Pasadas las vacaciones estivales, cada cual regresa al tajo, al trabajo, en caso de tenerlo, que parece ser lo normal. Esta normalidad parece lógica, normal. Además de la vuelta al tajo, se vuelve a una normalidad bastante anormal, desde el punto de vista político. Esta normalidad es la que todos decían querer cambiar cuando se celebraron las elecciones de diciembre de 2015. Los resultados supusieron el fin del bipartidismo y la irrupción de nuevas fuerzas políticas. Después de ser incapaces de ponerse de acuerdo para investir a un nuevo presidente del Gobierno, se tuvieron que repetir los comicios.
Los que decían que el objetivo prioritario era desalojar a Mariano Rajoy de la Presidencia instalada en el Palacio de la Moncloa prefirieron jugársela a cara o cruz en las segundas elecciones de junio, convencidos de que los electores serían más generosos que en la primera cita electoral. Todos querían acabar con la corrupción, el enchufismo, la falta de transparencia, el desprecio al que no piensa como el que gobierna y los recortes, tan al uso en la etapa de Rajoy que llegó a convertirse en algo normal. Maldita anormal normalidad. Después de fracasar Rajoy en su intento de ser investido, de la misma manera que lo fue Pedro Sánchez en la primera ocasión, volvemos al tajo comprobando que todo sigue igual y que los discursos de los distintos candidatos son los mismo de siempre y que los destinatarios de sus palabras son los militantes de cada formación y los que creen que les votan, en una burda competición para decidir quién es más rojo, azul, naranja o morado, quién es más virulento con los demás o más patriota y quién mea más lejos porque la tiene más grande.
Debates sobre la ubicación de cada parlamentario en el Congreso de los Diputados, con el sano objetivo de estar en el tiro de las más importantes cámaras de TV para popularizar su rostro, o la posible celebración de las terceras en día navideño para después dar marcha atrás y considerar una conquista que sea una semana antes, son un estímulo para pedir que si hay terceras elecciones, todos los candidatos deben irse a casa y dejar que otras personas de los mismos partidos intenten poner en práctica el diálogo urgente y necesario cuando el Parlamento español es plural y no todo se lo reparten los dos de siempre. Si esto sucede, quizá podamos empezar a hablar de cambiar las normas de siempre y construir otras más normales.