“Porque aquí «he perdido mi tierra» empieza a cambiar; una célula se divide y de esa división crece el objeto de tu odio: «Nosotros hemos perdido nuestra tierra». El peligro está aquí, porque dos hombres no están tan solos ni tan perplejos como pueda estarlo uno. Y de este primer «nosotros», surge algo aún más peligroso: «Tengo un poco de comida» más «yo no tengo ninguna». Si de este problema el resultado es «nosotros tenemos algo de comida», entonces el proceso está en marcha, el movimiento sigue una dirección.” Las uvas de la ira, John Steinbeck.
Una familia cava la tumba del abuelo de noche a escondidas para que no le cobren por su entierro ni le entierren como a un pobre. Es una familia literaria, la de John Stenbeck en Las uvas de la ira, donde podemos leer el dolor del desarraigo absoluto como hoy lo vemos en los campos de refugiados. Ya no son días, ni horas, ni meses, son años. Años en que desde esta orilla del privilegio hemos podido ver amanecer y escuchar el canto de los pájaros mientras seres como nosotros luchaban por dejar de respirar lejos de su mundo y de sus afectos, desgajados por el terror en pedazos de familias e incluso amputados de sus propios cuerpos.
Pero esta orilla del privilegio acumula cada noche más cadáveres. Los hay de mujeres asesinadas, los hay de chavales a los que la droga vuelve a llevárselos para siempre, como hizo con sus padres; los hay de niños que se han suicidado y de jóvenes que han muerto en peleas callejeras. Los hay que mueren por su mala alimentación y falta de cuidados en sus enfermedades. Los hay fuera de las aulas para siempre. Fuera del conocimiento y gozo de la cultura. Y esto es Madrid.
Esta semana el Partido Popular de Cristina Cifuentes niega la dignidad a un campo de fútbol que trabaja con 220 niños y jóvenes de uno de los barrios más deprimidos de España: Orcasitas. Y ellos se preguntan por qué. Esas familias que conocen bien el barrio, al que se accede por la llamada Avenida de los Poblados porque fue un poblado, se preguntan por qué. Por qué en Orcasitas sigue la tierra en un campo de fútbol que genera lesiones y en el que no se puede jugar cuando llueve. Esas familias se preguntan por qué sus niños no solo no tienen para ninguna actividad al margen de comer (si tienen para comer) sino que ni siquiera pueden compartir los valores del deporte. O, lo que es peor, por qué abocan a sus jóvenes a las calles.
No es un campo de fútbol, los vecinos de Usera saben bien distinguir. Llevan diecinueve años con el campo de fútbol de tierra y sus prioridades han sido evitar problemas de convivencia e ir solucionando cada brecha sangrante en el distrito: un día un suicidio; muchos, robos; la mayoría, desahucios. Y también crear, porque han sido las asociaciones y los partidos políticos los que han creado bancos de alimentos, bibliotecas, campos de fútbol, calderas para las viviendas y dado respuesta a alguno de los derechos que la administración les negaba.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, es probable que conozca muy poco Usera, que no recuerde que han estrangulado –desde los gobiernos municipales- a los comerciantes del mercado de Orcasur con una tasa que paga igual si hay dos o veinte puestos abiertos. Es posible que no sepa que hay cinco puestos y comparten escasas ventas con un mercadillo. Ni que tampoco conozca que a la policía no le gusta estar por las calles de Orcasur y que es la propia sociedad la que patrullaba por Santa María Reina cuando estaba en juego la vida y había que pasar por el terror de la amenaza, hace solo dos años.
Hoy Cristina Cifuentes se niega a convertir el único campo de tierra de la región en un campo como los demás pareciendo confirmar, como dijo aquel concejal del PP en sesión plenaria en el año 2014: “y usted qué se cree, si se nace en Usera ya se sabe que no es como nacer en otro distrito”.
El gobierno de Cristina Cifuentes, que ni siquiera tenía el convenio de cesión de este campo de fútbol a una asociación deportiva, que ni siquiera sabía de qué parcela le hablaban, sin embargo, se niega a dotarlo de las mínimas condiciones para los chavales. Y lo peor es que es coherente con otras acciones de este gobierno en el distrito porque también se han negado a terminar el Teatro de Almendrales y ni siquiera se han fijado en el Caracol de Orcasur, con multitud de locales cerrados y cuyas escaleras centrales son una invitación a la nada.
Mientras vemos a los chicos por las calles en horario escolar, nos preguntamos qué clase de opción tienen en Usera. Y si a alguien que no viva en uno de los siete barrios le preocupa generar empleo, formación y opciones para el desarrollo de las orillas de la desventaja. Entretanto, en Orcasitas, Orcasur, Zofío, Almendrales, Pradolongo, San Fermín y Moscardó hace muchos años que ha surgido el primer nosotros. Y por eso, por ellos mismos, sobreviven. No estáis solos aunque hay que demostrarlo cada minuto. El Nosotros siempre admite a uno más.
Ana García D'Atri
Diputada socialista en la Asamblea de Madrid