Luis de la Torre lleva 25 años conduciendo cada día uno de los autobuses de la línea 110 de EMT, la que recorre el cementerio de La Almudena. Madridiario le ha acompañado en uno de sus trayectos para conocer la vida, la muerte y los fantasmas del camposanto.
Unos enormes arcos de cemento son la puerta entre dos mundos que caben en Madrid. Viniendo desde La Elipa, el 110 es algo así como una barca del siglo XXI que transporta a los vivos a la nación de los muertos: el cementerio de La Almudena. Con cinco millones de personas enterradas, es el más grande de España. No obstante,
su superficie es igual a la del casco histórico de Segovia.

Y si el autobús es la barca, Luis y el resto de conductores que recorren la línea, actúan como carontes para
una sociedad madrileña que está dejando morir el culto a los muertos. "Cada vez viene menos gente porque las personas mayores que venían se han ido muriendo y los jóvenes apenas vienen", comenta. Tanto es así que
la EMT ha ido reduciendo progresivamente el número de coches destinados a la línea para días ordinarios. A cambio, nutre su ramal, la línea 210, que no entra en el camposanto pero que provee a los mayores elipeños de transporte hasta el centro de salud de la avenida de Daroca y hasta la plaza de Manuel Becerra, cerca del hospital de La Princesa. Incluso, se está notando la reducción del número de clientes en los días estrella del cementerio, fiestas como los días de los padres y el día de todos los santos.

Sin embargo, hay viajeros fijos. "
Hay personas que vienen todos los días y somos como una familia. Conocen nuestra vida y nosotros la suya. La mayoría son ancianos, así que hacemos lo posible por dejarles en la tumba de sus seres queridos. Como ya saben los horarios y frecuencias, saben que pueden contar con nosotros". Por supuesto,
tampoco faltan los curiosos que no dejan de visitar las tumbas de Jesús Gil, Lola Flores, El Yiyo o Millán Astray. A la de Tierno Galván nunca le faltan flores. "En muchas ocasiones hacemos las veces de guías turísticos porque no paran de preguntarnos sitios curiosos, a pesar de que hay visitas guiadas", prosigue. No obstante, hay algunos secretos que prefiere reservarse, como los magníficos albaricoques que dan los frutales cercanos a una de las puertas de acceso, los restos de huesos que quedan desperdigados en las zonas desde las que han trasladado cadáveres a las fosas comunes o los epitafios poéticos de la tumba anónima de dos madrileños enamorados.
Fantasmas y toreras Por supuesto,
ha transportado fantasmas y ha visto algunos que lo parecían. "Yo no sé si han sido alucinaciones, pero me ocurrió en dos ocasiones, junto al monolito a los héroes de Cuba, que viajando con el autobús vacío, se activó el timbre de parada. En la segunda ocasión, me dio tanto miedo que me fui a cocheras", comenta con una mezcla de sarcasmo y respeto. También se asustó cuando erigieron una estatua en su tumba a una torera de los años 40. "Era un día de niebla y estaba cubierta con una sábana", narra. No ha sido el único en tener experiencias paranormales. Un conductor ya retirado juraba y perjuraba que más de una vez y más de dos, una chica se subió en el autobús en la primera parada del cementerio, pulsaba para bajarse junto al mismo monolito, y cuando el conductor quería fijarse por el retrovisor para abrirle la puerta, había desaparecido.

Más allá de eso, es una línea tranquila. "En cuanto entras en el cementerio te puedes olvidar del tráfico e ir tranquilo. La conducción es sencilla, a pesar de que hay zonas que están mejor conservadas que otras", asegura. En invierno, es mucho más complicado conducir porque las carreteras se hielan y no pasa el quitahielos. Eso sí, la 110 no está exenta de sustos.
Más de una vez y más de dos, Luis ha tenido que llamar al Samur para que atendiese a algún viajero que ha corrido riesgo de morir. También vivió la época en la que robaban cruces y bolsos, pero han sido circunstancias puntuales. "El pasajero, habitualmente, tiene un perfil mucho más respetuoso y calmado que el de una línea normal por las razones normales que suelen conllevar este viaje", incide.

En ese constante ir y venir, la vida pasa aunque el cementerio permanece. "Aquí nada cambia.
La Almudena está igual que hace 25 años y así va a seguir. El problema es que a las nuevas generaciones les interesa cada vez menos visitar a sus familiares muertos", concluye, antes de terminar esta parte del recorrido. Luis vuelve a cruzar la puerta de La Almudena hacia las cocheras de La Elipa. Cerca de allí, en la calle de Santa Genoveva, la primera parada del 110 en el mundo de los vivos, varios viajeros esperan al autobús. Para estos, la vida sigue y la muerte... La muerte puede esperar.