El periodista José Antonio Gurriarán cuenta cómo, tras convertirse en víctima de un atentado del grupo terrorista armenio ASALA en la Gran Vía en 1980, se convirtió en un defensor de la causa armenia y en un pacifista convencido que llegó a reunirse en Líbano con los responsables del atentado. Su experiencia, que relató en el libro La Bomba, ha servido ahora de inspiración para el último trabajo del cineasta francés de raíces armenias Robert Guédiguian, Una historia de locos.
A sus 78 años y a pesar del trajín que va necesariamente unido a la promoción de una película, José Antonio Gurriarán se muestra siempre dispuesto a una charla. La inquietud intelectual gana la partida al cansancio físico. Nos abre las puertas de su casa en el norte de Madrid y vuelve a repasar, sin que el transcurso de los años envejezca un ápice la pasión del relato, aquel 29 de diciembre de 1980 en el que una bomba, empeñada en costarle la vida, terminó por cambiársela.
Cuando recibió el alta dos meses después del atentado –el mismo día en que España contenía el aliento viendo a Tejero entrar en el Congreso de los diputados-, Gurriarán ya tenía doscientos folios escritos de lo que sería su libro La Bomba (1982), un alegato a favor del entendimiento y el pacifismo a caballo entre la autobiografía, el diario y la novela que ha servido de inspiración al cineasta francés Robert Guédiguian para su película Una historia de locos, estrenada el pasado viernes.
"Lo maté, pero no soy un asesino"
Dice Gurriarán que escribir La Bomba fue como una terapia. “Liberador”. Para Robert Guédiguian (La ciudad está tranquila, Presidente Mitterrand, Las nieves del Kilimanjaro, El cumpleaños de Ariane) leerlo también resultó una especia de liberación. Porque el cineasta francés encerraba el deseo de bucear en sus raíces, las de su familia paterna, las de su pueblo, el armenio; y la experiencia vital del periodista llamó a sus musas.
“Fue en una conferencia en el salón del libro. Le vi llegar. Entonces andaba, con bastones, aunque era muy complicado, muy duro para él. Cuando subió al podio y contó la historia, la que cuenta en el libro, inmediatamente pensé que tenía, además de una fuerza novelesca increíble, todos los temas que me interesaban para hacer una película”. Guédiguian está ahora en Madrid, sentado a escasos metros de donde hace 37 años Gurriarán se convirtió en víctima fortuita de una causa, por entonces, enormemente ajena al mundo del periodista. De visita en la capital para promocionar su último trabajo, Una historia de locos, aprovecha también para visitar a Gurriarán, al que ahora le une una amistad, y relata a este digital cómo fue su primer encuentro. “Poco después de aquella charla vine a verle a Madrid. Pasamos un día y una velada juntos, fui a cenar a su casa y descubrí a un héroe. Para mí es un hombre excepcional. Siempre digo que es un santo, y le saca de quicio. Lo odia, dice que es un hombre normal”.
Guédiguian agradece la confianza de Gurriarán, que le cedió su esencia para hacer una adaptación más que libre de los hechos. Porque Una historia de locos transcurre en Francia y se centra en los pasos de un joven marsellés de origen armenio, Aram, que hace explotar el coche del embajador turco en París. En el atentado resulta herido un ciclista, inspirado en Gurriarán. El director contextualiza al joven terrorista: una familia armenia integrada en Marsella que le ayuda a reflexionar sobre las raíces y la identidad. La madre, para gestionar su sentimiento de culpabilidad, visita al herido, que empieza a frecuentar la compañía de los armenios y termina convenciendo a Aram de mantener un encuentro cara a cara.
“No es una adaptación fiel en cuanto a los hechos, pero sí a los contenidos, a las ideas”, reflexiona el director. “Creo que sería la actitud que todos deberíamos tomar ante el terrorismo, pero también creo que es muy difícil no querer vengarse porque forma parte de la naturaleza humana. Por eso digo que es un héroe, que es un hombre ejemplar. Esa actitud suya… quizás porque es periodista puede hacer eso: la idea de entender antes de juzgar, de antes de decidir si está bien o mal, saber qué ha ocurrido, cómo empezó… y cuando lo sé todo y lo entiendo puedo decir si estoy o no de acuerdo, si la estrategia es buena o mala”, expone.
En dos momentos distintos de la película –uno en el prólogo que sucede en 1921 y otro en el presente de la cinta- se alude al grado de culpabilidad. ‘Lo maté, pero no soy un asesino’. ‘Siento mucho lo que te ha pasado, pero no soy culpable’. Guédiguian defiende que no son extremos incompatibles y, en un momento de especial sensibilidad como el actual, asegura que “no hay nada en común entre el terrorismo actual y aquello”. “Desde siempre ha habido lucha armada, siempre ha habido revoluciones, pueblos que se ha levantado y no se pueden amalgamar como si fueran la misma cosa. Cada uno tiene una historia diferente. Lo de hoy nada tiene que ver con mi película. Creo que la característica del terrorismo que vivimos hoy en día es que es un terrorismo que se inclina por la muerte, al que le gusta la muerte, y reivindica de forma psiquiátricamente loca una vida mejor en otro sitio, no en este mundo sino en el más allá. Son combatientes que tienen ganas de morir. Los combatientes armenios en los ochenta nunca eran kamikazes, al contrario, intentaban autoprotegerse para seguir con la lucha”.