Cada vez más menores madrileños son sujetos a medidas judiciales por maltratar a sus padres. Luis González Cieza, que coordina un programa pionero para reeducar a estos jóvenes de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor, habla para Madridiario de los problemas y desafíos que plantean estos jóvenes a sus familias y a la Administración.
¿En qué medida se han incrementado los delitos de maltrato familiar?
Aproximadamente, cada año se dobla el número de casos que nos llegan: en dos años, estos menores se han convertido en el 10 por ciento de los menores que cumplen medidas judiciales en Madrid. Sus comportamientos eran cada vez más violentos y nos dimos cuenta de que sus características difierían de las del resto de los menores que cumplen medidas judiciales, y por eso necesitaban una atención diferenciada.
¿Quiere esto decir que ahora los chicos maltratan más a sus padres?
No, pero sí se denuncian más casos. Aquí las familias son las víctimas y los que denuncian, y es muy duro reconocer una educación inadecuada. Ellos piensan que, por su culpa, el chico va a estar interno: están denunciando a su hijo, diciendo que ya no son capaces de hacerse con él; que otros, en este caso la administración, se hagan cargo del caso. El Laurel, nuestro centro especializado en maltrato familiar, de régimen semiabierto, tiene 25 plazas, y el año pasado pasaron por allí 35 menores.
¿Cómo son esos chicos?
Hasta hace un año y medio, los jueces ni siquiera diferenciaban este tipo de delito de otros como las lesiones o cualquier tipo de agresividad o violencia, así que tampoco había datos. Estos chicos cumplían medidas por lesiones, como el resto de chavales que las habían cometido, por ejemplo, en una pelea en la calle. Según los datos recogidos desde que empezó el programa, la edad en la que estos menores empiezan a cumplir una medida baja mucho respecto al resto: la habitual es de 17 años o más, y estos rondan los 16; casi un tercio de ellos tienen incluso menos, 15 o incluso 14. Además hay un mayor porcentaje de chicas; en la población normal oscila entre un 10 y un 12 por ciento y aquí ronda el 30.
¿Las familias tienen el mismo perfil que las del resto de los menores infractores?
No, aquí hay más equilibrio en cuanto a su nivel socioeconómico y cultural, porque el maltrato pude darse tanto en familias acomodadas como en las que tienen problemas económicos. Además, los datos indican que la agresión se ciñe al ámbito familiar. Si hay conductas disruptivas fuera del ámbito familiar, la mayoría no dan lugar a delitos: no son delincuentes que también hagan robos con intimidación, lesiones, etcétera. Y otro de los mitos es el de las patologías mentales. Las familias preguntan. “¿Qué tiene mi hijo?”, pero el modelo médico no nos sirve. Aquí, de alguna forma, todos tienen o alguna parte de responsabilidad en que el chico evolucione así.
¿Cuáles son los ‘factores de riesgo’ para que se produzca maltrato familiar?
En la mayoría de los casos, la conducta agresiva se dirige contra la madre, incluso cuando hay una figura paterna; pero es que además casi todas son familias monoparentales maternas. Cuando la madre vuelve a tener pareja, la agresividad también se dirige hacia ella, sobre todo cuando es ella quien tiene que marcar los límites y las normas. Además, sospechamos, aunque aún no disponemos de datos, que la agresión se da siempre contra el miembro de la familia con el que hay una mayor relación afectiva. Podría entenderse también como una forma de autoafirmación del menor. Pero, fuera de estas suposiciones, lo que sí resulta seguro es que el mayor peligro está en unas pautas educativas deficientes: la falta de coherencia, de imposición de límites, o una excesiva rigidez, y las formas, la manera de relacionarse desde pequeños con los padres.
¿Son así también fuera de su casa?
Según nuestra información, resulta frecuente que estos chavales tengan pocos o ninguno amigos y, cuando establecen alguna relación de este tipo, las relaciones de amistad no son profundas: carecen de componentes emocionales. Están marcados por su dinámica familiar y eso repercute en sus posibilidades de relación con los demás.
Pero a lo largo del tratamiento suelen responder bastante bien y desarrollan empatía, según sus resultados.
Sí, ha sido una sorpresa. No había experiencias en este sentido y no sabíamos si ese modelo de chico, con ciertos rasgos de frialdad, impulsividad y falta de empatía, iba a responder a la intervención, pero el resultado ha sido excelente.
¿Con qué recursos cuenta el programa?
Lo primero que tuvimos que hacer, por la gravedad del comportamiento de los chicos, fue poner en marcha El Laurel, que hoy es un centro pionero a nivel nacional. Y desde el área de Menores en Conflicto Social, que se ocupa de las medidas en medio abierto, disponemos de centros de día y se ha creado un grupo de convivencia para aquellos que necesitan estar un tiempo separados de su familia, pero no hace falta internarlos en un centro.
¿Tienen datos de la reincidencia de los menores en este tipo de delitos?
Muy pocos, pero puedo un dato muy relevante: ninguno de los chicos que han salido de El Laurel desde junio del año pasado no han tenido ningún reingreso. Y de hecho, hay un seguimiento, porque toda medida de internamiento conlleva luego una medida de libertad vigilada, con supervisión de los juzgados. Es muy poco tiempo para poder sacar conclusiones, pero los comienzos son alentadores. Las familias y los chavales tienen también una percepción buena.
Pero algunas familias no quieren colaborar después en el tratamiento, según señaló durante su ponencia en el I Congreso Internacional de Justicia Juvenil…
Sí, eso ocurre con muchas familias. En el momento en que se intenta trabajar a fondo con la familia, esta no responde. Los padres no tienen conciencia de que esta conducta del chico tenga relación con la historia familiar, sino que piensan que es un problema exclusivamente de sus hijos. Además, cuando los chavales llevan ya algunos meses en El Laurel, y nosotros trabajando con ellos, empiezan a tomar conciencia de lo que pasa, de ese conflicto familiar, de las dificultades en las relaciones con sus padres y entre ellos; y la familia no sigue con ese tratamiento. Y el juez de menores puede sugerir a los padres que colaboren, pero no hay un respaldo legal para obligarles. Eso habría que solucionarlo.
¿Resulta frecuente que las familias retiren las denuncias?
Sí. Lo que pasa es que no pueden retirarlas, porque en el momento en que hay una denuncia contra un menor, el Fiscal de Menores la hace suya y es quien la saca adelante. Si este entiende que se puede estar cometiendo un delito, la lleva adelante. Si la familia se echa atrás, el fiscal lo tendrá en cuenta y lo valorará, pero si existe riesgo para ellos lo sacará adelante. Las familias tienen muchas dudas, pero un simple arrepentimiento por parte del chaval no sirve: somos lo que hacemos. Esas conductas no cambian de un día para otro.