El 5 de junio de 1902 se destapaba la estatua a Eloy Gonzalo en la plaza del Cascorro como punto de partida y plato fuerte de una maratoniana jornada de inauguraciones con las que el joven Alfonso XIII daba comienzo su reinado tras la regencia de su madre.
No hacía ni veinte días que, al alcanzar a los dieciséis años, había sido declarado mayor de edad y asumido las responsabilidades como jefe de Estado, esas que había adquirido al nacer, ya huérfano de padre, y que había delegado en su madre, la Reina regente María Cristina. Alfonso XIII transformó uno de los primeros días de su reinado, el 5 de junio de 1902, en una maratoniana jornada de inauguraciones por toda la capital, un recorrido que sirvió como primer gran baño de masas del joven monarca, casi como un acto de precampaña en el que atar, no votos, pero sí popularidad y aceptación de los madrileños.
Y estratégicamente elegido estaba el punto de partida de su jornada: la estatua de Eloy Gonzalo en la ahora llamada Plaza del Cascorro. Una apuesta que ganó, a juzgar por las crónicas de los periódicos de la época.
El héroe popular
Para ese 5 de junio, estaba previsto que Alfonso XIII inaugurara cinco estatuas en diferentes emplazamientos de la ciudad. Eran esculturas que homenajeaban al presidente de las Cortes de Cádiz y tutor de la reina Isabel II, Agustín de Argüelles, en la confluencia de Ferraz y Pintor Rosales; al poeta y dramaturgo Lope de Vega, en la glorieta de San Bernardo -hoy se encuentra en a Plaza de la Encarnación-; al político Bravo Murillo, actualmente en la esquina de las calles Bravo Murillo y José Abascal; o al escritor Francisco de Quevedo, que se colocó en la Plaza de Santa Bárbara y sería trasladad ya en los sesenta a la propia Glorieta de Quevedo. Políticos y escritores.
Sin embargo, el pistoletazo de salida fue la estatua al soldado Eloy Gonzalo, un héroe popular de la Guerra de Cuba a quien el Ayuntamiento de Madrid recordaba, con obra del escultor Aniceto Marinas y pedestal del arquitecto López Sallaberry, en el lugar conocido como Cabecera del Rastro. Una elección aplaudida en la prensa de entonces.
De la inclusa del Mesón de Paredes
En el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid se conserva la ya legendaria que acompañaba a Eloy Gonzalo cuando, recién nacido, fue depositado de forma anónima en la Inclusa de la calle del Mesón de Paredes en la noche del 1 de diciembre de 1868: "Este niño nació a las seis de la mañana. Está sin bautizar y rogamos que le ponga por nombre Eloy Gonzalo García, hijo legítimo de Luisa García, soltera, natural de Peñafiel. Abuelos maternos, Santiago y Vicenta".
La mujer de un guardia civil que acababa de perder un hijo lo crió a cambio de los 60 reales bimensuales que pagaban por ello las monjas de la inclusa. Cuando, once años después, los benefiarios de la inclusa dejaban de percibir esa prestación, Gonzalo se vio obligado a sobrevivir con oficios de peón de albañil, labrador, o aprendiz de barbero y de carpintero. En 1889 se alistó en el Regimiento de Dragones de Lusitania, 12º de Caballería, acantonado en Alcalá de Henares.
Tras ser condenado a doce años en prisiones militares e ingresar en el penal militar de Valladolid, conmutó su pena por el alistamiento -algo que se permitía a los reos no condenados por delitos de sangre- y partió, con 27 años, a la guerra de Cuba. Fue destinado a la guarnición que comandaba el capitán Neila en Cascorro, no lejos de Puerto Príncipe, donde nacería su leyenda y el nombre con el que pasaría a la historia popular.
Cascorro
En el verano de 1896, el destacamento de Gonzalo quedó sitiado por un nutrido grupo de insurrectos. La situación era muy complicada para el ejército colonial y el soldado se prestó voluntario para prender fuego la posición de los independentistas. El relato asegura que pidió ser atado con una cuerda para que, si le abatían, su cuerpo pudiera ser recuperado. Así, armado con su fusil y con una lata de petróleo, y atado con una cuerda, se deslizó hacia las posiciones insurrectas, prendiéndoles fuego y regresando indemne a su posición, la cual fue liberada pocos días después por una columna española. Y así, con ese fusil, la cuerda y el petróleo, en su posición más heroica, quedó retratado en el centro de Madrid.
Menos épica rodeó su muerte. Tras tomar parte en otras aciones militares y ser condecorado con la Cruz de Plata al Mérito Militar, falleció en 1897 en el Hospital Militar de Matanzas a consecuencia de una infección intestinal, supuestamente provocada por la mala alimentación del ejército español en la Cuba.
Fue ese mismo año de su muerte, en 1897, cuando el Gobierno de la nación y el Ayuntamiento de Madrid decidieron homenajear al soldado con una calle y una estatua en el Rastro de Madrid. Su historia de ciudadano anónimo a héroe lo convirtió en uno de los mitos populares más queridos de la época.
La inauguración de la obra en 1902 fue todo un éxito y la gran aceptación de los vecinos hizo que Gonzalo se adueñara por completo de la por entonces plazuela del Duque de Alba en la que se erigió su estatua: cuando en 1913 se dio a ese pequeño cruce de caminos en la colina del Rastro el nombre del presidente de la República Nicolás Salmerón, el pueblo madrileño ya la había rebautizado como Plaza del Cascorro, pasando de nombre popular a denominación oficial suscrita por el Ayuntamiento de la Villa en 1941.