojos de un municipio por entonces subdesarrollado han desaparecido de la disonante sucesión de bloques de viviendas de la calle Ramón y Cajal. Los vecinos denuncian que las intenciones del propietario -citan a un famoso futbolista local plagado de honores- es encajar otra columna de pisos en esa hilera. Y eso que el municipio, que ha crecido como tantos al amparo del desarrollismo ladrillero y los sucesivos 'booms' de la construcción, posee un parque inmobiliario ya generoso.
El cine 'del gordo'
"La primera película que yo vi allí, en los años setenta, fue 'Sor Citroën'", explica Loli a Madridiario, miembro del colectivo De Getafe al Paraíso, dedicado a la divulgación de la memoria reciente de la ciudad. "Se llamaba Cine Palacio o Alba, aunque muchos lo conocíamos como el cine 'del gordo'. Los propietarios también tenían uno de verano", rememora. "En fin de semana había sesión continua, a mí me encantaba ver allí las de Marisol o Rocío Dúrcal, aunque los chicos preferían las de aventuras de Errol Flynn", añade.
Decorado con filas paralelas de ladrillo, de su fachada emergía una sencilla y funcional marquesina que acabaría desmantelándose. Cuando se inauguró, el edificio cultural quedaba a las afueras del pueblo, al lado de la fábrica de harinas y donde hoy se levanta el Teatro Federico García Lorca. La pantalla, a la que apuntaban 750 pares de ojos, tenía telón, y sobre ella se proyectaban cintas traídas de la capital. "Un compañero ha podido hacer unas fotos de su interior, casi no hay documentación", se lamenta ahora Loli.
"No siempre había estrenos y las 'pelis' duraban mucho en cartel", añade Margarita, vecina de la localidad. Ella, nacida en los setenta, recuerda cómo el Getafe en el que creció estaba salpicado de salas como esta, que convertían la asistencia al cine en un ritual ribeteado de asientos carmesí y cortinas de terciopelo. "Había que hacer cola para comprar las entradas, no te dejaban acceder cuando había empezado el pase", abunda. "Las películas tenían descanso para que salieras a consumir al bar y había acomodadores que te guiaban con una linterna para sentarte cuando ya habían apagado las luces", añade María Ángeles, su hermana, algo mayor. Con la desaparición de esta simbólica infraestructura, Getafe pierde el primer y último cine de esta generación dorada que aún se mantenía en pie y relega al pasajero compás de la memoria vecinal toda posibilidad de supervivencia.