Mi verdad, toda mi verdad y nada más que mi verdad. Parece que es la máxima de
Manuela Carmena y su equipo municipal cuando lanza al mundo una
web de desmentidos sobre informaciones supuestamente inveraces o erróneas, en las que se señala a los medios responsables. A priori, la excusa pública es que todo lo que mejore la información que llega a los ciudadanos tiene que llevarse a cabo. En palabras de la regidora, la labor de los periodistas es esencial para la democracia y hay que abogar por que se reme hacia ese objetivo. El argumento fuera de cámara es que a los periodistas no nos puede desmentir ni Dios.
No es que se haga todo bien en los medios de comunicación. Es más, hemos entrado en una etapa en que el periodismo político, económico, deportivo y social se ha convertido en un 'Sálvame' en que, salvo honrosas excepciones, importa más la inmediatez que el análisis. Los periodistas no somos perfectos. Pero tampoco lo son Manuela Carmena y los suyos. Y no por cometer a veces errores somos merecedores del gulag.
Tanto ellos como cualquier ciudadano tienen el amparo y el derecho real y legal de pedir rectificaciones a los medios de comunicación si consideran que se vulnera la verdad con lo que se informa. Es más, el Ayuntamiento tiene un magnífico departamento de comunicación para hacerlo. Pero es que muchas veces, lo que se informa no está mal contado, o a veces solo se cuenta lo que se puede contar porque la información está fragmentada por una u otra razón. A veces, a alguien no le interesa que se cuente lo que pasa, por unas u otras razones. Incluso les pasa a los superhéroes de la transparencia.
Pero esta vuelta de tuerca tiene algo de orwelliano. De Ministerio de la Verdad de '
1984'. Ya no es que se pida que los medios lo hagan bien o mal, sino que se les someta a un escarnio público multiplicado por las redes sociales, que, ¡oh casualidad!, los palmeros de las distintas fuerzas políticas controlan de maravilla. Conozco a más de un periodista que se ha visto sometido a un auténtico linchamiento en redes sociales, sin apenas derecho a réplica (todo lo que diga será utilizado en su contra), por dar informaciones u opiniones contrastadas que no dicen lo que quieren escuchar determinados políticos. Cuando esto ocurre, resulta que los periodistas somos unos cínicos, unos fascistas, unos retrógrados y todo el 'pack' de agresiones verbales que se incluyen para matar la libertad de expresión en la que se envuelven algunos para ofender a los que no piensan o no son como ellos. Pero es que el Gran Hermano no tiene el ojo para farolillos.
Ya que hablamos de la verdad y la información, por poner un solo ejemplo, podríamos hablar del desmentido de Manuela Carmena a su concejal de Economía,
Carlos Sánchez, sobre la famosa
tasa turística. No he encontrado ni un medio de comunicación que afirmase que se haría, sino que todos precisaban que esa tasa estaba en estudio, que es lo que dijo el edil. Todos debimos de ser muy malos profesionales cuando reprodujimos sus manifestaciones. Por eso se rasgaban las vestiduras en Cibeles. No fue
una marcha atrás, ni una estrategia más vieja que el picor, como es la del globo sonda informativo para ver cómo respira la opinión pública. No. Es que la prensa es muy mala y por eso el Ayuntamiento carga contra toda ella en su web de desmentidos.
¿Para qué necesita una institución una prensa que sea crítica con su trabajo (para bien y para mal) si tiene las redes sociales para que su cohorte de palmeros le diga que todo está bien hecho? Quizás es que los periodistas solo somos buenos profesionales si nuestras noticias son acordes con el programa del partido de turno.
Intuyo entonces que para ser buen periodista ya no es suficiente con investigar, analizar y contar las historias que hay que contar; estar expuesto a la responsabilidad social y legal de tus palabras; a las mentiras y medias verdades de políticos, empresarios, sindicalistas, movimientos sociales y ciudadanos de a pie; a las presiones editoriales y a la censura propia y ajena. Todo ello, por cierto, pagado a dos duros y con horarios estajanovistas. Lo único que nos salvará es ser como los cerdos palmeros de
la granja de Orwell. Así que, camaradas, honremos el nuevo régimen: "¡Cuatro patas sí, dos patas mejor!"