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Chupinazo de San Fermín de los Navarros en la calle Eduardo Dato
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Chupinazo de San Fermín de los Navarros en la calle Eduardo Dato (Foto: Kike Rincón)

San Fermín a la madrileña

Por Javier López Macías
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jlopezmadridiarioes/6/6/18
miércoles 06 de julio de 2016, 15:12h
Es 6 de julio y se acerca el mediodía. Hombres y mujeres de diferentes edades se detienen frente a la puerta de la Iglesia de San Fermín de los Navarros. Van vestidos de blanco y portan un pañuelo rojo al cuello, como manda la tradición. El templo, inaugurado en 1890, está en obras, pero unos pocos andamios no enturbian la ilusión con la que medio millar de personas se juntan para sentirse cerca de Pamplona en el día previo a San Fermín, pese a los 400 kilómetros que separan ambas ciudades.

En las escaleras de acceso a la iglesia, cinco altos cargos de la Asociación Cultural Navarra y de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros encabezan la celebración, que cumple 39 ediciones. Cuando el reloj marca las 12 de la mañana, doce campanadas, como si de fin de año se tratase, suenan para dar paso a una réplica del himno navarro. Un silencio sepulcral reina en el número 10 del Paseo de Eduardo Dato. Los asistentes levantan sus pañuelos. Llega la hora. "Navarros, madrileños: viva el rey, nuestro prefecto, viva Navarra y viva España", grita el pregonero, dando paso al chupinazo, que vuela alto y que provoca el jolgorio de todos los viandantes.

José María Aguado irradia felicidad. "San Fermín para mí lo es todo, es toda mi vida" dice sonriente. Como cada año desde hace 14, ha cumplido su parte y ha lanzado al aire el cohete de cabeza negra que da paso a la fiesta de San Fermín en Madrid, en la víspera del día del patrón pamplonés. Aguado, navarro de cuna, trabajó como hostelero durante años en la Comunidad Foral y después, por motivos de trabajo, se mudó a la capital. La lejanía no detuvo su afán por esta fiesta y ya son 25 los años que esta iglesia le ha visto celebrar el chupinazo.



Hoy, Aguado coincide con Lucas que, con 27 días, es el madrileño más joven que se ha acercado a la Iglesia de San Fermín de los Navarros. Su padre, de procedencia madrileña, quiere que, cuando crezca, Lucas tenga la misma conexión especial que tiene su madre con esta tradición, con la que no puede contener las lágrimas cada 6 de julio desde hace años. Por eso, ambos parientes ven perfecta la ocasión de disfrutar, por primera vez junto a su hijo, de un momento que tachan de "mágico".

Manoli y Blanca tienen más años que Lucas. Ellas aseguran que van a repetir "seguro" en los años venideros. Ambas amigas se han escapado de sus respectivos trabajos para disfrutar de una experiencia nueva que les han recomendado y que, están seguras, "no disfrutarán por última vez".

Las mesas en las que Manoli y Blanca almuerzan presiden la fiesta con 118 kilos de chistorra de Arbizu, de la sierra de Aralar, y 350 botellas de vino. Entre sonidos de jotas y bailes regionales, los navarros y los madrileños conversan, compartiendo confidencias y disfrutando del sabor tan peculiar de la chistorra, que tiene dos secretos: la traen directamente de la sierra de Aralar el día anterior, por lo que no le hace falta conservantes, y la fríen dos veces, una la noche anterior y otra a la mañana siguiente con su propio aceite.

Tirado el chupinazo y bailadas las jotas, el ambiente de fiesta no termina y la gente sigue disfrutando del comienzo de una fiesta que da paso a una semana frenética que tienen en común ambas tierras. La magia, como dice la presidenta de la Asociación Cultural Navarra, Inmaculada Alegría, es que "la fiesta es de todos". "Yo no soy de Pamplona, pero siento la fiesta como mía y como la deberían sentir todos los navarros y todos los españoles: esta es una fiesta del mundo".

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