jueves 10 de noviembre de 2011, 00:00h
Primero: seamos serios; un debate es otra cosa. Está bien reunir a los dos principales líderes, cara a cara, para que cada uno desgrane sus discursos durante un tiempo hipermedido mientras el otro escucha y hace como que toma notas. Está bien pero sabe a poco. Porque lo que de verdad estaría bien sería que los dos políticos se contestaran mutuamente, se contraprogramaran, rebatieran los argumentos del contrario y explicaran sus alternativas. Con educación y respeto, pero también con contundencia.
Segundo: estaría bien que el periodista moderador pudiera hacer preguntas. No simplemente leer enunciados para pasar de un bloque temático a otro, sino introducir interrogantes, a ser posible poniendo en apuros a uno y otro. Sobran en este país periodistas con preparación suficiente para hacerlo desde una óptica de neutralidad. ¿Se imaginan qué gozada sería un debate de este tipo, con tres periodistas poniendo en un brete a los diputados con preguntas incómodas, y viendo la capacidad de éstos para salir del apuro?
Tercero: miro y remiro los números del evento y no dejo de frontarme los ojos. ¿Cómo puede ser? ¿15.000 euros en acreditaciones? Y ¿20.000 en un ágape? ¿Porqué es necesario dar un ágape? En comparación, el segundo debate, éste entre cinco candidatos, resultó mucho más ameno –además de sensiblemente más barato-. ¿No podría haberse hecho el primer encuentro en ese mismo plató público que tan bien resultó para el segundo?
La actual democracia española lleva ya unos años de rodaje. Desde 1977, ni más ni menos. No tiene, claro está, el peso de la tradición británica, ni la experiencia en este tipo de encuentros de los americanos. Pero ya va siendo hora de que los políticos pierdan el miedo, o al menos, de que pierdan el poder de controlar hasta ese punto la información. Ojalá que para la próxima contienda electoral, se planteen debates de verdad, con gancho periodístico y auténtico interés para los votantes. Será una estupenda prueba de madurez de la sociedad y de la política.