José Manuel Villegas, vicesecretario general, salía a valorar los datos de participación sobre las 20.00 horas, esperando un milagroso aumento que hiciera que, durante el escrutinio, la participación aumentase y salvase a su partido de la quema.
Tres horas más tarde y con los resultados oficiales bajo el brazo, Albert Rivera se disponía a comparecer con la cúpula del partido detrás de él dando una imagen de sintonía y apoyo. El catalán comenzaba felicitando a Mariano Rajoy, claro ganador de las elecciones, y seguía con unas palabras de autocrítica.
El ambiente fúnebre que reinaba en la sede de Ciudadanos desde los primeros resultados oficiales daba un giro radical cuando el candidato salía a valorar los 32 diputados, que constituían un fracaso para un partido que esperaba ser bisagra en la formación de un gobierno. Los gritos de "presidente, presidente" de un centenar de militantes que se habían acercado a la sede hicieron que Rivera se animase y no tuviera tiempo para lastimarse, convirtiendo a la ley electoral en su primer enemigo y en la principal culpable del desastre que significa perder 8 diputados en el Congreso.
Pese a "consolidar el centro político con más de tres millones de votos", Ciudadanos ha fracasado y sus simpatizantes se mostraban conscientes. Pese a los ánimos de victoria mostrados por la cúpula, su electorado se ha mostrado volátil. Aspiraban a consolidar los 40 escaños y han terminado conformándose con 32, defendiendo que “el centro existe”. La formación naranja ha perdido el 20 por ciento de sus diputados y, sobre todo, la fuerza parlamentaria necesaria para negociar un posible gobierno, quedándose como uno de los grandes perdedores de estas elecciones.
El partido no suma ni con PP ni con PSOE y esto dificulta que Cs pueda hacer exigencias como, por ejemplo, pedir la cabeza de Mariano Rajoy en la negociación del futuro gobierno. Esto ata al partido de pies y manos, ya que su electorado no entendería que se le diera un cheque en blanco al Partido Popular, pero tampoco que se rechazara la posible formación de un ejecutivo estable. Entre esta línea tendrá que trabajar Rivera los próximos meses, lejos de todo el entusiasmo que ha querido mostrar en noche electoral; una noche en la que, a juzgar por sus discursos, todos los políticos ganan.