La violinista madrileña Leticia Moreno (Madrid, 1985) ha sido galardonada por el jurado formado por los representantes de 18 medios de comunicación radicados en Madrid, con el Premio Madrid a la Mejor Proyección Artística por su éxito internacional en la interpretación de la música clásica y, en particular, por su difusión de piezas desconocidas de compositores españoles.
"En cierto modo, sí he sido una niña prodigio, en el sentido positivo del término. Todos lo somos si se nos expone de forma correcta a aquello con lo que podemos mostrar nuestras dotes y volcarnos", así se explica Moreno para narrar los comienzos de su carrera. De padre peruano y madre española, con tres años, comenzó a tocar el violín y el piano. Con cinco, daba sus primeros recitales. Y a partir de los diez años, ya estudiaba a distancia para compaginarlos con sus compromisos artísticos: conciertos en toda Europa y clases con profesores de la talla de Zakhar Bron, Maxim Vengerov, David Taneko y Mstislav Rostropóvich que le dijo en una ocasión que era una 'soldado de la música'. Fue su madre la que le expuso al arte para que encontrase su camino y explotase su talento. "Fue la forma de adoptar este modo de vida. A través del juego, conocí la importancia de la música. Los niños pueden son más dúctiles al aprendizaje de lo que creemos, si les enseñamos a valorar las cosas", prosigue. "La música es el lenguaje más potente porque traspasa las barreras y se dirige al alma directamente, algo abstracto. Como cuando uno aprende un idioma tiene que aprender sus matices y giros, cada artista habla de una manera y hay que aprender su forma de expresarse para expresar y recibir sus sentimientos", sentencia.

Con once años, ingresó en el Instituto Reina Sofía, dependiente del Ministerio de Cultura, que le exigía dedicación a la música a jornada completa. Fueron años de estudio a base de fuerza de voluntad, ilusión y sacrificio de algunas cosas, como el ocio normal de cualquier otro adolescente. "Con 18 años, tenía compromisos internacionales que me exigían todo mi tiempo. Pero yo no deseaba nada más que disfrutar del escenario y, para eso, tienes que estar preparada. Si no, no puedes transmitir el mensaje de las obras que interpretas", apostilla, incidiendo en que esta forma de vida no le parece un sacrificio. "Es lo que me da la vitalidad, la alegría de vivir y lo que hace que la sangre me fluya", añade.
Con 19 años obtuvo el primer premio en el concurso Kreisler, por su interpretación del Concierto para violín opus 99 de Dimitri Shostakovich con la Orquesta Sinfónica de Viena. Se convertía así en la 'nueva Martha Argerich del violín'. Para preparar cada partitura, Moreno, además de ensayar, se sumerge en la época y la psicología de cada compositor, mediante cartas, anécdotas y objetos personales del compositor, que definen su carácter. "Cuando leo una biografía de un artista cuya obra he estado trabajando, tengo un 'déjà vu' porque me doy cuenta que hay rasgos de su personalidad que la música ya me ha dicho. Sin trabajar este aspecto, no se puede trasladar al público el mensaje real que quería trasladar el artista", argumenta. En ese sentido, se siente como una actriz en la que la música esculpe una historia en sonido. Trata de obtener una comunicación con el público y el resto de músicos. "Ves otro universo y otro nivel de comunicación. Es una comunión que se eleva a un sentimiento común".
Recuperó para Deutsche Grammophon (tiene ya dos discos amarillos con el sello de mayor prestigio en la música clásica) varias obras desconocidas de compositores españoles, como el Poema de una sanluqueña de Joaquín Turina, «que es de una belleza inigualable»; las Siete canciones populares españolas de Falla y la Sonata para violín y piano de Granados. "No estamos lo suficientemente orgullosos de todo lo que tenemos. He tenido la oportunidad de presentar al público internacional una muy pequeña parte de la producción española para violín. En el extranjero se considera que hay poca literatura musical en España y, si bien, no es tan amplia como la de los alemanes o los rusos, hay auténticas joyas que deberían formar parte del repertorio estándar internacional", continúa. Para presentarlas hizo una gira por las 20 salas más importantes del mundo. Su segundo disco con esta firma estuvo dedicado a Shostakóvich, mentor de Rostropóvich. "Tuve un contacto casi directo con el compositor, a través de mi maestro, y entendí que llevo esta música debajo de mi piel".

Después de cada interpretación, se vacía por dentro y espera el día siguiente para poder volver a tocar. "Es un poco adictivo y es necesario obtener un equilibrio porque es necesario controlar el tiempo que estás en ese estado de creación artística y de comunicación con otros intérpretes y con el público que, cuanta más música clásica escucha, más se abre y más crítica se vuelve. Es como cuando conoces a una persona. En función del grado de relación que se tenga, se tiene un mayor nivel de implicación. La música es casi como una religión llevada al máximo nivel y somos, en cierto modo, sacerdotes. Si los buenos músicos no nos preocupamos de recrear de la mejor manera posible las composiciones, perdemos la posibilidad de 'predicar' la experiencia que ha dado pie a esa obra de arte", incide. Y continúa: "Podría ser como volver a pintar un 'Guernica' pero es distinto porque la música no está pensada para estar en un museo sino para interpretarse una y otra vez. No es solo una copia o una reproducción porque uno se involucra y va llenando con sus emociones la obra".
Moreno cree que la música es una profesión de minorías. "Hay que ser creativo, arriesgarse y escuchar un poco la vida. No puede estudiar todo el mundo ADE. No siempre se puede querer estar en el camino seguro. No hay sitio para todos en la zona de confort. Si yo estoy ahora teniendo éxito es, en parte, porque he elegido una profesión diferente", sentencia. La violinista actuará en Madrid dos veces en el mes de junio, una en el Teatro Real con Luis Fernández Pérez al piano y otra en el Auditorio Nacional con la Orquesta Nacional de España, dirigida por Josep Pons.

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