Decenas de miles de ciudadanos llenaron las calles de la capital para protestar contra los recortes que ahogan a millones de familias y contra la corrupción. El mismo día de la gran manifestación, el consejero de Presidencia de la Comunidad de Madrid, Salvador Victoria, hizo la gracia, de mal gusto por cierto, del día y, aprovechando que era 23-F,
relacionó a los golpistas contra la democracia con los que luego llenarían las mareas contra las maldades de un Gobierno obediente a los mandatos de los que nos quieren sacar de la crisis a base de restricciones y supresión de derechos ganados a pulso.
Al rato de soltar tamaña barbaridad, ideada por los que quieren sustituir las ideas por las consignas y las frases hechas para contentar a los necios e irritar a los demás, dijo que no quería decir lo que salió de su boca y que sólo pretendía ir contra los violentos que una vez finalizada la protesta hicieron de las suyas, que, por cierto, desagradan a la inmensa mayoría de los que queremos manifestarnos con ganas y rabia pero sin violencia.
Tachar de radicales y antisistema a los que se manifiestan contra los “nuestros” y equiparar estas dos palabras con violentos y opuestos a la democracia es sencillamente una memez y un insulto a la inteligencia. Dice el diccionario de la RAE que radical es el “partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático”.
Nada dice de radical igual a violento. Asimismo, estar indignado porque el sistema democrático hace agua por todos los lados por falta de democracia no es estar contra el sistema democrático sino a favor de que se eliminen los vicios que han permanecido durante demasiados años y que están provocando la nube de corrupción que todo lo envenena e inunda.
Ser contrario a la corrupción y demás golferíos que conocemos cuando la crisis más daño está haciendo no es decir adiós a la democracia, sino bienvenida sea para resolver los problemas que ha generado la partitocracia y el bipartidismo. Los partidos, sostén del sistema democrático, han de ser democráticos y deben hacer modificaciones radicales para acabar con sus “prácticas clientelistas sus listas electorales cerradas, sus políticas internas opacas y la sustitución de ideas por palabras”. Lo entrecomillado corresponde a José María Maravall, socialista, exministro de Educación y a quien merece la pena tener en cuenta y escuchar.
En fin, Salvador debe pensar antes de hablar porque la Victoria nace de la inteligencia no de la vulgaridad. Yo prefiero que me convenzan.