Al Gobierno municipal no le gusta la ubicación de la estatua de Carlos III en la Puerta del Sol. Es una de las primeras valoraciones sobre los planes que el Consistorio tiene en mente para la plaza. De acuerdo, hablemos de estatuas en Madrid. El actual Gobierno municipal tiene una herencia pésima en este sentido. Los últimos tres mandatos del PP dejaron la estatuaria madrileña en situación crítica. La réplica de la Gloria y los pegasos acabó troceada y medio destruida; las fuentes Océanas que estaban en Colón fueron desguazadas (tenían la intención de llevarlas a Legazpi pero, después de su desmontaje, Ruiz-Gallardón se dio cuenta de que pesaban tanto que podían hundir la plaza) y trasladadas a ese cementerio de obras artísticas que es la cantera municipal; la estatua de Felipe II que estaba entre el Palacio Real y la catedral de La Almudena descansa tumbada en el depósito, rodeada de estatuas destrozadas, desmontadas u olvidadas, tal y como mostramos hace unos años en Madridiario. Son solo algunos ejemplos y no los más sangrantes.
El único plan de revitalización en este sentido que habido en casi tres décadas fue el kafkiano proyecto de remonumentalización que quiso llevar a cabo Ana Botella y que cayó en saco roto cuando se quiso quitar el Álvaro de Bazán de Mariano Benlliure, para poner en su lugar a Felipe II, que no cumplía ni con la proporción ni con la semántica urbana de la plaza de la Villa. Es verdad que Ahora Madrid ha presupuestado acciones sobre la estatuaria madrileña para 2016, pero todos son proyectos heredados: restauración de la fuente de la Cibeles (de cara a la declaración del Paseo del Prado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, que se debería producir en esta legislatura), la estatua- mirador de Alfonso XII en el Retiro, el monumento a las víctimas del 11-M, y poco más. También le quieren poner, con la aquiescencia de todos los grupos políticos, otra estatua a Tierno Galván (probablemente, en la Plaza de la Villa), que ya contará con más efigies en espacio público que Churchill en Londres y Napoleón en París.
Ahora se descuelgan con el pobre Carlos III, que no le estorbaba a nadie. Esta estatua ecuestre en bronce, basada en un modelo de Juan Pascual de Mena, fue instalada provisionalmente en Sol en diciembre de 1994. El entonces alcalde José María Álvarez del Manzano hizo un referéndum popular en 1995, con mesas a los pies de la estatua, para decidir su ubicación. 126.194 personas votaron (bastante más del doble de las que necesita una consulta popular en Decide Madrid) y 53.000 eligieron como ubicación la Puerta del Sol, por encima de la Puerta de Alcalá y la Plaza de la Armería. Es decir, que la decisión cumplió exactamente con el modelo participativo por el que apuesta el Gobierno de Manuela Carmena.
Mover ahora la estatua crearía un verdadero quebradero de cabeza de estatuas reales en la capital porque no todo espacio vale para poner una efigie de semejantes dimensiones y peso en la ciudad. Los otros espacios susceptibles de ubicación en el centro serían la Plaza de Oriente (donde está Felipe IV), la Plaza Mayor (donde está Felipe III), la Plaza de la Villa (donde está Álvaro de Bazán) y la Plaza de la Armería (donde estaba Felipe II y donde parte de la sociedad madrileña pidió que volviese a estar, entre ellos, PSOE, Izquierda Unida y UPyD). Pero es que, más allá de la ubicación, Carlos III debe tener un espacio en el Madrid antiguo. Por historia y por servicios a la ciudad. Pero también porque el relato histórico de la evolución de la ciudad necesita sus referentes. Y si hoy se aboga por esculpir en piedra la memoria del 15-M, no tiene sentido extirpar la del mejor alcalde de Madrid.