Nunca pensó que acabaría sacando algo positivo de su contagio de covid. La infección se complicó y tuvieron que ingresarla en el Hospital. El 14 de septiembre de 2020, en el resultado de un TAC, los médicos detectaron un tumor. “A partir de ahí, comenzó mi odisea”, dice con entereza Evelyn Hernández. Durante cinco meses, se sometió a quimioterapia. A esto le siguió una operación y 25 sesiones de radioterapia. Su madre estaba “delicada de salud” y no quería que descubriera su enfermedad. De ahí que, para paliar la caída del cabello, optara por usar peluca. Como ella, son muchas las que lo hacen. Para esto, es necesaria la otra parte de la ecuación: quienes donan su pelo para la confección de pelucas oncológicas. En 2020 y buena parte de 2021, la recogida de cabello se detuvo por motivos de “seguridad”. Pero atrás quedó esta parálisis: a lo largo de 2022, se ha incrementado de forma notable el número de donantes, un colectivo que componen en su mayoría chicas cada vez más jóvenes, tal y como aseguran desde el sector.
“Antes había bastante donación, pero en la pandemia se paró porque el pelo no se podía recoger ni manipular”, explica la responsable de Atención Psicosocial en la sede de Madrid de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), Vanesa Jorge Martín. Durante cerca de dos años, recolectar el cabello se convirtió en una ardua tarea por el “riesgo” para la salud que esto podía suponer, pese a que su desinfección siempre ha sido un paso obligado. No obstante, hay quienes aprovecharon ese parón para dejar crecer su pelo y donarlo después. Y esto incluye también a algunos hombres, aunque el número es muy reducido.
El shock ante la nueva imagen
Hernández tenía una mamografía el 23 de marzo de 2020, pero el estallido de la pandemia obligó a cancelarla. En agosto, notó en el pecho un “pequeño bulto” que crecía con rapidez. “En ese momento, sentí alivio de que me lo detectaran con tiempo”, garantiza. Se enfrentó a uno de esos tumores “difíciles”: un triple negativo grado tres. Pese a ello, el 30 de septiembre de 2021, recibió el alta y confirmó que había ganado la batalla.
El apoyo y la actitud de “normalidad” de la gente de su entorno le hizo afrontar la enfermedad “lo mejor posible”. Sabía los efectos que iba a tener el tratamiento que recibía. Le advirtieron de que, a partir de la segunda sesión de quimioterapia, se le caería el pelo. Pero no fue así. A las dos semanas de recibir la primera, se quedó con un mechón en la mano mientras se peinaba. Le dijo a su marido que pidiera cita en una peluquería y no lo dudó: se rapó la cabeza. “El ver que se me iba cayendo poco a poco, me iba a causar mucha más angustia”, explica.
“Verte sin cabello te pone de frente con la enfermedad, e incluso se puede confundir con un empeoramiento"
A la dureza del cáncer se une la que es, quizá, una de las partes más difíciles del proceso y, a la vez, a la que no se le presta toda la atención que debería. “Se habla del tratamiento y los síntomas, pero no de cómo es ver cada día en el espejo que no tienes cabello, pestañas ni cejas”, relata Hernández. Usar la peluca le subía la autoestima y le hacía pensar que “eso era momentáneo y lo iba a superar”. Y es que, a pesar de ser un efecto secundario inevitable y, sobre todo, reversible en la mayoría de los casos, esto supone un choque de realidad de gran impacto emocional. “Verte sin cabello te pone de frente con la enfermedad y, a veces, incluso se puede confundir con un empeoramiento”, declara Jorge Martín. La AECC hace especial hincapié en el trabajo psicológico de esta cuestión, conscientes de que verse y sentirse bien ayuda a que el cáncer sea más llevadero.
Además, usar peluca o pestañas postizas, pintarse las cejas o maquillarse, no solo modifica el aspecto que la enfermedad obliga a asumir, sino que también esconde el cáncer al resto. “Me ayudaba a verme normal, a infundirme valor y a no ver la cara de pena de la gente, porque eso es deprimente”, proclama Hernández. En su mayoría, son las mujeres y adolescentes las que recurren a las pelucas, mientras que los niños y los hombres no suelen hacerlo, al considerar la calvicie “algo más natural”.
Tal es la importancia que tiene para las pacientes la caída del cabello que, quienes no tienen recursos para hacerse con una peluca, pueden llegar a no querer salir de casa. “Dificulta mantener la rutina, sobre todo en la parte más social”, lamenta Jorge Martín. La AECC presta pañuelos -también enseñan a utilizarlos- y pelucas que, a su vez, son donadas por mujeres que han terminado su proceso oncológico, para ayudarles a afrontar determinadas situaciones que pueden resultarles incómodas y que, de esta forma, consigan aliviar el efecto de la enfermedad. “Lo que más impacta es cuando te dicen que en el siguiente ciclo de quimio se te va a caer el pelo y tienes que raparte”, expone.
La única fábrica de pelucas naturales de España

En 1965, nació en Madrid la única fábrica de pelucas naturales de España: ‘Natura Hair System’. Después de tantos años de actividad, contaban con un gran stock de pelucas descontinuadas y de años anteriores. El fundador de la empresa, Eduardo Maceda, decidió darles una salida solidaria y, hace cinco años, puso en marcha el proyecto ‘Peluca solidaria’, al que ya se han unido cientos de peluquerías de todo el país. El fin de esta iniciativa es donarlas a pacientes con cáncer sin recursos, para reducir el efecto emocional y social de la enfermedad.
Así, se pusieron en contacto con la AECC que, a su vez, tenía “un montón de cabello que no sabían muy bien cómo aprovechar”, subraya la responsable de ‘Natura Hair System’ y de ‘Peluca solidaria’, Esther Maceda. Llegaron a un acuerdo de colaboración, mediante el cual los trabajadores sociales de la asociación les derivan el cabello donado y a los pacientes sin recursos, y la fábrica realiza las pelucas a coste cero. “Nos donan el cabello y nosotros donamos la mano de obra”, señala.
“Que sepan que no tienen que pagar 3.000 euros por una peluca”
El valor en el mercado de una peluca de cabello natural, hecha a mano y que imita el cuero cabelludo ronda los 1.000 euros. Y no todas tienen la posibilidad económica de hacerse con una. “Los pacientes venían bastante desilusionados e incluso llorando porque les cobraban 3.000 euros, y otros tenían que tirarlas porque no les servían o eran incómodas”, expone Maceda. De ahí que reclame la puesta en marcha de un “protocolo universal” que capacite a los profesionales sanitarios para orientar a los pacientes sobre las distintas opciones con las que cuentan y estos “sepan que no tienen que pagar 3.000 euros por una peluca”.
Esta situación bien la conoce Hernández. Tras toparse con los “precios tan elevados” de las pelucas, descubrió que la AECC subvenciona una parte de su coste -en función de los ingresos-: en su caso, asumieron el 35 por ciento de los 480 euros que pagó. “Era de pelo sintético y de las más baratas porque las naturales cuestan entre los 2.000 y 4.000 euros”, recalca. Para que su enfermedad siguiera siendo un secreto a ojos de su madre, intentó que la peluca fuera lo más parecida posible a su cabello: de pelo corto y liso. “Cuando me vio por primera vez, me dijo que qué corte de pelo más bonito tenía”, recuerda. Pese a ello, hacerse a su nueva imagen no fue sencillo porque sabía -y sentía- que ese no era su pelo.
Un proceso “muy complejo”

Cualquier edad es buena para entregar pelo rizado, ondulado o liso, tintado o decolorado. El único requisito es que se puedan cortar 30 centímetros -antes bastaba con 20-. Puesto que la peluca va tejida y picada a mano, al fabricarla, el cabello se dobla unos 10 centímetros por lo que, si la pieza es de 20, se queda “muy corta”, y algunos pacientes quieren el pelo más largo para que sea similar al suyo.
Cada mes, el proyecto ‘Peluca solidaria’ suele prestar su servicio a cuatro o cinco personas. No hay una cifra fija de la cantidad de pelo que se dona. Esta varía “muchísimo” de un mes a otro: hay semanas que pueden llegar a recibir 25 coletas, y otras 50 o ninguna. Pero, de cada kilo, hay pelo que es una maraña y “no vale para nada”.
Para hacer una peluca se puede tardar cinco o seis jornadas
El proceso de confección de una peluca de cabello natural picada a mano es “muy complejo” y puede tardar entre cinco o seis jornadas de ocho horas de trabajo. Una vez que la fábrica recibe el cabello, se hace una selección por largos y se toman las medidas al paciente. El siguiente paso es hacer una costura para no perder ningún mechón. A partir de aquí, se procesa y desinfecta para después tejerlo sobre la base de la peluca. Para que parezca pelo natural, la parte trasera va tejida a máquina, y la frontal a mano, pelo a pelo, para que se asemeje al cuero cabelludo.
Y es que son muchas las diferencias entre una peluca natural y una artificial, cuyo precio es más reducido. La fibra de la sintética ha evolucionado en los últimos años; ahora tiene más movimiento y menos brillo, y cuenta con la ventaja de que no es necesario peinarla dado que, al lavarla, recupera su forma. “Puede que la paciente, cuando recibe la quimio, no esté en condiciones de peinar y cuidar la peluca natural”, espeta Maceda.
Pero ambas tienen algo en común: no deben utilizarse las 24 horas del día, ya que puede “picar el cuero cabelludo”. Su uso, en muchos casos, se reserva para eventos “más sociales”, como ir al trabajo o a reuniones con familiares o amigos. Es ahí donde entran en juego los pañuelos y turbantes como sustitutivo, convertidos en un recurso “muy práctico” para el día a día, según la responsable de Atención Psicosocial de la AECC.
Una vez que logran vencer al cáncer, “todo se normaliza”. El crecimiento de su propio pelo es la mejor de las noticias: ejemplifica su recuperación. Esto, a veces, viene acompañado de cambios radicales. “Mi pelo era lacio y ahora es totalmente rizado”, asegura Hernández. Al igual que ella, muchas deciden donar su peluca a la AECC para que ninguna mujer sin recursos se quede sin el que es un aliciente para vivir la cara menos amarga de la enfermedad.