El convento de San Plácido se encuentra entre las calles Pez, San Roque y Madera y está habitado por las religiosas de la orden benedictina. Así que popularmente se conoce como el convento de Las Plácidas.
En los últimos meses su fachada ha estado en obras para devolverle su imagen original. Hasta hace muy poco tiempo en los bajos del edificio se abrían dos comercios en las esquinas de las calles San Roque y Madera. Cuando se abrieron se modificaron los huecos de la fachada, se construyeron unos tejadillos que protegieran los escaparates y se añadieron elementos metálicos y plásticos que desvirtuaban totalmente la fachada principal del edificio. Ahora todos estos añadidos han desaparecido, se han eliminados los pegotes y se ha recuperado el ladrillo como único elemento ornamental. Así vemos ahora la espléndida sobriedad de esta construcción del siglo del siglo XVII. La fundación del convento se produjo el año 1623 por Teresa Valle de la Cerda. En su interior se conservan numerosos tesoros artísticos que, desgraciadamente, no pueden ser disfrutados por los madrileños dada la complicación para visitar el convento. En el templo se celebran misas todos los días a las 8.30 de mañana y los domingos a las 10.00 horas.
En este templo estuvo hasta 1808 el famoso Cristo de Velázquez que, tras pasar por las manos de Godoy, terminó en el museo del Prado. El cuadro de la Anunciación del altar mayor es obra de Claudio Coello y las pinturas al fresco que adornan la iglesia fueron realizadas por Francisco Rizi y Juan Martín Cabezalero. También es destable el Cristo Yacente en el sepulcro de Gregorio Fernández.
El 27 de septiembre de 1943 un decreto firmado por Franco otorgó al convento la calificación de Monumento Histórico-Artístico. En el preámbulo del mismo se lee:
Famoso en la leyenda y en la Historia, es, sin embargo, más importante por el valor artístico de su iglesia, que ha llegado a nosotros como una bella unidad, armónicamente integrada por obras de pintura y escultura de una misma época y estilo, muy bien conservadas, dentro de una arquitectura tampoco alterada, y ofreciéndose entre los más complejos y auténticos ejemplares de lo religioso madrileño del siglo X VII. Su conjunto de formas policromadas encuadra maravillosamente los retablos de Claudio Coello, las pinturas murales de Ricci y las estatuas gigantes de Pereyra.
Hay que recordar que en 1902, ante el estado de ruina del conjunto, se produjeron varios derribos. Solo quedó en pie la iglesia. Más tarde se llevó a cabo la reconstrucción, aunque se perdieron para siempre el coro y la capilla del sepulcro. Antes de la reconstrucción se levantó en el solar el cinematógrafo Ena Victoria, que ardió la Nochevieja de 1907.
Ahora que se han eliminado elementos extraños es el momento de pedir que se habiliten horarios para que todos los madrileños y los visitantes podamos admirar sus tesoros, medida que habría que extender a todos los edificios religiosos monumentales que nos están vedados a los ciudadanos.