Desde su origen la universidad ha sido todo un emblema de libertad. El lugar donde enseñar y debatir sin límites. Un espacio donde investigar, publicar y difundir ideas sin impedimentos doctrinales o institucionales.
Por eso, se ha defendido este espacio como símbolo de la libertad, donde profesores y alumnos conviven en favor del conocimiento y de la razón.
Pero la libertad de unos nunca puede ir en detrimento de la libertad de otros. Y eso es lo que en los últimos años venimos sufriendo en nuestras universidades. Huelgas, protestas, barricadas… todo vale para imponer por la fuerza la opinión de unos pocos, en detrimento de la libertad de una mayoría de estudiantes. La imposición del pensamiento único. El si no estás con nosotros estás en nuestra contra. El odio. El miedo en las aulas.
Y no puede pasar desapercibido que quienes la semana pasada atentaban en la Universidad Autónoma, lo hacían precisamente en el aula Tomás y Valiente. Un aula en recuerdo de quien hace 20 años fuera asesinado en esa misma universidad defendiendo sus ideas, la libertad y la democracia.
Como tampoco puede hacerlo que quien hace unos años alentaba e instigaba protestas violentas en otra universidad haya podido llegar a ser nombrado profesor honorífico por la propia universidad.
No podemos consentir ni un atisbo de intolerancia en nuestras universidades, ni que en ellas reine la inseguridad, ni dejar que la fuerza y la sinrazón ganen esta batalla. Porque ni los disturbios en la universidad ni las convocatorias de rodea el Congreso son protestas puntuales. Lo que son es un claro intento de derribar el Estado de Derecho.
Por eso tenemos que reivindicar y defender una universidad de respeto, donde confluyan las ideas. Y donde se condenen y se tomen medidas contra quienes coartan la libertad de la inmensa mayoría de estudiantes. Porque defender nuestras universidades es defender nuestro modelo de convivencia y de sociedad.