Tal día como hoy en 1886 se casó la hija menor de Isabel II, María Eulalia, con su primo carnal. Ambos protagonizaron la que posiblemente sea la boda más triste de la monarquía española y el primer divorcio dentro de palacio, que acabaría con ambos aireando problemas matrimoniales como si entonces existiera Sálvame.
En
Juego de Tronos hay dos bodas famosas bautizadas con colores: la
roja y la
púrpura. En una de ellas ocurre una masacre y, en la otra, envenenan al rey. Eso sí, hay otra en la que la novia termina peor parada que en las anteriores: en la ceremonia que une a
Ramsay y
Sansa Stark, ella es violada por su marido. La difícil escena ya se preveía viendo cómo, bajo una intensa nieve, una mujer impolutamente vestida de blanco camina hacia el altar con una clara expresión de tristeza con la que parece adelantar lo que le viene encima.
Así, si
Los Simpsons parecen adivinar el futuro, con estas bodas, Juego de Tronos parece haber recreado el pasado, pues el enlace entre una pareja no siempre ha sido del agrado de uno de los conyuges -o de ambos-. Si España no entendió el amor como único sustento del matrimonio
hasta 1931 -algo que
Franco se encargaría de estropear años más tarde-, las uniones católicas que se dieron hasta ese año no siempre han sido por este bonito motivo.
Es el caso de la boda que unió a
María Eulalia, hija menor de la poderosa Isabel II, con su primo
Antonio de Orleans, hijo de Luisa Fernanda. El acto, celebrado apenas unos meses después de la muerte del rey
Alfonso XII, hermano de Eulalia, tuvo un tono casi fúnebre. Los novios iban vestidos de negro y ella la definió como
"oscura, como un presentimiento".
El enlace fue buscado por los padres de Antonio porque este era el único hijo varón que había llegado a la edad adulta -tuvieron diez pero no mucha suerte- y no había hecho carrera en el ejército. Sus progenitores, los
duques de Orleans, querían una buena colocación para que mejorase su reputación y la elegida fue Eulalia, que por entonces era la única hija soltera de Isabel II. Por su parte, la repentina muerte de Alfonso XII había resurgido de nuevo la cuestión del heredero y pensaron que este matrimonio lo solucionaría.
El problema era que, frente a la
brillantez de ella, estaba él, que era
retraído, derrochador y
mujeriego. Y las consecuencias no se hicieron esperar: pese a engendrar a dos hijos, la unión hacía aguas por todas partes por infidelidades varias, viajes a solas o falta de dinero, un conjunto de problemas que provocaron que, en 1900, María Eulalia pidiera el divorcio, que no fue nada amistoso.
Ambos ventilaron sus trapos sucios y la monarquía se resintió por aquel escándalo. Se conoció entonces que el duque de Orleans
dilapidó su fortuna con su amante, de nombre Carmen, quien años después le abandonaría por un hombre sueco. Su abrupto final de vida estuvo marcado por las demandas de sus hijos ante su bancarrota y
un cáncer de pulmón que lo mataría en 1930.
Por su parte,
María Eulalia se fue de España hasta 1921, cuando se reconcilió con
Alfonso XIII. Una vez acontecida la Guerra Civil, se declaró franquista y así vivió hasta 1958, cuando murió después de una fuerte caída.