lunes 05 de septiembre de 2011, 00:00h
A propósito del accidente de moto ocurrido la pasada semana de Manuel Cobo, vicealcalde de Madrid y mano derecha en la vida diaria política de Alberto Ruiz-Gallardón.
Una persona pública solo por tener una responsabilidad política y que se encontraba en ese momento en el ámbito de estricta intimidad, ya que venía de cortarse el pelo tras sus vacaciones cuando de vuelta a casa tuvo el triste incidente del que aún hoy se recupera con rapidez.
A propósito del circo mediático, o tal vez circo no, sino abuso, alrededor de alguien que nos debería interesar en la medida exacta solo por ser personaje público conocido, como un banquero o un empresario.
Destacar que, por lo visto y oído estos últimos días en el caso de Manuel Cobo, estamos olvidando posicionarnos en la medida exacta que nos corresponde a los periodistas; no todos, pero sí una gran mayoría; tanto que, tras ocurrir el accidente, poquísimos minutos después y con Cobo inconsciente y aún en la ambulancia, ya un medio de comunicación había sacado la noticia en su Twitter y en la edición digital de su periódico. Lo peligroso del caso es que, tras la publicación y en escasísimo tiempo, empezó a correr, ahora llamado retwittear, como la espuma; con tanta rapidez que la familia más cercana supo del accidente por la polvareda mediática antes que se enterasen oficialmente los más allegados; y creo que eso no es, o no debería ser, muy normal.
El alcalde de Madrid estuvo a la altura del susto, y estuvo sin cesar y demostró que le interesa Manuel Cobo, más allá del compañero político, como la persona cercana y amiga.
No todos los personajes son Belén Esteban o Carmen Lomana. El trato que se le da a la información no debería ser de “todo vale”, porque manejarla conlleva riesgos añadidos que deberíamos valorar.
Vivimos en momentos donde acercarse demasiado parece lo más fácil del mundo, y en el caso que nos ocupa, además, ha hecho que se convocar un gentío multicolor entres periodistas, políticos en busca de la foto fácil, compañeros, arribistas inauditos y algún que otro espontáneo, fans del personaje en redes sociales, que, camuflados por el enfermizo interés, se han acercado demasiado a una familia que ha vivido varios días en un estado de ansiedad límite, pensando que podía ocurrir lo peor.
La clase no es algo que se guarda para los bodas o lecciones que te da Telva para simularla. La clase es saber en cada momento hasta qué distancia debemos acercarnos para respetar el dolor o la intimidad de personas que sufren reveses.
Informar sí, pero depende...