lunes 01 de febrero de 2010, 00:00h
Esperanza Aguirre cometió el grave error de insultar en privado, es decir, de creer que insultaba en privado, pero ahí estaban de nuevo los micrófonos abiertos, causantes de tantos disgustos a políticos a lo largo de la historia de la democracia en España y que, a pesar de ello, todavía no han aprendido que los micrófonos los carga el diablo.
El insulto de Esperanza Aguirre el pasado viernes, cuyo destinatario pertenece a su intimidad, ha tenido efectos colaterales durante todo el fin de semana. Le vino de maravilla al gobierno socialista de Zapatero porque en vez de hablar de esa pretensión de alargar la jubilación a los 67 años, con lo que supone de pérdida de las conquistas sociales conseguidas por los trabajadores con mucho sudor, se ha hablado del improperio de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Y subida de un ágil salto al carro del oportunismo, la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, se ha rasgado las vestiduras preguntándose qué hubiera pasado si tal insulto lo hubiera hecho un socialista, al tiempo que sufría un lapsus de memoria y no recordaba como un socialista destacado, el alcalde de Getafe, Pedro Castro, presidente de todos los alcaldes de España, llamaba, no en privado, sino en público, “tontos de los cojones” a los votantes de la derecha, los colgaba en su página web, y por más que se ha pedido su dimisión, ahí sigue.
Pero el insulto de Aguirre dio que hablar a propios y extraños. Y entre los propios, el vicealcalde Manuel Cobo, quien ha venido a insinuar que a Esperaza Aguirre el partido debería abrir expediente por esta cuestión; se ha preguntado qué habría el hecho el partido si Ruiz-Gallardón, o él mismo, hubieran dicho lo que dijo Aguirre el pasado viernes. La diferencia está en que Cobo fue suspendido de militancia por insultar a Esperanza Aguirre públicamente, por escrito, en una entrevista publicada, con expresión clara de nombre y apellido. Es como si Cobo hubiera querido lavar sus insultos en las aguas removidas por Aguirre, cuando se trata de dos circunstancias distintas en escenarios distintos.
Uno, un servidor, mantiene una denodada lucha interna por preservar el romanticismo utópico de que en esta sagrada profesión del periodismo, no cabe la manipulación donde debe reinar la equidad, la exigencia de la veracidad. Pero no hay manera de hacer de la utopía algo tangible. El pasado domingo, veo el informativo de una televisión, amiga de chequear continuamente a las otras cadenas para cazar gazapos, ridiculizar o manipular imágenes y palabras, en el que la presentadora viene a decir que en el Partido Popular se pide una sanción a Esperanza Aguirre, igual que se ha hecho con Manuel Cobo, sin aclarar que el insulto de la una fue un insulto captado en conversación privada, y el del otro, hecho expresamente a un medio de comunicación; que en el caso de Aguirre, el insultado no tenía nombre, y en el de Cobo, iba dirigido con nombre y apellido a Esperanza Aguirre.
Más tarde la presentadora aseguró que el insultado sin nombre era el alcalde de Madrid, cuando la propia Esperanza Aguirre ya había despejado esa incógnita dejando claro que su destinatario no era el alcalde. Pero ya vale todo, lo de los políticos interesados y lo de los periodistas claramente orillados hacia una opción política. En cualquier caso, la presidenta de la Comunidad debe cuidarse la lengua, bueno, el lenguaje, por si las moscas, bueno por si hay micrófonos abiertos.
Cronista Oficial de Madrid y Getafe
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