lunes 27 de agosto de 2012, 00:00h
En una vida en constante movimiento repleta de información se nos quedan asignaturas pendientes por el camino, que van dejando a otras que pasen a primera plana de actualidad, y pierden protagonismo por el tiempo transcurrido.
Pero la noticia de la desaparición de dos pequeños cordobeses el pasado año ha sido una constante presente, como lo fue el caso Marta del Castillo, aún abierto. El caso de los dos hermanos estaba rodeado de un tinte amargo, donde la tragedia se masticaba desde el minuto cero. Hoy sabemos más sobre la triste historia de vileza que dio final a sus cortas vidas.
No puedo sino sentir escalofríos de imaginar cómo, según todo apunta, un padre puede ser capaz de semejante barbarie asesina; cómo alguien nacido humano, puede haber matado con alevosía a sus propios hijos; cómo se puede llegar a engendrar tanto odio contra una mujer como para causarle una pérdida insuperable.
No es asunto de generalizar, no quiero ni lo pretendo, quede claro, pero en datos y estadísticas son ellos casi siempre los causantes de espeluznantes hechos. ¿Qué les pasa a algunos hombres? ¿Cuál es el gen causante, para tantos, al rechazo de empezar desde cero, cuando una historia de amor acaba? ¿Por qué muchos hombres atentan contra la vida de otra, o de, llegados a situación límite de perversión asesina, como parece ser el caso que nos ocupa, contra los hijos de la mujer que ya no les quiere?
Las mujeres no empezamos guerras, ni suele haber asesinas en serie, no solemos matar a maridos que nos dejan porque se van con otras, no montamos redes de pederastia o trata de prostitución con hombres. Hay que condenar sin tregua, perseguir sin justificar estos hechos, ni otros parecidos porque muestran la más baja y despreciable condición humana.
Los huesos aparecidos en las Quemadillas de Córdoba, calcinados, quemados aquella misma tarde sin ninguna opción de clemencia, son los de dos niños hermanos que se fueron con su padre para ir al parque, mientras sus vidas eran la condición, sin saberlo, para salvarse si su madre aceptaba volver con su terrible captor.
Ahora solo espero que al ministro de Justicia, señor Gallardón, le duela esta terrible noticia, tanto como nos duele a todos los españoles, que vemos una y otra vez como los asesinos salen siquiera arañados por el sistema, tras cometer atrocidades de este calado espeluznante, y decida que ya va siendo hora de dar a los fríos asesinos las penas que, por estos hechos, merecen. ¿Dónde está la cadena perpetua, para este presunto monstruo, prometida en el sistema penal español?