No se lo dirán todavía a usted a la cara, pero poco a poco los hoteles han ido imponiendo la prohibición de leer, al menos en la mayor parte del tiempo que se suele pasar en ello, en el que tienen luz solar. La iluminación de sus habitaciones es tan débil que impide leer la prensa, por no hablar de los libros. El lector contumaz tiene que refugiarse para desobedecer esa prohibición en el cuarto de baño. A mí me huele fatal esa imposición oscurantista, ese fomento del analfabetismo.
María Faes Risco