En primera fila del Auditorio Marcelino Camacho estaban sentados, el pasado lunes, Nicolás Sartorius y Julián Ariza, que fueron junto a Marcelino Camacho caras visibles y pioneros de las Comisiones Obreras. Un sindicato que fue naciendo espontáneamente entre luchas, entre clandestinidad, alegalidad, ilegalidad, legalidad…
Las comisiones de obreros surgían como setas desde finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, formadas por miles de personas anónimas; pero aquellas caras visibles, aquellos pioneros, tuvieron la capacidad de aunar voluntades y objetivos de clase. Objetivos laborales y sociopolíticos que requerían de una herramienta, de CCOO.
Me refiero al pasado lunes porque, coincidiendo con el octavo aniversario de la muerte de Marcelino, se puso el colofón a los actos que este año hemos venido realizando para conmemorar el centenario de su nacimiento, que ha fluido a la par que las grandes luchas de clase en el mundo y en España.
Y me gusta recordar cómo Nicolás Sartorius, con quien tanto tiempo compartió, destacaba el rasgo, para él, fundamental del carácter que destacaría de Marcelino; el de “la aceptación natural de la crítica y la discrepancia”. Siempre recuerda Sartorius que cuando alguien, llevado de un impulso autoritario terminaba diciendo “esto se hace así y punto”, Camacho le interrumpía con un “compañero, de punto nada; en todo caso punto y coma”.
El centenario del nacimiento de Marcelino nos ha servido en este 2018 para hacer un reconocimiento a toda la clase obrera española, a quienes lucharon por la libertad, los derechos y la igualdad.
Durante el franquismo, decenas de miles de personas en fábricas, pero también en universidades y centros escolares, en paternalistas sucursales bancarias, en las obras de la construcción y en los hospitales, entre ferroviarios, carteros, personal de comercios, costureras, telefonistas…, porque todos los sectores tenían, igual que hoy, intereses y derechos comunes que defender. Luchas también en barrios en los años de la emigración y la inmigración.
Pero este 2018 y el siglo de Marcelino además ha sido de complicidad con quienes sufrieron el golpe de estado franquista (literalmente fascista) con quienes lo perdieron todo -o se lo arrebataron a golpe de bayoneta-, incluso la vida; con quienes tuvieron que huir en un exilio político o, simplemente, para no morir de hambre.
Marcelino y su inseparable Josefina, almeriense de nacimiento, padecieron exilio y refugio en Argel, en la misma dirección pero rumbo contrario al que hoy llegan a Almería, por cientos, inmigrantes que huyen de las guerras y el hambre. Por eso, estos reconocimientos a la figura de Marcelino también miran a la actualidad y al futuro y reclaman auténtica solidaridad y compromiso con esos derechos humanos que posibilitan el derecho al asilo.
Mencionar a Marcelino es mencionar a Josefina, compañera de vida y militancia; una mujer que estuvo a su lado, no detrás de él. Una mujer activista que, creadora del Movimiento Democrático de Mujeres, fue sembrando esa igualdad que hoy está en la agenda mundial y que tiene que avanzar.
Una lucha que requiere esfuerzo y estrategia de futuro para eliminar ese patriarcado que ha explotado y machacado a las mujeres y que ha provocado una sociedad en la que los asesinatos machistas son ya una sangría insoportable.
Los viejos retos contra los que lucharon los pioneros de las Comisiones Obreras también tienen que mirar al futuro porque el capitalismo inventa nuevas formas de arrebatar a la clase obrera la riqueza que genera con su trabajo.
Marcelino vive en las Comisiones Obreras y, entre aciertos y también errores, seguiremos forjando su historia para hacer posible su sueño cuando afirmaba que “igual que un día se acabó con la esclavitud, habrá algún día que acabaremos con la explotación”.
Jaime Cedrún es secretario general de CCOO de Madrid