Ahora que todos parecen andar a la caza y captura del picachu de turno, debo reconocer que esto del Pokémon Go me pilla muy mayor. Me parece un ejemplo más de esa eterna adolescencia en que se ha sumido parte de la sociedad, ajena a lo que hay ahí fuera. No es por ser pesimista, pero seguimos manteniendo índices de paro especialmente juvenil tremendos, y salarios que han convertido a los antiguos mileuristas en casi, casi, unos privilegiados, si se pone uno a comparar.
Y en estas, los pokemon retozando por parques y plazas, en autobuses, en la oficina ”tienes uno al lado del pelo”, me decía el otro día un compañero. Y la primera reacción es sacudirte, como el que tiene una mosca. Echando un vistazo a twitter me encontré con la foto de un niño sirio refugiado, junto a una de esas cibercriaturas, para ver si así reparamos en él. La imagen me dio bastante vergüenza.
A las puertas de agosto, cuando Madrid suele quedarse como un desierto, este año parece que sólo va a haber sobredosis de dos cosas: pokemons y políticos. Los primeros, a lo suyo; los segundos, atrapados en esa gigantesca serpiente de verano que parece ser la formación de nuevo gobierno; una serpiente que nació en diciembre tal vez por eso del cambio climático y que ni ellos mismos saben cuándo acabará. Que sea pronto, por caridad.