Se hace casi inevitable señalar que desde el punto de partida de la economía late la necesidad de identificar lo que hace prosperar o fracasar a una nación. Efectivamente, el comienzo de la ciencia económica como tal se suele situar convencionalmente en la publicación de la obra “Ensayo sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones” de Adam Smith. El propio título del ensayo resulta suficientemente explícito acerca de ello.
Así, cuando el autor enuncia que “Poco más se requiere para llevar un estado al más alto grado de opulencia de la barbarie más baja, sino paz, impuestos soportables y una administración tolerable de justicia: todo lo demás es provocado por el curso natural de las cosas” se hace una síntesis que, de manera sorprendentemente para muchos, sigue estando vigente en la actualidad.
En este sentido, dentro de los enfoques más recientes, se puede destacar el estudio histórico realizado por D. Acemoglu y J.A. Robinson, plasmado en la reciente obra de 2012 “Why Nations Fail” (“Por qué fracasan los países”), que se puede encuadrar ya como un clásico. Estos autores, para elaborar su teoría, realizan un análisis histórico extensivo para una gran cantidad de países con objeto de averiguar las causas de que haya un pequeño pero creciente grupo de países ricos, principalmente en Europa y Norteamérica, junto con Japón, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, Singapur y Corea del Sur donde sus habitantes gozan de un nivel de vida muy distinto al del resto del mundo.
Sin ánimo de exhaustividad, se aborda una multitud de casos para hallar sus notas comunes: desde las causas de la caída del Imperio Romano o el Imperio Inca hasta el declive y caída de la U.R.S.S. Soviética y el auge actual de China -que no quiere caer en los mismos errores que los soviéticos-; pasando por la Revolución Industrial -por qué comenzó en la Economía inglesa-, la divergencia entre Estados Unidos y México desde sus procesos de colonización inglesa y de conquista y asimilación española, el contraste entre las dos Coreas, la transformación de Sudáfrica, los fracasos de Zimbaue, Somalia y Sierra Leona y el éxito de Botswana o el contraste en la evolución entre las potencias europeas orientales y occidentales.
Se comienza por valorar algunas causas convencionales de que los países sean ricos o pobres, descartando que el grado de riqueza o pobreza de los países dependa de las hipótesis de la situación geográfica, la de la climatología, la de la cultura (con ciertas reservas, pero dando mayor importancia a acontecimientos históricos que a factores culturales) y la de la ignorancia (en cuanto a diseño de políticas, lo que conduce a consejos equivocados). Por el contrario, defienden la idea de que la comprensión de la política resulta determinante para explicar la desigualdad del mundo y que el logro de la prosperidad depende de la resolución de algunos problemas políticos básicos.
Para estos autores, el éxito económico de los países depende principalmente de las diferencias entre sus instituciones, de las reglas en que se basa el funcionamiento de su economía y del conjunto de incentivos que motivan a las personas. Así, basan su análisis en la diferencia entre dos tipos de instituciones económicas: inclusivas (no tener en cuenta connotaciones actuales que puedan adulterar el significado que aparece a continuación) y extractivas.
- a) Las instituciones económicas inclusivas “…posibilitan y fomentan la participación de la gran mayoría de las personas en actividades económicas que aprovechan mejor su talento y sus habilidades y permiten que cada individuo pueda elegir lo que desea. Para ser inclusivas, las instituciones económicas deben ofrecer seguridad de la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que proporcionen igualdad de condiciones en los que las personas puedan realizar intercambios y firmar contratos; además de permitir la entrada de nuevas empresas y dejar que cada persona elija la profesión a que se quiera dedicar.”
- b) Las instituciones económicas extractivas son “…las que tienen propiedades opuestas a las instituciones inclusivas. Son extractivas porque tienen como objetivo extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto.”
Siguiendo a estos autores, el análisis histórico lleva a centrar la teoría desarrollada en torno a la relación entre prosperidad e instituciones políticas y económicas inclusivas que, pese a generar “destrucción creativa”, llevan a un crecimiento estable. Las instituciones económicas inclusivas (que hacen respetar los derechos de propiedad, establecen la igualdad de oportunidades y promueven la inversión en habilidades y nuevas tecnologías) están relacionadas sinérgicamente con instituciones políticas inclusivas, es decir, que tienen un reparto del poder político de modo ampliamente pluralista, son capaces de conseguir un cierto grado de centralización política -que permite mantener la ley y el orden-, y establecen unos derechos de propiedad seguros y una economía de mercado inclusiva.
Por su parte, las instituciones económicas extractivas reciben el apoyo y respaldan a instituciones políticas extractivas, que concentran el poder en manos de unos pocos y así tendrán el incentivo para sostener y desarrollar instituciones económicas extractivas, que utilizarán en beneficio propio con el objeto de mantener el poder político y perpetuarse en el mismo.
Sin embargo, las instituciones políticas y económicas extractivas no son incompatibles con el crecimiento económico. Las oligarquías desean fomentar el crecimiento económico para tener más que extraer. Las instituciones extractivas con un grado suficiente de centralización suelen alcanzar un cierto nivel de crecimiento. No obstante, el crecimiento no se mantendrá, por dos motivos clave. El primero, porque el crecimiento económico requiere innovación, y ésta va ligada a la destrucción creativa, que sustituye lo viejo por lo nuevo y crea inestabilidad en el poder político; esto hace que las élites extractivas teman la destrucción creativa y la combatan. El segundo, que la capacidad de las oligarquías dominantes para beneficiarse enormemente a costa del resto de la sociedad en las instituciones extractivas lleva a que los individuos y las instituciones luchen enconadamente para obtener el poder, lo que conduce a la inestabilidad política.
Las instituciones políticas y económicas extractivas crean un círculo vicioso que las hace tender a persistir, al igual que las instituciones inclusivas están asociadas a un círculo virtuoso análogo. Sin embargo, estos círculos no son absolutos y, aunque las instituciones extractivas hayan sido lo normal en la historia, en ocasiones, se ha podido “romper el molde” para hacer la transición a instituciones inclusivas. Estos profundos cambios institucionales se han hecho posibles a través de coyunturas críticas, que son grandes acontecimientos que perturban el equilibrio político y económico (por ejemplo, la revolución industrial, la apertura de las rutas de comercio atlántico o la peste negra). A pesar de esto, hay pequeñas diferencias que han surgido de la deriva institucional que hacen que sociedades bastante similares diverjan de forma radical. Estos puntos de inflexión con resultados divergentes llevan a que esta teoría no sostenga ningún tipo de determinismo histórico. De cualquier modo, esta teoría, si bien tiene difícil formular recomendaciones generales para avanzar hacia instituciones inclusivas, sí permite reconocer malas recomendaciones que puedan evitar los peores errores.
El análisis de Acemoglu y Robinson resulta preclaro y convincente. También se ha tachado de reduccionista, al centrarlo todo en el aspecto institucional para hacer avanzar a la humanidad; a la vez que el análisis histórico se hace con una reformulación que -siendo bastante extensiva- resulta selectiva y retroactiva.
En cualquier caso, “sale lo que tiene que salir”: entroncando con la doctrina de Adam Smith, el hecho de que las instituciones libres (que proporcionan igualdad de oportunidades, permiten la realización de intercambios, hacen respetar la propiedad privada y garantizan una seguridad contractual y ofrecen un sistema jurídico imparcial) sean las que crean prosperidad es una realidad tozuda en el campo de la Economía. Resulta una reafirmación de por qué el éxito económico se ha dado en las democracias liberales con un sistema de libre mercado.
Por otro lado, para estos autores las políticas de “crecimiento autoritario” chino de las últimas décadas es solamente otra forma de crecimiento basado en instituciones políticas extractivas que es poco probable que se traduzca en un desarrollo económico sostenido. Este análisis resulta un tanto simplista, y sería interesante introducir ya en la actualidad otros componentes, como el control del comercio internacional, geoestratégicos de poder o de control de la población.
Finalmente, estos autores sólo se centran en las virtudes de un estado centralizado que garantice el orden y las reglas de funcionamiento para que aparezcan instituciones inclusivas. No se plantea la posibilidad de que el Estado, que ha llegado a acaparar la mitad de la economía en los países occidentales, con unos grados máximos de presión y esfuerzo fiscal pueda ser una institución extractiva.
Las sociedades fuertes hacen a los estados fuertes, pero los controlan y les hacen rendir cuentas y favorecer a la sociedad, como en los EE.UU.; pero los Estados fuertes con sociedades débiles, como China, pueden someter a la sociedad. Como corolario del análisis, se podría abordar el papel del Estado como institución extractiva capaz de ahogar la prosperidad económica de los países. Cuando los gobernantes piensan que el dinero no debe estar en el bolsillo de los que lo han generado, sino en el del Estado, ya estamos en la senda de la servidumbre.