Efectivamente hay que hacer algo con el tráfico en las grandes ciudades. Bueno y en las pequeñas también. Pero ¿la solución es prohibir y amargar la vida a los ciudadanos? Estamos en un momento en el que debemos exigir a los gestores municipales y a los responsables del gobierno central, nuevas ideas, un poco de imaginación, alguna aportación intelectual, una, aunque solo sea una, aportación que nos haga olvidar su ignorancia, algo distinto a prohibir y prohibir. Algo diferente al engaño constante al que nos tienen acostumbrados. Y en esto hay dos responsabilidades con diferentes caprichos por parte de los gestores: el ayuntamiento de Madrid y la Dirección General de Tráfico.
En primer lugar, el ayuntamiento de Madrid nos engaña. Pretende hacernos creer que las prohibiciones, a las que nos tienen acostumbrados, son necesarias por la contaminación y nos invitan a que nos compremos coches eléctricos. Como si cualquier ciudadano pudiera tirar el coche que tiene y cambiarlo, así, improvisando y solo porque lo digan las autoridades municipales. Pero no es así. A la clase media, esa que cada vez es más pequeña, gracias a estos políticos que tenemos, le cuesta mucho esfuerzo comprarse un coche. Mucho más que el trabajo que se necesita un concejal para tomar una decisión en la confortabilidad de su despacho municipal.
Pero, además, nos engañan. El problema del tráfico en la ciudad no es de contaminación o, al menos, no solo es de contaminación. También es de movilidad ¿qué quiere decir eso? Que, aunque nos compremos todos los madrileños un coche eléctrico, no podríamos movernos por el centro de la ciudad. Es decir que si toda la clase media, haciendo un gran esfuerzo para dejar sus coches recién adquiridos, se comprasen uno eléctrico, los señores que gobiernan este ayuntamiento, seguirían diciéndonos lo mismo: que no se puede circular por el centro, porque no cabemos.
Como ven nuestro esfuerzo económico no serviría para nada que satisfaga las necesidades de los ciudadanos. Quizá sí para cumplir temporalmente con unas normas que nadie ha pensado o, peor aún, que los pensantes no están suficientemente preparados para tomar esas decisiones. La ignorancia en el poder.
Pero no es menos lo de la Dirección General de Tráfico. Resulta que ha vuelto a dirigir el organismo de la circulación Pere Navarro, de triste recuerdo por las multas y por poner en marcha el sistema de puntos, que no fue idea suya, ni mucho menos. Otros mucho más valiosos que él ya lo habían anticipado, pero los procesos electorales no aconsejaban ponerlo en marcha, en aquellos momentos concretos.
Pues Pere Navarro que no fue capaz de comprometerse en unas declaraciones, como respuesta a una pregunta periodística, a cumplir los límites de velocidad, vuelve para seguir prohibiendo. Ahora ha decidido una norma descabellada donde las haya y es la circulación máxima a 30 Km/h dentro de las ciudades. Una velocidad imposible de mantener y que muy poquitos la cumplirán. Pero aquí está el problema y el beneficio. Dentro de un tiempo se hinchará a poner radares por todas las ciudades y los ayuntamientos recibirán otro impuesto más para seguir sangrando a los conductores.
Cualquier cosa para hacer infelices a los ciudadanos, a los conductores, a los que pagamos impuestos y pretendemos convivir con nuestros semejantes. A este paso los políticos se van a convertir en los grandes torturadores. Por favor que venga algún partido que piense en los ciudadanos, o al menos que piense.