Callejeando
domingo 21 de abril de 2013, 00:00h
Cuesta recobrarse de los sobresaltos que nos propina el Ayuntamiento de Madrid. Ahora le dedican una de nuestras calles a la Dama de Hierro. Nos han colocado a doña Margaret en el mismo túmulo de la historia donde reposan ya José Luis Sampedro y Sarita Montiel. Han aprovechado una coincidencia luctuosa, el fallecimiento de todos ellos por las mismas fechas, para colarnos de tapadillo a una señorona británica sin repercusión alguna en esta Villa de nuestros amores. Por la misma gatera podría haber entrado el Comandante Chaves, pero esas hierbas bolivarianas son otras malezas para Ana Botella. El homenaje póstumo a un personaje tan polémico no ha despertado simpatía alguna en el resto de los grupos municipales, algo que debería respetar la alcaldesa. En su país natal decidieron suprimir el minuto de silencio en todos los campos de futbol para evitarse los abucheos de los que no procesaban cariño alguno a la gobernanta Thatcher.
No quiero aburrirles con la biografía política de tan discutible primer ministro, pero resulta indiscutible que Thatcher importó en Europa las teorías ultraliberales y vitriólicas de la Escuela de Chicago, las mismas que empobrecieron y arruinaron a las Repúblicas más estables de Hispanoamérica y sembraron el continente hermano de dictaduras sanguinarias. La lideresa que acaba de morir dinamitó el estado social de bienestar implantado en el Reino Unido, vendió las compañías públicas más punteras y saneadas, fomentó un capitalismo salvaje ajeno a las tradiciones europeas y terminó por apadrinar una multitud de compatriotas abandonados y marginados socialmente. Thatcher alimentó también los viejos demonios del imperialismo colonial y combatió desde Londres contra todos aquellos que defendían una Europa fuerte, unida y solidaría.
Yo nací en la prolongación de la calle del General Mola, nombrecito con el que rebautizaron la antigua Carretera de Irún los munícipes franquistas. Por aquellos tiempos atravesaba los sembrados de Chamartín y en sus márgenes se había levantado un arrabal de casas nuevas. Hoy en día es uno de los distritos más caros y selectos de la ciudad. Aquel General Mola, cuyo apellido me aprendí por razones obvias, fue uno de los promotores imprescindibles del golpe militar que terminó con la legalidad republicana. Ya mayorcito logré mi primer trabajo de periodista en la SER. La sede central de la Cadena se ubicaba en la Avenida de José Antonio, el dirigente fascista fundador de la Falange. Para llegar hasta allí me embarcaba en un colectivo que transitaba por la Avenida del Generalísimo. Llegó la democracia y se recuperaron las identidades de toda la vida. El Príncipe de Vergara desplazó a Mola, la castiza y decimonónica Gran Vía a José Antonio y el Paseo de la Castellana al eterno dictador.
Respeto el cariño que los Aznar profesan a la difunta Thatcher y por ello sugiero a ambos, respetuosamente, que cuelguen en su salón el retrato enmarcado de la dama desaparecida. Pueden también dedicarle la calle donde residen y llevarse de recuerdo las placas el día que se muden. A la hora de titular las calles es conveniente respetar la memoria de las gentes y buscarse la complicidad y cariño de los vecinos madrileños, de lo contrario se condena a los usurpadores rotulados a terminar oxidados y desapercibidos en las esquinas.