La complejidad del debate sobre la educación no es una característica de
ni nuestro país, ni del momento actual. Basta leer a Émile Durkheim
allá por el año 1902 para entenderlo. "Las transformaciones profundas
que han padecido o que están padeciendo las sociedades contemporáneas
exigen transformaciones paralelas en la educación nacional. Ahora bien,
aunque sentimos la necesidad de cambios, no sabemos exactamente cuáles
han de ser éstos".
Lo característico del debate educativo en España es, por un lado, su maniqueísmo partidista, y como consecuencia, la ausencia de rigor en su desarrollo, y por otro, su creciente distanciamiento de la realidad de las aulas, focalizándose en macrodatos, y como consecuencia ignorando el diálogo con los profesionales. La imagen que transmite este debate en nada se compadece con la realidad que emerge de los procesos de transformación que día a día se viven en decenas de miles de las aulas de nuestro país. Necesitamos llevar a los espacios públicos los retos que ocupan a los profesionales de la educación. Necesitamos homologar el debate educativo a lo que sucede en los países de nuestro entorno y a las demandas reales de nuestra sociedad.
En la actualidad todos somos conscientes de que la simple escolarización no atiende las exigencias que una sociedad democrática demanda de la educación. Es más, la denominada 'sobreescolarización' puede servir para ocultar desigualdades en la educación que creíamos olvidadas. Desigualdades que se medirán en términos de exclusión social para todos aquellos que no puedan desarrollar su talento desde su infancia. Culpabilizar a la educación de la emergencia de la marginalidad sería una muestra de cinismo, pero ignorar la incapacidad de los sistemas educativos de atender a los retos que demanda la sociedad actual sería una irresponsabilidad. Posiblemente muchos encontremos un punto de acuerdo en la afirmación de que la razón última de los sistemas educativo es conseguir que ningún ser humano pueda ser considerado "superfluo".
La democracia se construye sobre el derecho de cada persona a aprender, derecho que sólo puede alcanzarse involucrando en su consecución a toda la sociedad. En una situación en la que el cambio es constante e imprevisible, la única respuesta sostenible, desde el punto de vista económico, personal y social, es apostar por una sociedad centrada en el aprendizaje. La construcción de la sociedad del aprendizaje pasa necesariamente por la profunda transformación de los sistemas educativos.
En el 2005 UNESCO publicó el Informe "Hacia las sociedades del conocimiento", en el que se podía leer; "La expresión "sociedad del aprendizaje" (learning society) se refiere a un nuevo tipo de sociedad en la que la adquisición de los conocimientos no está confinada en las instituciones educativas (en el espacio) ni se limita a una formación inicial (en el tiempo)." Este informe daba continuidad a lo que ya en 1972 el Informe Faure "Aprender a ser. La educación del futuro" preconizaba, "la educación ha dejado de ser el privilegio de una elite y de estar vinculada a una determinada edad; tiende a ser coextensiva a la vez con la totalidad de la comunidad y con la duración de la existencia del individuo".
La Organización de Naciones Unidas considera el tema del derecho a la educación como esencial, en debate de la globalización. Así, aparece como una pieza fundamental de los Objetivos del Mileno 2015 y de la Agenda para el desarrollo después del 2015. La escolarización, y no podemos olvidar que todavía quedan en el mundo la barbaridad de 53 millones de niños sin escolarizar, no es suficiente. Como señala el informe "Enseñanza y aprendizaje: Lograr la calidad para todos", "Los niños no solo tienen derecho a estar escolarizados, sino también a aprender mientras asisten a la escuela y a contar con las competencias que necesitan para encontrar un trabajo bien pagado y seguro cuando terminan sus estudios". El derecho a aprender es el principal instrumento de que dispone una humanidad que tiene que dar respuesta a desafíos globales de desigualdad, inestabilidad y sostenibilidad, como nunca antes había sucedido, para defender la dignidad humana y evitar su colapso.
Ahora bien, siendo la transformación de los sistemas educativos un fenómeno global, sólo es posible su concreción desde lo local. La principal dificultad a la nos enfrentamos es que no hay un libro de texto al que referirse. Nadie nos puede dar la solución, porque nadie nos puede imponer las preguntas. Cada comunidad tendrá que ir construyendo su propio puente en la medida en que vaya aprendiendo, en relación con su entorno y a sus ambiciones. En las últimas décadas hemos tenido ocasión de comprobar, en ámbitos como la economía o la tecnología, cómo el globalismo conduce a la irrelevancia a aquellos que no lideran el proceso de innovación.
En esta reivindicación del cambio desde el entorno inmediato, de abajo arriba, aparece como elemento vertebrador el centro educativo. Micheal Fullan en 1995 en su libro "La escuela que queremos. Objetivos por los que vale la pena luchar" ya recogía la idea, luego desarrollada en múltiples estudios para corporaciones privadas e instituciones públicas, de que el cambio del sistema tiene su razón en el centro educativo y en los profesionales de la educación. Siendo así, la clave de la transformación del sistema educativo pasa por el cambio en la cultura organizativa, por abrir los centros.
La observación
de la realidad la educación en España nos muestra como las fuerzas que están
impulsando la transformación se encuentran en la práctica
docente, en la experiencia
vivida en el aula, en el propósito de integrar a los
afectados y la apuesta por una visión cosmopolita capaz de incorporar a la diversidad
como la principal fuente de riqueza para el aprendizaje. Una realidad que
circula muchas veces al margen, cuando no en contra, de regulaciones existentes
y de las instituciones académicas. Una educación abierta en donde la innovación social se convierte
en una palanca privilegiada de transformación educativa.
No obstante, esta reflexión en ningún caso
puede llevarnos a ignorar el papel determinante que en las sociedades
democráticas deben tener las políticas públicas. A ellas les corresponde facilitar
los recursos necesarios, y, en último término, garantizar la igualdad y
efectividad del derecho a aprender. Pues, como indica
Stwiglitz, "Prácticamente cada una de las políticas gubernamentales, de
forma deliberada o no, para bien o para mal, tiene efectos directos e
indirectos sobre el aprendizaje." Los gobiernos no pueden eludir su
responsabilidad frente a la educación alegando la complejidad de los problemas,
o la falta de madurez de sus sociedades. Nuevos desafíos demandan nuevas formas
de hacer; políticas públicas construidas desde la participación y el cosmopolitismo.
Como reconoce la Comunicación de la Unión Europea "Apertura
de la educación: Docencia y aprendizaje innovadores para todos a través de
nuevas tecnologías y recursos educativos abiertos"; "La educación en la UE no
está siguiendo el ritmo de la sociedad y la economía digitales"
Como país, y
cada uno en su entorno más próximo; no podemos tardar más en abrir la educación
a los desafíos del siglo XXI.
Alfonso González Hermoso de la Mendoza es presidente de la Asociación Educación Abierta.