Son lugares que nos hablan al oído. Hay siempre una mirada a nuestras manos y, a veces, un tacto que nos guía. Pero sólo si los miramos. Sus hadas y sus duendes nos conocen más que un cura en confesión, pero nunca desnudan nuestras pasiones, nuestros desvelos, nuestra ignorancia.
Hemos hablado con ellos a través de las páginas, nos han visto avanzar y retroceder, enamorarnos y deprimirnos, hacernos revolucionarios o conservadores, creyentes o agnósticos.
Lo saben absolutamente todo sobre nosotros. Pero son seres callados y tranquilos, amables, sensibles, con el don de escuchar. Tal vez porque ellos también se comunican con las páginas, acarician sus lomos, conocen sus costuras, huelen su tinta en la intimidad, a puerta cerrada.
Hablan con los libros, los escuchan y los quieren, les hacen hueco y sufren cuando tienen que desahuciarlos. Últimamente, además de alojar a la literatura, alojan a los autores y a los lectores.
Allí no hay horas. Es el tiempo de pensar, el tiempo de la libertad, del hablar y escucharse. Y qué mejor sitio que la trastienda de las librerías; y si es pequeña, aún mejor.
Gracias a los libreros. Gracias por sus silencios y por su hospitalidad. Sin ellos el pensamiento estaría mutilado y confinado. La palabra, también.
Ana García D'Atri.
Concejala socialista del Ayuntamiento de Madrid.