Seguro que más de un lector reconoce en esta frase una de las expresiones más habituales en la relación que mantiene con sus hijos... O quién sabe si los lectores más jóvenes, en la que sostienen con sus progenitores... El caso es que, mal que nos pese, el término "deberes", precedido de la exhortación "niño/a, ponte a hacerlos", forma parte de nuestro acervo relacional familiar más frecuente.
Los "deberes", con este término tan obsoleto y coercitivo que se deriva del verbo deber y que nos lleva, sencillamente, a un imperativo sin más, es una institución antigua que pertenece desde siempre a nuestro sistema educativo. Una institución que, con su simple nombre, nos invoca una cosa incierta cuya única certidumbre es que "hay que hacerla, es obligatorio hacerla, se debe hacer", sin mayor precisión ni explicación. Y sinceramente, creo que si vamos por ahí, vamos mal.
La vida exige esfuerzo. ¡Vaya cosa acabo de decir! Pero es que es verdad... Levantarse temprano exige esfuerzo; ajustar nuestras necesidades nutricionales a horarios exige esfuerzo; relacionarnos con los clientes exige esfuerzos... Y por supuesto, aprender a lo largo de toda la vida y, muy especialmente, en nuestras primeras etapas vitales, exige también un notable esfuerzo. El mismo que nos exige no reducir el tiempo de trabajo al de presencia en la oficina, o el tiempo de aprendizaje al de presencia en la escuela. El trabajo, y por supuesto el aprendizaje, no ocupa lugar; es decir, no reside en una sede física. No lo circunscribimos a la empresa, porque fuera de ella podemos pensar, crear, formarnos, actualizar... Y no lo circunscribimos a la escuela, porque en casa, o en el cine, o en el museo, o en el parque, o incluso ante la televisión o el ordenador, podemos complementar, enriquecernos, crear, preguntarnos, crecer...
Ahí es donde encontramos el espacio para los mal llamados "deberes". Ahí es donde vemos la justificación de generar y, por lo tanto, exigir tareas coherentes con el proceso de formación, que lo complementen y potencien. Ahí es donde podemos lograr que un alumno se pregunte el "porqué" de un contenido que va a trabajar en clase el día siguiente, o donde conseguimos que ponga en práctica la teoría explicada el día anterior. Ahí es donde nos permitimos sugerir una película, o una exposición, o un buen libro...
Los "deberes" se debieran llamar así porque deben animar, deben complementar, deben abrir el apetito intelectual, deben incitar la curiosidad... Pero no porque deban ser "porque sí". Deben ser tareas con nombres y apellidos, que no encuentren su razón de ser en el "porque yo lo digo", y sí en el "porque yo lo valgo", porque de esta forma te va a gustar más lo que esta mañana te he explicado.
Intuyo que la proposición no de ley aprobada ayer en la Asamblea de Madrid va por ese camino. Pero sólo lo intuyo. Y es que la proposición habla de racionalización, de tiempos, de limitaciones, de complementariedad... ¡Pero, oh sorpresa: siguen hablando de "deberes"! Sinceramente, creo que la proposición política ha servido para poner, una vez más, el tema en el ojo del huracán, en el centro del debate social y mediático, pero no para plantear un debate técnico y verdaderamente educativo que sirva para concretar las medidas que se deriven de este acuerdo parlamentario.
Bienvenido el debate, y bienvenido que la Asamblea de Madrid se haga eco de un rumor social con repercusión mediática. Pero que no se desaproveche la ocasión para propiciar un intercambio profesional de ideas y argumentos. Un debate que, verdaderamente, permita dar a la comunidad educativa una pauta para racionalizar esta importante y enriquecedora tarea fuera del aula que encomendamos al alumnado.
Así que, señores políticos... ¡Pónganse a hacer los deberes!
Emilio Díaz Muñoz es responsable de Comunicación y Relaciones Institucionales