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José Tamayo.
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José Tamayo.

Don José Tamayo (1920-2020) II

viernes 12 de junio de 2020, 17:57h

Afianzada la compañía Lope de Vega, José Tamayo comenzó a desplegar una intensa actividad profesional y empresarial llevando a la escena grandes montajes que, también, los trasladó a espacios abiertos.

A Tamayo se debe la recuperación en el siglo XX de los autos sacramentales, un género que, estando en los inicios de nuestro teatro, habían desaparecido. Gran parte de culpa la tuvo la orden de Carlos III, en 1765, prohibiendo las representaciones de los autos sacramentales y las comedias de santos. Este fue el argumento principal:

Por ser los teatro lugares muy impropios y los comediantes instrumentos indignos y desproporcionados para representar los Sagrados misterios de que tratan, se ha servido S.M. de mandar prohibir absolutamente la representación de los autos sacramentales y renovar la prohibición de comedias de santos y de asuntos sagrados bajo título alguno, mando igualmente que en todas las demás se observen puntualmente las prevenciones anteriormente ordenadas para evitar los inconvenientes que puedan resultar de semejantes representaciones.

Aunque Margarita Xirgu, en diciembre de 1930, había montado en el teatro Español El gran teatro del mundo (algunos días representaba por la tarde La zapatera prodigiosa y por la noche el auto sacramental) fue Tamayo el que devolvió el género a esta sala. En 1954 montó La cena del rey Baltasar y, un año más tarde, El pleito matrimonial del alma y el cuerpo, ambos de Calderón de la Barca. En esos años dirigió también el Español, instalado con su propia compañía.

No debemos olvidar la espectacular puesta en escena de El gran teatro del mundo, ante la fachada del Palacio Real de Madrid durante las fiestas patronales de 1952.

En el Vaticano

El recorrido de sus grandiosos montajes sacramentales por atrios de catedrales, plazas y templos de toda España tuvo una parada singular. En dos ocasiones el director granadino llevó su compañía hasta el mismísimo Vaticano para representar sendos montajes de autos sacramentales.

En mayo de 1953, con el patrocinio del Ministerio de Información y Turismo, aterrizaron en Roma con La cena del Rey Baltasar, interpretada por Francisco Rabal, Asunción Balaguer, Manuel Dicenta y otros. El día 15, en el Auditorio del Palacio Pio, se congregaron miles de invitados, sobre todo del cuerpo diplomático acreditado ante el Vaticano y ante el Gobierno de Italia. Al día siguiente Pío XII concedió una audiencia a la representación española de políticos y artistas.

La segunda vez fue en junio de 2000 con El gran teatro del Mundo. La producción ya se había estrenado en la basílica de San Francisco el Grande y, más reducida, en el teatro Bellas Artes. Más de seis mil personas pudieron asistir el 24 de junio en Aula vaticana Pablo VI a la monumental representación, que encabezaban Paco Valladares, José Rubio, Julia Martínez… Juan Pablo II concedió audiencia a toda la compañía española mientras se montaba el decorado en la sala.

Calderón de la Barca sería uno de los autores recurrentes del director a lo largo de toda su carrera. Además de los autos sacramentales, llevó a escena La vida es sueño en media docena de ocasiones.

Al aire libre

El director encontró en recintos teatrales milenarios los espacios idóneos para su megalomanía escénica. Las ruinas de Ampurias, el teatro griego de Montjuich y los teatros romanos de Mérida y Sagunto acogieron algunos de los montajes. En Mérida dirigió, por ejemplo, Julio César, 1955; Numancia, 1961 y Calígula, 1963. La destrucción de Sagunto no pudo tener mejor marco que el teatro de esa ciudad, que todavía no había sufrido la polémica restauración. Después vendrían los musicales, la ópera y la zarzuela representados al aire libre, que comentaremos en la siguiente entrega.

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