¿Quién organizó el gran debate del otro día, Antena 3-Atresmedia como se viene diciendo o Telecinco-Mediaset? Si nos ajustamos a su puesta en escena, diríase que fue Telecinco la, al menos, inspiradora de su escenografía. ¿Acaso sus largos prolegómenos no parecían pertenecer a una de esas galas que la cadena de Fuencarral despliega con motivo de el comienzo o el final de “Gran Hermano”? Allí estaban las cámaras dentro de cada vehículo escudriñando el menor gesto de cada concursante, perdón, participante. Hubo hasta quién, desde plató, se preguntó “dónde tenía la mano puesta” Pedro Sánchez, en una especie de evocación seguro que involuntaria e inconsciente del famoso “¿quién me ha puesto la pierna encima?” del añorado Jorge Berrocal. Efectivamente un tanto envarado, Sánchez la llevaba extendida –la izquierda- al tiempo que la desaforaba y, tal vez por ello, resultaba sospechosa de algo para alguien. No reparaban en que, a su lado, viajaba su esposa y por tanto nada había que temer ni ocultar. Tardaba tanto en llegar Pedro Sánchez que el apenas entrevisto paisaje nocturno a través de las ventanillas recordaba el viejo truco de las películas antiguas en las que el paisaje fluía a través de una pantalla y en realidad los protagonistas no se movían del sitio. “¿Habrá recapacitado el candidato socialista y más que acudir al debate, está fingiendo que lo hace?”, se preguntó más de un aficionado a las conspiraciones. El interminable retraso con el que, aún por encima, se incorporó a la foto de familia profundizó inevitablemente esas dudas. ¿Qué le ocurrió a Sánchez? ¿Se arrepintió en algún momento, siquiera por un instante, en acudir al debate? ¿Se perdió simplemente en los interminables meandros del traveling -digno del Welles de “Sed de mal”- al que se subían los candidatos como en una noria en cuanto pisaban la alfombra roja? No pudo evitar en cualquier caso la sospecha de que, quizá habiendo sufrido un inoportuno retortijón, se había extraviado por los pasillos de Antena3, en busca del excusado. Eso le hubiera humanizado un poco y compensado esa cierta frialdad que pese a sus esfuerzos –también ha pasado por el programa de Bertín- todavía le adjudican los analistas. Mientras regurgitaba el asunto catalán, tuvo la perspicacia, eso sí, de apuntillar sus discrepancias con castizas expresiones entre las que abundó, tal vez en exceso, el entrañable “¡Madre mía!”
Pablo Iglesias debió padecer el mismo síndrome Mediaset pues llegó incluso a hacer publicidad de “Ocho apellidos catalanes”. Aparentó incluso citarla no tanto como para introducir el tema de ya saben, sino para recomendarla en plan colega. Al hacerlo, no pudo evitar una sonrisilla cómplice que parecía prometer a la audiencia, y al electorado por ende, futuros regocijos en esta franquicia y animarla a pasar por taquilla. En todo caso, fue la única referencia cultural, al cine más concretamente, para un sector devastado por el IVA mal llamado cultural y quién sabe si castigado en el futuro a expiar sus pecados en las malas cuentas de la recaudación.
En este decorado con cierta textura de camarote, faltó como todo el mundo ya sabe a estas alturas, Mariano Rajoy. Pero ¿realmente se le echó de menos? Soraya, un nombre que de por sí ya evoca soledad y glamour, no solo estuvo en su sitio, sino que cometió la anticipada deslealtad de que podamos echarla en falta en los futuros debates a los que sí le dé la gana de asistir a su jefe. Rajoy en ese camarote fue como aquel hermano de los Marx, el cuarto precisamente, cuyo nombre siempre olvidábamos entre otras cosas porque no se sabía qué pintaba en el grupo. Así que ahora ya le da lo mismo, por muchas lentes que lleve y puros que se fume en Doñana, que intente parecerse a Groucho en sus disparatadas decisiones porque ya ha perdido la gracia. Tampoco se sabe a día de hoy que hacía Albert Rivera con tanta gente metida en ese microbús. Si va a necesitar tanto asesor para gobernar, apaga y vámonos. Ese sí que parecía el camarote de los hermanos Marx. Luego, ya en el ring, se le vio incómodo como si el traje le quedase pequeño o le tirase de la sisa o de los puños. Todos coincidieron, eso si, en la impresión de querer sentarse.
Más sencillo no pudo estar Iglesias con ese ya legendario atuendo suyo como de superhéroe de cómic marginal con el que sin embargo no puede evitar que la gente se pregunte, tal vez como él mismo, si piensa gobernar este país en vaqueros.
Concluido el debate, desde las nieblas nocturnas de San Sebastián de los Reyes, alguien creyó ver descender una manada de jabalíes, tan frecuentes en estas fechas. Nada de eso. Son los indecisos que ya bajan de las montañas de nuevo en busca del protagonismo que se les debe. Dispuestos una vez más a encontrar su lugar en este mundo mientras esperan su momento para fundar el Gran Partido de los Indecisos. Tan lleno de incógnitas que carecerá, para empezar, de programa electoral.